24 de agosto de 2012

HOY HACE UN MES



Ofelia Acevedo, la viuda de Oswaldo Payá, lo ha recordado el pasado 22 de agosto en el diario español ABC.

Hoy hace un mes

Oswaldo,
Hace un mes que falta tu presencia física en casa. Quisiera decir tantas cosas sobre ti, pero estamos desconsolados, te extrañamos muchísimo, hablamos de ti, con la esperanza de que estamos viviendo una pesadilla de la que saldremos en algún momento. Tú sabes todo lo que decimos y hacemos, y yo te digo que solo es posible porque tú nos inspiras, porque sabemos que confías en nosotros y nos comunicas tu valor, tu coraje y tu esperanza, porque nos enseñaste a vivir en la verdad y a buscar la justicia.

Estoy pensando, mi amor, en esa condición natural tuya que te hacía diferente, la firmeza que mantenías en todo lo que hacías y decías.  Nos trasmitías tanta seguridad a los que te rodeábamos, que estando junto a ti nos sentíamos amparados, optimistas y hasta valientes.

Y es tu sentido de la responsabilidad, sobre todo hacia los jóvenes, los pobres, los indefensos, los discriminados. Sentías la necesidad de entregar a los demás lo que sabías, de dar siempre lo mejor de ti, de trasmitir tus experiencias a los que empezaban su vida laboral. Siempre protegiendo a la gente. Nunca dejaste de ser el maestro de Preuniversitario,  siempre que hablabas a las personas parecía que estabas dando una clase.

Pero yo sentía cómo, en la medida que crecía el peligro que sabías se cernía sobre tu vida, aumentaba ese sentido de responsabilidad para con todos los que rodeaban. Yo sé, mi vida, que jamás permitirías que nadie pusiera en peligro la vida tuya ni la de otras personas, impunemente.  Sólo Dios sabe lo que sufriste hace un mes, cuando experimentaste la inmensa maldad del mal, que después de perseguirte durante tanto tiempo llegó a cobrar definitivamente su trofeo, arrancándote la vida. Pero tú entregaste generosamente tu vida en las manos de tu Padre, en la que siempre sentiste. Pero tú y yo sabemos que el mal no prevalecerá. Su victoria siempre es efímera.

Cuántas personas se me acercan y me dicen: «Señora, cómo aprendí con él en el tiempo que trabajamos juntos o que fue mi profesor». Recuerdo a tantas personas sencillas que llamaban a nuestra puerta, con su carga de problemas y angustias, para denunciar los derechos humanos, porque ya estaban cansados de que los trataran mal, ya habían gastado toda su paciencia y hasta vencido el miedo, nada les importaba, eso nos decían. Pero en muchos casos, sólo buscaban que tú los escucharas y descargar sus frustraciones, que iban desde los abusos que sus hijos adolescentes ya en la cárcel sufrían, hasta los abusos de que eran víctimas en las Oficinas de la Vivienda, porque iban a demolerles sus casas o a desalojarlos de donde vivían, o se les cayó el techo y nadie les hacía caso: no tenían un centavo para contratar un abogado ni para sobornar a alguien que pudiera resolverles el problema. Cuando se cerraban todas las puertas, tú les habrías la nuestra, y yo les preguntaba: «¿Por qué vienen de tan lejos a verlo?» «Porque nos dijeron que él nos puede ayudar, que viniéramos a verlo a él», casi siempre me respondían.

¿Cómo podías tener una palabra para todos y que la gente se fuera satisfecha si no podías resolverle los problemas?  Ahora puedo ver que ellos sentían que tu cargabas un poco con sus problemas también.

Ahora comprendo mejor tu apuro porque se produzcan los cambios verdaderos que el pueblo necesita, tu insistente reclamo ¿por qué no los derechos? Cuánto te insultabas cuando oías decir, a mas de una ilustre figura, que los cubanos no estaban preparados para vivir con derechos. Para lo que nadie está preparado es para vivir sin derechos, con miedo, sin libertad. La falta de derechos engendra la pobreza, la desigualdad, y trastorna todos los valores morales.


Recuerdo ahora aquello que un día escribiera Dietrich Bonhoeffer, que tú sabes que mucho me gusta y a Harold también. Sólo escribiré su último párrafo:


«¿Quién se mantiene firme? Sólo aquel para quien la norma suprema no es su razón, sus principios, su conciencia, su libertad o su virtud, sino que es capaz de sacrificarlo todo, cuando se siente llamado en la fe y en la sola unión con dios a la acción obediente y responsable, el responsable, cuya vida no desea ser sino una respuesta a la pregunta y a la llamada de Dios. ¿Dónde están estos responsables?» Oswaldo Payá Sardiñas, mi esposo durante casi 26 años, es uno de esos responsables.

Ofelia Acevedo

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