Ofelia Acevedo,
la viuda de Oswaldo Payá, lo ha recordado
el pasado 22 de agosto en el diario español ABC.
Hoy hace un
mes
Oswaldo,
Hace
un mes que falta tu presencia física en casa. Quisiera decir tantas cosas sobre
ti, pero estamos desconsolados, te extrañamos muchísimo, hablamos de ti, con la
esperanza de que estamos viviendo una pesadilla de la que saldremos en algún
momento. Tú sabes todo lo que decimos y hacemos, y yo te digo que solo es
posible porque tú nos inspiras, porque sabemos que confías en nosotros y nos
comunicas tu valor, tu coraje y tu esperanza, porque nos enseñaste a vivir en
la verdad y a buscar la justicia.
Estoy
pensando, mi amor, en esa condición natural tuya que te hacía diferente, la firmeza que mantenías en todo lo que hacías y decías. Nos trasmitías tanta
seguridad a los que te rodeábamos, que estando junto a ti nos sentíamos
amparados, optimistas y hasta valientes.
Y
es tu sentido de la responsabilidad, sobre todo hacia los jóvenes, los pobres,
los indefensos, los discriminados. Sentías la necesidad de entregar a los demás
lo que sabías, de dar siempre lo mejor de ti, de trasmitir tus experiencias a los
que empezaban su vida laboral. Siempre protegiendo a la gente. Nunca dejaste de
ser el maestro de Preuniversitario,
siempre que hablabas a las personas parecía que estabas dando una clase.
Pero
yo sentía cómo, en la medida que crecía el peligro que sabías se cernía sobre
tu vida, aumentaba ese sentido de responsabilidad para con todos los que
rodeaban. Yo sé, mi vida, que jamás permitirías que nadie pusiera en peligro la
vida tuya ni la de otras personas, impunemente.
Sólo Dios sabe lo que sufriste hace un mes, cuando experimentaste la
inmensa maldad del mal, que después de perseguirte durante tanto tiempo llegó a
cobrar definitivamente su trofeo, arrancándote la vida. Pero tú entregaste
generosamente tu vida en las manos de tu Padre, en la que siempre sentiste.
Pero tú y yo sabemos que el mal no prevalecerá. Su victoria siempre es
efímera.
Cuántas
personas se me acercan y me dicen: «Señora, cómo aprendí con él en el tiempo
que trabajamos juntos o que fue mi profesor». Recuerdo a tantas personas
sencillas que llamaban a nuestra puerta, con su carga de problemas y angustias,
para denunciar los derechos humanos, porque ya estaban cansados de que los
trataran mal, ya habían gastado toda su paciencia y hasta vencido el miedo,
nada les importaba, eso nos decían. Pero en muchos casos, sólo buscaban que tú
los escucharas y descargar sus frustraciones, que iban desde los abusos que sus
hijos adolescentes ya en la cárcel sufrían, hasta los abusos de que eran
víctimas en las Oficinas de la Vivienda, porque iban a demolerles sus casas o a
desalojarlos de donde vivían, o se les cayó el techo y nadie les hacía caso: no
tenían un centavo para contratar un abogado ni para sobornar a alguien que
pudiera resolverles el problema. Cuando se cerraban todas las puertas, tú les
habrías la nuestra, y yo les preguntaba: «¿Por qué vienen de tan lejos a verlo?»
«Porque nos dijeron que él nos puede ayudar, que viniéramos a verlo a él», casi
siempre me respondían.
¿Cómo
podías tener una palabra para todos y que la gente se fuera satisfecha si no
podías resolverle los problemas? Ahora
puedo ver que ellos sentían que tu cargabas un poco con sus problemas también.
Ahora
comprendo mejor tu apuro porque se produzcan los cambios verdaderos que el
pueblo necesita, tu insistente reclamo ¿por qué no los derechos? Cuánto te
insultabas cuando oías decir, a mas de una ilustre figura, que los cubanos no estaban
preparados para vivir con derechos. Para lo que nadie está preparado es para
vivir sin derechos, con miedo, sin libertad. La falta de derechos engendra la
pobreza, la desigualdad, y trastorna todos los valores morales.
Recuerdo
ahora aquello que un día escribiera Dietrich Bonhoeffer, que tú sabes que mucho
me gusta y a Harold también. Sólo escribiré su último párrafo:
«¿Quién
se mantiene firme? Sólo aquel para quien la norma suprema no es su razón, sus
principios, su conciencia, su libertad o su virtud, sino que es capaz de
sacrificarlo todo, cuando se siente llamado en la fe y en la sola unión con
dios a la acción obediente y responsable, el responsable, cuya vida no desea
ser sino una respuesta a la pregunta y a la llamada de Dios. ¿Dónde están estos
responsables?» Oswaldo
Payá Sardiñas, mi esposo durante casi 26 años, es uno de esos responsables.
Ofelia
Acevedo
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