31 de agosto de 2011

MARÍA DE NAZARET, POEMA

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María  de Nazaret

Traspasar el umbral de Tirry 81 es asomarse a los azules ojos de Carilda Oliver Labra, matancera por naturaleza, que se convirtió en un símbolo cubano gracias a su poesía joven y erótica. Acercarse a ella es descubrir miles de anécdotas, historias y viejos secretos guardados en su memoria, de los cuales el tiempo es cómplice.

Numerosos poemas, sonetos, décimas conforman la labor poética de la escritora, pero lo que pocos conocen son los dedicados especialmente a la Virgen María. Según confiesa su autora surgieron en el Año Mariano de 1954, con el propósito de «enaltecer a la Virgen, que desde luego no necesitaba de versos para eso, pero me complació lo que pudiéramos decir, imaginariamente, de la vida normal de María como si hubiera sido una mujer de la tierra, ya antes de la Anunciación; tuve a bien escribir e ir relatando la vida de Jesús y ella se presentaba también después de la resurrección».

Desempolvar que una mujer con su trayectoria, casi mitificada por los muchos rumores sobre su personalidad, compuso para la Virgen, puede ser un extraño suceso. Pero desde su primer poemario, “Al sur de mi garganta”,  la referencia a Dios o, simplemente, a lo divino, se manifiesta en su colección por finos destellos que hilvana con la aguja de la poesía….
 
 Tomado de "Arista religiosa de una poetisa encasillada en lo erótico”,  por: Dianelys González Galindo, Iglesia Peregrina, Diócesis de Matanzas, Año XV- No. 103, Págs 26-29.

Décimas que recoge esta Gaceta y las dedica a Martha Pardiño, -que tanto admira a Clarilda-, y al recuerdo de Piti Ortiz, especialmente entusiasmado con los versos de esta poetisa matancera.  

Décimas a la Virgen
 
Clarilda Oliver Labra

AVE, Mujer no tocada,
ángel devuelto a la nube,
primera madre que tuve
en una historia soñada…
Ave, María, buen hada,
humilde como la arcilla;
echadora de semilla
en el pesebre de paja.
Bendito tu vientre: caja
que guardó la Maravilla…

I
Hebrea inocente, clara,
de la estirpe de David;
el cuerpo corno de vid,
como de junio la cara.
El polvo que te tocara
ya no era polvo otra vez.
María: alma de mies;
hija de Joaquín y Ana,
para borrar la Manzana
te hicieron blanca la tez.

II
Catorce años… La espuma
te enamoró de repente.
Eras la sed diferente,
el astro sobre la bruma.
¡Qué un pájaro te resuma
los inefables trajines!
Reina de los querubines,
muchachita sin regaños:
cumplías catorce años
como quien cumple violines.

III
Cuando José te miraba
se abrían todas las flores.
Tú, suceso de temblores,
no sabías qué pasaba.
De los rumores esclava,
pequeña como tu aliento,
ibas de la tarde al viento
preguntando, con cariño,
si le sobraba algún niño
al Señor en su Aposento…

IV
 Y así que te oyó la miel,
un hermano de tus alas
dejó las celestes salas
para que hablaras con él:
y vino al mundo Gabriel
en vuelo de Anunciación,
(Purísima Concepción…,
el Prodigio se le arrima
a quien nunca tuvo encima
mano torpe de varón…!)

V
Y en  soplo divinizado
te fue apuntando en el centro,
y florecida por dentro
fuiste un jardín duplicado.
María, milagro dado,
Carne por Dios escogida,
Sin Pecado Concebida,
Bendita entre las Mujeres,
Madre de todos los Seres,
Raíz de toda la Vida…

VI
¿Por qué no decir lo bella
que estabas en el pesebre?
¿Por qué no cantar tu fiebre,
Embarazada Doncella,
mientras se alzaba la estrella?
¿Por qué no hablar de tus manos:
dos diminutos veranos
en la noche lenta y fría?
¿Por qué no rezar, María,
por tus momentos humanos?

VII
Rezo, por la sonrisa
cayéndose de tu boca
como una plegaria loca
sobre el Hijo, entre la brisa.
Y voy del verso a la misa
para alabar tu mirada
en aquella madrugada:
la mirada que pusiste
-y que acaso fue hasta triste-
sobre la Frente Esperada…

VIII
El cielo dejó su inmenso
Júbilo por tu regazo;
y te salieron al paso:
la mirra, el oro, el incienso.
El establo era El Comienzo…
Después los Tres, fugitivos
entre dátiles y olivos.
Cuando Herodes fue una sombra
volvieron a ver la alfombra
de los céspedes nativos.

