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LOS INDIGNADOS
- Víctor Manuel Domínguez
LA HABANA, Cuba, agosto, www.cubanet.org
-Los cubanos hemos demostrado ser más civilizados que otros pueblos de
la culta Europa. Mientras españoles, griegos e ingleses se lanzan
indignados a las calles en reclamo de que sus gobiernos hagan cambios
que mejoren sus vidas y la situación de sus países, acá la gente se
contiene.
Las marchas exigiendo el cese de la corrupción, los despidos y otras
leyes que afectan a la ciudadanía, aquí no suceden. Cuando más, la ira
es expresada con un infarto al corazón, una patada al perro, y tres
cintarazos al niño por pedir un peso para la merienda.
También suele ocurrir que si no puede controlar la indignación que
causa el alto costo de la vida, el desempleo y la falta de viviendas, el
cubano acuse al vendedor de pepinos de canalla, maldiga al
administrador del centro laboral, y cuente hasta diez continuamente
mientras espera -durante veinticinco años- para que le resuelvan el
problema de la casa.
Reclamos al gobierno no. Si alguien quiere criticar al Estado lo hace
desde la cocina o el comedor del hogar. Si es tanto el descontento con
la situación que ya no puede más, tira la ficha de dominó contra la
mesa y murmura indignado: esto no hay quien lo aguante.
Y esto no sólo pasa con los que dicen ser revolucionarios hasta que
pueden abandonar el país, pierden el empleo en una empresa mixta, o van a
la cárcel por corrupción. También con quienes no tienen nada que
perder, porque nunca han ganado.
Si antes nos indignábamos sólo cuando no reuníamos los requisitos
exigidos para ganar el derecho a comprar una lavadora Aurika, un reloj
Poljov, un ventilador Órbita, o una bicicleta china Forever en las
asambleas de méritos y deméritos de su centro de trabajo, ahora menos
que nunca.
La razón es simple. Miles de los que se decían “comecandelas” hoy no
tienen trabajo. Es decir, nada que reclamar, excepto una licencia de
“empresario” para vender torticas de Morón en la ventana de su casa, una
rebaja en los impuestos, o un crédito para terminar el cuarto que les
arrancó de cuajo el ciclón Lily en los años 90.
En cuanto a reclamaciones a las autoridades, no existen, es como si
no tuviéramos problemas, como si todo estuviera resuelto. No hace falta
nada. El ajetreo que cruza la nación no implica ningún cambio
sustancial. Es sólo para sobrevivir. La inyección de nuevas esperanzas
está vencida y no da para más.
Pero cuidado, los cubanos también tenemos nuestro modo de
indignarnos. Aunque hayamos demostrado ser cultos y disciplinados a la
hora de protestar, cuando de verdad nos indignamos hasta el sofoco, nos
llenamos de coraje y nos montamos en balsas para cruzar el Estrecho de
la Florida.
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