POR
LOS PELOS
Elsa M. Rodríguez
Estaba llegando a la esquina de la calle, a lo
lejos se escuchaba la melodía… “Nosotros, que nos queremos tanto…” Mientras la
música sonaba en la victrola del bar de la esquina, él como todas las tardes se
encaminaba a ver a la chica que había conocido hacía un par de semanas.
Ella era de tez trigueña, ojos claros como el
color de la miel, pelo corto en rizos le adornaba su carita juvenil y de labios
finos. Llevaba gafas pero lejos de
hacerla lucir mal, le daban un encanto especial, como de intelectual, a pesar
de su juventud. Se la había presentado un amigo quien a la vez rondaba a la
mejor amiga de Elena, ese era el nombre de la chica a la que iba a ver. Natalia
estaba locamente enamorada de Ramón y él, Luis, acompañando a su amigo quien no
estaba muy seguro de sentir lo mismo por Natalia, decidió acompañarle a esa
fiesta donde conoció a Elena.
Todas las tardes se veían en el portal de la
tía de Elena, y hablaban de mil cosas, de las películas de moda, de las
canciones y hacían planes para un futuro, futuro en el cual Luis realmente no
creía, porque aunque sentía un cosquilleo especial cada vez que veía a Elena,
sabía que su relación con esa chica sería algo pasajero.
Luis tenía novia, Nancy. Eran novios desde que
juntos asistían a la escuela primaria, y el suyo era un noviazgo de esos que
supuestamente son para toda la vida. La influencia familiar tanto de un lado
como del otro era muy difícil de soslayar, porque ambas familias eran también
amigos desde la juventud, asistían a la misma iglesia y para ellos el
matrimonio entre Luis y Nancy era inevitable.
Elena trabajaba en una escuela en la ciudad de
Marianao, y Luis trabajaba distribuyendo un producto alimenticio que se
producía y empaquetaba en la empresa familiar situada en la ciudad de
Guanabacoa, de la que él era el asociado más joven y del cual se esperaban
muchas cosas ya que además estaba estudiando una carrera universitaria que le
ayudaría a mejorar ese negocio. Una
tarde cuando se encontró con Elena, al ir a recogerla al trabajo y acompañarla
en el autobús al barrio donde ambos vivían, Luis comprendió que ya no podía
continuar esa farsa que en el fondo le tenía un gran aprecio a Elena y ella no
merecía perder el tiempo con alguien como él quien no tenía intención alguna de
casarse con ella. Antes de tomar el autobús, estuvieron tomando un refresco en
una cafetería y poco a poco Luis comenzó a explicarle a ella que no iba a
continuar la relación y que le perdonase, aunque no fue capaz de contarle que la
realidad era que él ya estaba comprometido para casarse con otra chica, con
Nancy.
Elena no era tonta y sin que Luis pudiese
terminar su historia, ella comprendió que no tenía nada que hacer más que
marcharse, y así lo hizo. Los días siguientes fueron tristes, muy tristes para
Elena porque en verdad se había enamorado de Luis.
Un día se enteró que Luis se había casado,
luego que había tenido un hijo. Nada más. Elena siguió su vida, se marchó de su
país por cuestiones políticas y no volvió a pensar más en Luis.
Pasaron veinte años y un día Elena se encontró
a Joaquín, alguien que había sido íntimo amigo de Luis, supo que éste se había
marchado a Puerto Rico, que se había divorciado y que ahora estaba calvo y
entonces Elena mirando a Frank, con quien llevaba unos quince años de feliz matrimonio, pensó:
“Caramba, por los pelos me salvé de casarme con Luis. Pensar que yo ahora
estaría casada con un calvo”.
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