14 de mayo de 2012

HACE HOY CINCUENTA AÑOS



Hace hoy cincuenta años…

Por Fernando Rayón

Tenían 24 años.
 Ella era una Princesa cuyos padres reinaban en Grecia;
él sabía lo que era el exilio de un padre que nunca reinó.
Su boda fue una compleja operación política 
entre viejas dinastías europeas


El 11 de abril de 1962 estaba prevista la llegada al aeropuerto de la capital griega, vía Ginebra, del Príncipe Juan Carlos de Borbón para preparar su matrimonio. En la pista estaban su prometida, Sofía de Grecia; su madre, la reina Federica; el mariscal de la Corte Levidis; el embajador de España en Atenas Juan Ignacio Luca de Tena y su segundo de la embajada, Gonzalo Fernández de la Mora. Los días precedentes habían sido de inusitada actividad diplomática a causa de las invitaciones a las ceremonias católica y ortodoxa que, finalmente, el Palacio Real tuvo que retirar.

En cuanto el avión entró en el espacio aéreo griego, Doña Sofía quiso saludar a su prometido, pero el capitán, tras hacer las comprobaciones de rigor, informó de que en el avión no viajaba nadie con ese nombre. La Princesa Sofía, que ya conocía a Don Juan Carlos, sugirió que podía figurar como duque de Gerona o con otro de los títulos tradicionales del heredero, pero la respuesta siguió siendo negativa.

Poco después, confirmando el anuncio del capitán, Don Juan Carlos no llegaba a Atenas. Doña Sofía, que no entendía nada, se puso a llorar. La reina Federica, que había esperado silenciosa el desenlace, se despidió del embajador ásperamente: «Ponen tantas pegas...». Luca de Tena dirigió una mirada de complicidad a Fernández de la Mora. Ambos sabían que Don Juan Carlos no viajaba en el avión.

De vuelta a palacio, la reina Federica llama a Lausana. En «Vieille Fontaine», la residencia de Victoria Eugenia, Don Juan Carlos y el jefe de su Casa, duque de Frías, son testigos de la conversación. Las dos reinas hablan en inglés y lo que empieza siendo una charla tranquila alcanza enseguida niveles de gran dureza. La de Grecia apela a su condición de reina y Victoria Eugenia le tiene que recordar que ella también lo es. La consorte de Alfonso XIII tuvo que recordar a Federica la tradición española sobre la religión católica. Sorprende a los presentes la rotundidad de Victoria Eugenia, educada en el anglicanismo, pero bautizada en la fe romana meses antes de su matrimonio. Alguno de los que escucha teme incluso que todo se venga abajo y no haya boda.

Por su parte, Juan Ignacio Luca de Tena telefonea a Madrid para informar de lo sucedido y anuncia una carta que enviará días después a Fernando María Castiella: «Querido ministro: efectivamente, como yo suponía, y así se lo anuncié en mi última carta, S.A.R. el Príncipe Juan Carlos aplazó su venida a Atenas hasta que se hubiera dado plena satisfacción sobre la cuestión de las invitaciones a la ceremonia ortodoxa y a los embajadores acreditados en Atenas para el matrimonio católico. El éxito de su firme postura fue, como también te he comunicado, total. Me consta que S.M. la reina Victoria Eugenia tuvo desde Lausana una conferencia telefónica con S.M. la reina Federica, en la cual nuestra soberana estuvo rotunda y absolutamente intransigente, defendiendo con rigor las posiciones católicas. A su llegada a Atenas el pasado sábado, S.A.R. el Príncipe Juan Carlos fue recibido con honores excepcionales. Toda la Real Familia y altos dignatarios de la Corte le esperaron en el aeropuerto, en donde pasó revista a una compañía de guardia».

Una hija en un trono
 
Efectivamente, Don Juan Carlos llegó por fin a Atenas el 14 de abril, justo un mes antes de su boda. Cuando el duque de Frías saludó entonces a la reina Federica, ésta no pudo reprimirse: «Doy la mano, pero me gustaría dar una bofetada». Atrás quedaban meses de intensas negociaciones. Franco y Don Juan habían jugado sus bazas, la iglesia católica y la ortodoxa, las suyas; el Consejo de Don Juan y los falangistas habían aprovechado el acontecimiento para librar un combate no exento de guerra sucia. Don Juan quería dejar claro que aquel matrimonio era exclusiva competencia de la Familia Real y como Jefe de ella quería asumir todo el protagonismo.

