Festival de cine en Miami,
Cuba a pedazos
Por Alejandro Ríos
No sólo se han incluido las obras que La Habana desdeñaría por el punto de vista crítico hacia el régimen de los Castro, sino la de artistas que viven y producen dentro de la isla una filmografía que contribuye al entendimiento de lo que allí acontece desde un esmerado punto de vista estético, como es el caso de la filmografía de Fernando Pérez o Juan Carlos Cremata, por sólo citar dos ejemplos recurrentes.
Este año, el Festival presenta el programa "Cuba3 -o Cuba al cubo- dedicado al género documental. La sección incluye tres valiosos testimonios realizados por directores no cubanos que integran, de cierto modo, un amplio fresco de los sueños y desventuras del cubano común y corriente, tratando de lidiar con un sistema político constreñido que sobre pasa el medio siglo de existencia y apenas da señales de transformarse.
De los res ejemplos, tal vez sea el documental Patria o muerte, del ruso Vitly Mansky, el retrato más desbastador de las complejidades de la sociedad cubana, ideada de manera utópica al servicio de los humildes y oprimidos pero que ha terminado por ser una suerte de olla de presión intolerable, donde los anhelos quedan circunscritos a una libreta de racionamiento o a la inhumación temprana de cadáveres, no del todo descompuestos, para dar espacio a los nuevos occisos en la zona más humilde del cementerio de Colón.
Un clásico ruso
Mansky, el mas distinguido artista de la famosa escuela documental rusa, se embarcó en la aventura cubana, donde filmó alrededor de dos meses cerca de 200 horas, confiado en encontrar y explorar un panorama vivo y decadente de las circunstancias que dieron al traste con el comunismo en su país natal.
Patria o muerte tiene un curioso aire reverencial a las ruinas insostenibles de un antojo político dañino, y de ningún modo participa del morbo gratuito de otros acercamientos cinematográficos al caso cubano. Habrá que regresar sus precisos encuadres de la tragedia, los rostros transidos de sus protagonistas para tratar de dilucidar en el futuro lo acontecido en esa isla a la deriva de la realidad mundial.
También en la sección "Cuba al cubo" figuran dos documentales que se trasladan a sitios intrincados de la geografía isleña. Baracoa, 500 años después, regresa a la villa primada en su cumpleaños histórico, de la mano de quien por mas de 20 años fuera corresponsal del diario El país en Cuba, Mauricio Vincent, hasta que el gobierno le negó la posibilidad de seguir desempeñando esa labor; y El árbol de las fresas, del canadiense Simone Rapisarda Casanova, quien se ocupa de un pequeño pueblo pesquero, luego desaparecido por la furia de un huracán.
En ambos casos, la naturaleza, propiamente, escinde el acercamiento de ambos directores debutantes en estas lides. La exuberante y aislada topografía de Baracoa enmarca, como en un cuadro de Tomás Sánchez, a una comunidad laboriosa, sumamente humilde que se ocupa de sus necesidades más perentorias, esquivando, dentro de lo posible, la perorata ideológica. A diferencia de La Habana, donde el cinismo parece haberse entronizado, en Baracoa la ingenuidad guajira se manifiesta sin intermediarios.
En la comunidad pesquera de San Antonio, sin embargo, la costa escarpada y el viento que no cesa, subrayan una pobreza sin afeites, donde se trabaja duro sin muchas recompensas. El árbol de las fresas provoca la singular circunstancia de haber sido hecho poco antes de que el pueblo desapareciera por la furia del ciclón Ike, y el director ha incluido un preámbulo de algunos de sus protagonistas humorísticamente indiferentes a tamaña pérdida, lo cual enrarece aún mas la apatía del cubano ante ciertas desdichas.
Espacios de la ilusión
La antropología es el signo distintivo de Rapisarda, lo cual conspira contra el desenvolvimiento de su narrativa aunque, igual, siempre hinca la curiosidad de saber cómo sobreviven las personas alejadas de las ya magras posibilidades que ofrece La Habana como capital.
La presente edición del Festival -que se celebrará hasta el 11 de maro- incluye, además, otros dos largometrajes de tema cubano, un documental, Espacios inacabados, y la estrafalaria comedia Juan de los muertos.
El primero pertenece a la filmografía de la desilusión y la metáfora para discernir del fracaso del llamado proyecto revolucionario. Los cineastas norteamericanos Alusa Nahmias y Benjamin Murray se fueron a investigar las razones que impidieron terminar la construcción de tres legendarias escuelas de arte en la zona del otrora Country Club habanero.
La pretenciosa idea de fundarlas surgió durante un juego de golf entre fidel Castro y Ernesto "che" Guevara en los años 60, cuando habían incautado el club a sus dueños originales.
Si primero de los dos pertenece el funcionamiento de las instituciones en espacios inacabados, las falsas promesas de terminarlas y, a la larga, la frustración de que no hayan sido concluidas, para los tres arquitectos que se ocuparon de esos menesteres: Ricardo Porro, exiliado en París; Vittorio Garatti, de regreso a su Italia natal luego de que fuera acusado de agente enemigo; y Roberto Gottardi, otro italiano que fundó familia en Cuba, donde se quedó y sufrió durante años el escarnio de ser ninguneado.
Nahmias y Murray han rescatado un capitulo, casi olvidado, de la voluntariedad e incertidumbre del régimen en todas las áreas del desenvolvimiento social. Se sirven de imágenes inolvidables y de un coro de voces que, con raras excepciones, no hace óbice en traer a colación las causas de la inoperancia de una dictadura.
Una sátira descarnada
Juan de los muertos, el segundo largometraje de Alejandro Brugués, quien ya había estado en el Festival con su ópera prima Personal Belongings, viene precedida de exitosas pesentaciones en otros eventos cinematográficos, incluyendo el que se celebra en Cuba donde convocó a cerca de 15,000 con su correspondientes reyertas e intervención de la policía.
Para el crítico oficial e diario Granma, Brugués ha caído en "la trampa de los excesos" y por ahora, que se tenga noticia, Juan de los Muertos espera por su estreno nacional.
Usando igual artimaña que la de Alicia en el pueblo de maravillas (1990) en cuanto al empleo de la sátira, Juan de los muertos infesta a la destartalada ciudad de La Habana con zombies y los enfrenta a un equipo de pícaros dispuestos a lucrar con la peor de las circunstancias.
El escenario anticipa, de modo humorístico pero con connotaciones no menos leales, el caos social que los especialistas presumen para el final del castrismo. Tomando prestado de varias fuentes: zombies, artes marciales, gore, catastrofismo, el filme de Brugués abunda en gages bien resueltos visualmente y en una incontinencia de chistes verbales más cerca de la contrarrevolución que de las cacareadas reformas.
En la Plaza de la Revolución cortan cabezas; el enemigo sigue siendo el imperialismo yanqui aunque el taque es de muertos vivientes; el pueblo escapa por el malecón a como dé lugar y las turbas de zombies amenazantes y actuantes en las calles recuerdan los más recientes y procaces actos de repudio.
La película resulta más oscura y amarga que la fábula de Alicia... donde se intuía un atisbo de esperanza. En Juan de los muertos no hay salida, aunque el protagonista decida echar una batalla perdida de antemano.
La sátira anunció el final del socialismo llamado real en Europa. Juan de los muertos es un capítulo de la saturación y el extremo y, como dice uno de los personajes ante la visión de las calles abundantes en muertos vivientes, no se nota el cambio, parece la Cuba absurda de todos los días.
Reproducido de Cafefuerte.com
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