De cuando el médico de Napoleón
estuvo en Camagüey
Por
Héctor Juárez Figueredo
A
fines de mayo de 1837 llegó a Puerto Príncipe el médico francés Francisco
Antommarchi, nacido el 6 de julio de 1789 en Mossiglia, Córcega.
En
Italia se doctoró en Medicina, Cirugía y Filosofía. Anatomista de prestigio,
entre 1819 y 1821 había atendido a Napoleón en Santa Elena, enviado por la
familia Bonaparte.
Se
cuenda que el ilustre paciente que, en palabras nuestras, era “de anjá”, sin
notar mejoría, acusó a Antommarchi de asesino y lo expulsó de su lado, aunque
luego lo readmitió a su servicio. Lo cierto es que había estado presente
durante la agonía del exemperador y participó en la autopsia que certificó la
muerte por cáncer estomacal. Pero después no quiso firmar el acta porque
consideraba una fiebre como causa del deceso.
También
se conocía que Antommarchi, a su regreso a Francia, había publicado, en dos
tomos, sus memorias, a las que tituló “Los últimos días de Napoleón” y que,
cuando presentó una mascarilla del difunto, lo había tildado de farsante. Los
conocedores de su vida podían haber comentado, tal vez, que estuvo reclamando
una pretendida herencia que le dejó Napoleón y, aburrido de los tribunales y de
las ofensas que recibía, marchó a América en busca de fortuna y tranquilidad. Llegó a La Habana a fines de
1836, no sabiéndose con exactitud si desde México o los Estados Unidos. No era
tan importante prestar atención a la procedencia de un francés y menos por
aquellos días en que España casi le vende Cuba a Francia… Lo importante fue que
revalidó sus títulos, fue autorizado a ejercer, practicó la medicina
homeopática, realizó operaciones quirúrgicas y de la vista, y analizó aguas
medicinales.
Su
visita a Puerto Príncipe, como antes a Trinidad, había sido autorizada por don
Miguel Tacón, Gobernador y Capitán General. Se hospedó en la morada del
dominicano don Miguel Escoto, Secretario de Cámara de la Audiencia, quien
residía en la calle de Santa Ana (General Gómez). Había venido Antommarchi con
el propósito de ofrecer, también aquí, sus servicios a los pobres. Así se lo
hizo saber, el 23 de mayo, a don Antonio Vázquez, Teniente Gobernador, al
entregarle una carta de recomendación enviada por Tacón. Vázquez le pidió al
Ayuntamiento que cooperara con el médico. Antommachi visitó el local que se le
brindó por mas apropiado: el Hospital de Mujeres Pobres de Nuestra Señora del
Carmen, ubicado al lado de la Iglesia del Carmen y construido por el Padre
Valencia, y donde está hoy la Escuela Primaria Marta Abreu. Escogió dos salas
para reconocimiento y operaciones. Una sería para mujeres; la otra para hombres.
A inicios de junio, la Administración del Hospital había colocado ya las camas
necesarias y biombos entre ellas. Comenzaron, entonces, las consultas y
operaciones.
En
el mes de agosto, Antommarchi concluyó un detallado estudio sobre las aguas
medicinales de Camujiro. La descripción de temperatura, análisis químico y
propiedades medicinales era la mas completa hecha hasta ese momento. Y el día
20 de septiembre entregaba un detallado informe de las operaciones realizadas.
Era su despedida. El Ayuntamiento de Puerto Príncipe, en respuesta, acordó el
día 22, dar “las más expresivas gracias
al doctor Antommarchi por el bien que ha hecho a la humanidad afligida durante
el tiempo en que ha permanecido en nuestra ciudad, le desea la conservación de
su existencia y una felicidad en su partida”. Antes de marcharse, le obsequió a Escoto dos
reliquias napoleónicas: un pequeño mechón de cabellos y un fragmento del paño
mortuorio en que reposó el cadáver. Y hacia Bayamo, el siguiente punto de su
itinerario, siguió Antommarchi. Al parecer, no tenía intenciones de permanecer
allí, pues a fines del propio septiembre, llegaba a Santiago de Cuba, donde
tenía un primo y amigos. Cuando ya tenía establecida una casa de salud, enfermó
de fiebre amarilla. Falleció el 3 de abril de 1838 y fue sepultado en el
cementerio de Santa Ana. Sus restos, trasladados luego a Santa Ifigenia,
reposan en el osario del panteón de la familia Portuondo.
Recordemos
este pasaje de nuestra historia ahora que se ha vuelto a mencionar a
Antommarchi entre los científicos. Porque, según una nueva hipótesis, Napoleón
no murió de cáncer ni envenenado con arsénico. El tratamiento médico vigente en
la época pudo conducirlo a una situación cardiaca fatal. Eso no lo sabía,
entonces, el doctor Francesco Antommarchi quien, aunque calumniado por sus
contemporáneos y despreciado por los biógrafos de Bonaparte, siempre se sintió
recompensado al ser llamado “el médico de Napoleón”.
Boletín Diocesano
de Camagüey, Nº 67
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