Franco, que preparaba a Don Juan Carlos para que le sucediera en la Jefatura del Estado, sabía de la trascendencia de aquella ceremonia y buscaba que nada fallase en el matrimonio. Los reyes de Grecia intuían que su hija podía sentarse en un trono de Europa, de la Europa mediterránea, que fortaleciese no sólo el papel de Grecia, sino también el de su joven monarquía.

El Vaticano, a pesar de los aires conciliares, quería que la ceremonia fuera lo que mandaban los cánones del Derecho Canónico y desconfiaba de las maniobras de la Iglesia griega que quería asumir el protagonismo que las leyes civiles griegas de entonces les adjudicaban. En fin, que la boda fue un punto de inflexión del régimen de Franco y también en el futuro de los Príncipes.

Sólo un mes después, a las nueve y cuarto del 14 de mayo de 1962, los invitados ya ocupaban todos los asientos de la catedral católica de Atenas, San Dionisio Areopagita. A la derecha de los contrayentes se situaron los reyes de Grecia y, a la izquierda, también bajo un dosel, los Condes de Barcelona. La misa fue en francés, español y latín. A las diez y doce minutos pronunciaba doña Sofía el sí litúrgico en griego («ne thélo») ante la pregunta, también en griego, del arzobispo católico de Atenas Benedicto Printesi. Cuarenta y cinco minutos duró la ceremonia con la Santa Misa y la firma del acta canónica en la sacristía de la catedral.

El telegrama del embajador Luca de Tena, fechado el mismo día de la boda, no deja lugar a dudas: «En Palacio Real inmediatamente después ceremonia nupcial y asistido Fernández de la Mora, con los secretarios encargados asuntos consulares procedido recibir declaración firmada Conde de Barcelona para inscribir matrimonio príncipe Juan Carlos en Registro Civil y he levantado acta suscrita cuatro testigos nupcias, duque de Aosta, príncipe Miguel de Grecia, infante Alfonso de Orleans y don Alfonso de Borbón Dampierre».

Miguel de Grecia y Amadeo de Aosta eran primos de la novia, y el infante Alfonso de Orleans y Alfonso de Borbón Dampierre, tío y primo, respectivamente, de Don Juan Carlos. También firmó el acta el Conde de Barcelona y, por supuesto, el embajador español, como autorizante del documento. Doña Sofía –que figura en ella como «Sofía de Grecia»– tiene como profesión «sus labores» mientras que Don Juan Carlos aparece como «militar». El actual Rey, que entonces tenía 24 años ­–doña Sofía aún no los había cumplido– ya eran marido y mujer. En carroza, volvieron al palacio real griego, mientras un pueblo entregado vitoreaba a los recién casados.

Tras un breve descanso en el Palacio Real, que apenas duró quince minutos, en el que firmaron el acta para el Registro Civil español, los novios volvieron a repetir el cortejo hacia la catedral, esta vez la ortodoxa. Ciento veinte infantes de marina españoles escoltaban el camino hasta la iglesia ortodoxa pues ni para ella ni para el estado griego había sido válido el matrimonio en la catedral católica.

A las doce en punto comenzaba la ceremonia en la catedral metropolitana de la Anunciación de Santa María, la ceremonia que tantos quebraderos de cabeza había dado a los negociadores. Toda la riqueza de la liturgia ortodoxa se vistió de gala para dar mayor brillantez a la ceremonia. A ello contribuyó la mayor  amplitud del edificio, que permitió una más numerosa presencia de invitados. Ofició el anciano –ochenta y cinco años– pero enérgico arzobispo Chrysostomos, primado de Grecia, que esperaba a la novia en el atrio de la iglesia con los Evangelios. La ceremonia resultó un poco larga y muchos invitados recordarán el calor sofocante que hacía y que obligó a Don Juan Carlos a enjugarse el sudor en varios momentos de la celebración. Tras la ceremonia, los Príncipes acudieron de nuevo al Palacio Real.

En él tendrá lugar el banquete pero antes se celebrará la segunda ceremonia civil. En el salón del Trono Juan Carlos y Sofía firmaron su acta matrimonial civil ante el alcalde de Atenas y el Presidente del Consejo de Estado. Actuaron como notarios el primer ministro Constantino Karamanlis, que años después se cargaría la monarquía griega, y el ministro de Justicia, Constantino Papaconstantinou. Esta segunda ceremonia civil, que no existirá para la Prensa española, creaba una duda más que razonable: si la ceremonia ortodoxa era argumentada como necesaria para dar validez civil al matrimonio, ¿qué razón tenía celebrarse esta nueva? Sea como fuere, el hecho es que esta ceremonia tuvo lugar y fue así la cuarta boda de una jornada que ocurrió hace ya cincuenta años.
Reproducido de larazon.es 

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