IX
El niño verde extraviado,
solo por Jerusalén.
No lo hallaron en Belén,
ni en la ciudad ni en el prado.
Tú, Madre, susto dorado,
buscabas entre pastores.
Arriba extraños fulgores,
abajo: Jesús -más brillo-
con su lenguaje sencillo
asombrando a los doctores.

X
Y así creció noche y día,
y fue la Gracia creciendo.
Un halo de Bien tremendo
desde su frente caía.
Creció en la Sabiduría,
creció en el Amor por todos,
conocía fieles modos
para regar la Ventura:
y amaba la tierra dura
y amaba espigas y lodos.

XI
Y ese pobre y carpintero
y maestro y peregrino,
y que el agua volvió en vino
cuando el milagro primero.
Y anduvo yerba y sendero,
y perdonó a una mujer
que no sabía ser…
(Ay, María de Magdala,
carne que pudo ser ala
y se quedó sin hacer…)

XII
Y todo aquello ocurría
junto a tu voz y tu aroma.
Tú eras casi una paloma
que a su lado sonreía.
Eras su sueño, María,
lo que queda del laurel,
lo parecido a la piel
de sus manos salvadoras:
y se mudaban las horas
y te mirabas en Él…

XIII
Y caminó sobre el mar
como si fuera de seda,
y le escuchaba una rueda
de Apóstoles al hablar;
y no se cansó de amar;
Galilea en frenesí…:
¡Qué temblor pasó por ti!
¡Qué vértigo de furores
aplastó todas tus flores,
Huerto de Getsemaní!

XIV
No pudo la muerte entera
sacar de un golpe el rocío.
Estaba escrito el Vacío
para después que se fuera,
¡Qué pesadumbre agorera,
qué abeja huyendo del bien
cruzó por Jerusalén
cuando una amapola inerte
se puso a llorar la suerte
de no brotarle en la sien!

XV
Corona de espinas: lento
llegar  la sangre a la edad
que tiene la Eternidad.
Clavos de Cristo… ¡Oh, Tormento,
parada para el aliento,
pena para ser gritada!...
¡Qué forma de abandonada,
qué palideces sinceras…
Virgen María… Tú eras
también la crucificada!

XVI
Allí supiste que van
los dolores a la lluvia.
Allí supiste ser rubia.
Allí supiste ser pan.
Él te dio por hijo a Juan
y a la humanidad entera.
Te consoló a su manera.
Perdonó a la muchedumbre…
¡Tenía aquella costumbre
de sembrar por dondequiera!

XVII
Y cuando acabó el Martirio,
y cuando acabó el Calvario,
y fue la Tierra un sudario
y el Sol un solemne cirio.
Cuando el Hijo como un lirio
dobló finamente sus
párpados contra la luz,
toda tú, Virgen María,
con el alma todavía
cargando estabas la Cruz…

XVIII
En su silencioso giro
como tal vez arrancado
de algo dócil y sagrado
iba al aire tu suspiro…
Ay, María, no deliro
por tu misterio de Santa
ni por la luz que te aguanta,
sino por tu llanto suelto;
por ese suspiro vuelto
grave flor en tu garganta.

XIX
¡Qué salga su gris sonoro
sobre los hombros del Mundo!
¡Qué salga su mar profundo,
su larga queja de oro:
y que pese el tesoro
de tus lágrimas guardadas
en piedras desamparadas,
y apagues todos los fuegos
y enciendas todos los ciegos
con tus pupilas mojadas…

XX
Sí, Virgen, sí, Dolorosa,
beso de luz, cristal bueno;
sí, Madre del Nazareno,
razón de la mariposa…
Tu llanto es el agua hermosa
que da música al caer.
Tu llanto es ese quehacer
que tiene abajo la nube,
y no lo vemos y sube
cuando llora una mujer…

XXI
Quedó el Sepulcro vacío.
Era domingo. Su gente
  te buscaba humildemente.
Era domingo. Hubo frío.
Tú eras el único estío
por los pasajes de Sión.
Y fue la Resurrección,
y María Magdalena
para siempre fue tan buena
como es bueno el corazón.

XXII
Le llamaron desde Arriba.
Llenó con sus resplandores
los densos alrededores.
Y Tú en la Tierra cautiva
mientras el Hijo se iba…
Pentecostés: Sol que empieza.
Con sus lenguas de tibieza
entre el ruido y el espanto,
bajó el Espíritu Santo
a tocar cada cabeza…

XXIII
Y un día -¿quién sabe cuándo?-
le seguiste hacia las nubes,
pasaste estrellas, querubes,
y serafines cantando.
Y allí estás reposando
serenísima en Desvelo,
Vaso Puro de Consuelo,
Custodia de la Armonía.
Bendita seas, María:
¡Qué Dios te guarde en el Cielo!


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