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El reconocido escultor cubano Tony López, quien desarrolló una
carrera de más de 70 años entre Cuba y Miami, falleció el pasado domingo en
horas de la mañana a consecuencia de un paro respiratorio. López, que iba a
cumplir 93 años el 6 de septiembre, se encontraba en un centro de recuperación
en el suroeste de Miami, donde era tratado por complicaciones renales.
Conocido por su incansable vitalidad y amor al trabajo,
el escultor tenía abiertas las puertas de su estudio de la calle 36 del
noroeste para todo el que quisiera observarlo trabajar y a la vez les ofrecía a
sus invitados la posibilidad de conversar sobre el arte y la historia de Cuba,
de los que había sido testigo excepcional por su participación en la vida
cultural y pública del país durante los años republicanos.
«Creo que nací con una pelota de barro en la mano»,
recordó López en entrevista con El Nuevo Herald en septiembre del 2008, con
motivo de la exposición en homenaje por los 90 años.
López comenzó su entrenamiento en el taller de su padre, un
escultor español -que hizo el Cristo del pórtico de la Iglesia de Reina en La
Habana-, quien a su vez era profesor de la Escuela Técnica de Rancho Boyeros,
en la periferia de la capital, donde López continuó su instrucción como
escultor.
En 1939, López ganó su primer premio importante, la
medalla del Círculo de Bellas Artes, con un busto de un sindicalista. En las
dos décadas siguientes fue conocido por trabajar “la escultura caricatura”, en
la que esculpía imágenes de figuras de la vida pública y política que después
eran publicadas en la revista Bohemia. De éstas la más polémica fue la del
presidente Ramón Grau San Martín caracterizado como un diablo.
De esa época data también la escultura del líder
revolucionario Julio Antonio Mella, que se encuentra en la calle San Lázaro,
frente a la escalinata de la Universidad de La Habana.
“En Cuba se está haciendo un libro dedicado solamente a
su faceta como realizador de caricaturas en escultura”, informó su hijo Marcos
Antonio López.
Perseguido por el gobierno de Fulgencio Batista por sus
ideas políticas, López se exilió en Miami en 1958. En esta ciudad dejó su
huella en una efigie de Antonio Maceo y varios monumentos en la Pequeña Habana.
Hizo también las maquetas originales del Monumento al Holocausto en Miami Beach,
y una escultura del luchador anticastrista Jorge Mas Canosa para un parque de
Miami Beach.
Son muy populares las figuras de gallos que hizo para
algunos puntos de la Calle Ocho, inspiradas en Pepe, el gallo que tenía como
animal de compañía y que dejaba caminar libremente por su estudio.
Su cubanía la reflejó en numerosos esculturas de próceres
como la de José Martí ubicada en Nueva Orleans. También en las estatuillas del
Caballero de París, a las que le daba un toque humorístico. «Siempre llevaba libros
en la mano, y si le dabas algo, te entregaba una flor o una pluma», recordó
López del famoso personaje habanero, con motivo de una exposición conjunta con
su amigo, el pintor Ángel Martí, celebrada en la galería de la Escuela de Belén
en Miami.
Como legado deja López además una escultura de la
Sirenita a la entrada de Marco Island y un busto de Simón Bolívar ubicado
frente a la Biblioteca de Miami Beach, en la Florida; una del Papa Juan Pablo
II, en Angola, y otra del científico cubano Carlos J. Finlay, en el Jefferson
Medical College de Filadelfia.
Recogido de El Nuevo Herald, Miami FL
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