7 de diciembre de 2011

OTTO WEIDT



Otto Weidt
Marlene María Pérez Mateo

Una fotografía de grupo, donde nadie mira a la cámara, tomada alrededor de la cuarta década del sglo XX inaugura la presentación de un pequeño Museo, en uno de los Patios Hackesch del viejo Berlín. Hoy el área es punto de reunión de turistas, jóvenes, artistas y curiosos rodeados de un enjambre maltrecho de pinturas murales nada armoniosas. Una de sus esquinas guarda la callada semblanza de un hombre y su obra.

Hacia 1940, Otto Weidt, ciudadano germano, instaló en el 29 de Rosenthalertrasseen, barrio de los judíos orientales mas pobres (hoy Scheunenviertel) en Alemania, un taller para la fabricación de escobas, cepillos y pinceles. El destino de su patria se tornó agrio y perverso para muchos de sus habitantes y la intolerancia mostró la peor de sus caras.
Weidt tornó el sentido de su fábrica, haciéndola imprescindible para el ejército de entonces, ello le confería un cierto grado de inmunidad relativa a sus obreros y con ello abrió la puerta a su proyecto. Dio empleo a judíos ciegos y sordos, lo cual les ayudó a evadir la deportación y con ello los libró de una muerte segura en los campos de exterminio. La identidad de origen de sus trabajadores era en aquellos convulsos momentos razón suficiente para el peor de los destinos; mas en este caso se adicionaba otro agravante: la minusvalía. El “status” de “trabajadores indispensables” era una cuartada perfecta. También se adicionaron habitaciones secretas anexas al recinto laboral para esconder a familias perseguidas.

Luego del fin de la guerra el Señor Weidt vivió hasta 1947. En ese tiempo organizó un  orfanato para huérfanos de los campos de concentración y cooperó económicamente con casas de ancianos judíos desprotegidos. Por cada sobreviviente clandestino de la Alemania Nazi o los territorios ocupados se contó con redes de colaboradores. Los hubo abusivos y usureros pero en su gran mayoría les movió mucho de lo bueno del ser humano, a expensas de un riesgo muy alto.

A Weidt y a otros como él, por su origen ario les asistió un poder casi ilimitado del cual les era totalmente factible hacer uso y sacar jugosas ganancias de todo tipo. El no haberlo usado les hubiera sido suficiente, mas se les sobró coraje y el altruismo, les ganó su buen sentir. El reconocimiento a personas como Weidt desde el punto de vista oficial ha lle-gado tarde. Muchos callaban en la posguerra; pues la venganza de los perdedores que ocupaban por entonces cargos relevantes les podía alcanzar. Aun así hechos como los acaecidos no son motivados ni animados por el sentido de la retribución. Ser el “mecenas” de la belleza del comportamiento humano tiene su recompensa en el acto mismo.

Inde Deutschkron sobreviviente y testigo de los hechos narrados, ha dado impulso al hoy Museo que rememora a este buen hombre. Tal y como ella lo recuerda está todo dispuesto. Es uno de esos casos donde la memoria emotiva y la real, ambas tan necesarias, juegan el equilibrio que les hacen, más allá de una recopilación, una vivencia.

El viaje en el tiempo por estos hechos explican la ceguera física; como la razón para que en la imagen en la entrada al recinto museable, el foco fotográfico y los rostros captados sean tan dispar. Fue dicha aparente incongruencia la motivación para adentrarme en esta historia tan tierna como vital.

Weidt creyó siempre que hacía poco, apenas lo requerido. En ese gran libro de lo memorable, bien le vale a esta “Fábrica de escobas” y su creador unas buenas paginas.

Marlene María Pérez Mateo 

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