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La teoría que afirma
que una vendetta familiar dio muerte
a García Lorca
Elena Viñas
La muerte de Federico García Lorca, de la que se cumplen en agosto 75 años,
continúa despertando interés en historiadores e investigadores, tanto que no
dejan de elaborarse teorías sobre las circunstancias de su ejecución. El último
en sumarse al torrente de suposiciones sobre qué le ocurrió ha sido Miguel Caballero, quien acaba de
publicar Las trece últimas horas en la vida de García Lorca (La esfera
de los libros), donde sostiene que fueron las “rencillas familiares” que
arrastraba el padre del poeta desde hacía más de setenta años las que “lo
mataron”.
Caballero califica
el asesinato de Lorca como una “concatenación de causas”, lo que no le impide
señalar la cuestión familiar como “una de las más importantes” para entender
por qué fue ejecutado el poeta. Así, opina que las causas políticas “no fueron
significativas”, por lo que lo ocurrido se debió a una “vendetta familiar”; una circunstancia que le invita a
pensar que la muerte de Lorca “no fue épica”.
A ese “odio” entre
las familias de la Vega de Granada, germen según este autor del fatídico final
del poeta, contribuyó de una
forma “determinante” la publicación de La casa de Bernarda Alba, obra en
la que Lorca "escribió sobre los Alba, familia enemiga de la suya", a
juicio de Caballero, lo que supuso un "agravio" para esta estirpe,
así como para los Roldán, otro de los apellidos más influyentes de la época en
la ciudad.
La aportación de
este autor a las circunstancias que rodearon su muerte no termina ahí.
Caballero, quien apoya sus afirmaciones en fuentes documentales y no orales, de
las que dice que desconfía, corrobora los nombres de los seis ejecutores del intelectual aportados
por el periodista granadino Eduardo Molina Fajardo en su libro Los últimos
días de García Lorca, publicado en 1983. Pero no sólo los cita, sino que
también les pone cara y relata sus historias personales. Sobre ellos afirma
que, dado que “hubo una autoría intelectual de aquellas familias que influyeron
en las autoridades”, los ejecutores del poeta “fueron los que menos culpa tuvieron,
ya que creyeron que estaban cumpliendo con su deber”.
A diferencia del
historiador irlandés Ian Gibson,
quien sostiene que Lorca estuvo retenido en el Gobierno Civil de Granada
durante dos días antes de su muerte, Caballero coincide también con la versión
de Molina Fajardo en que el
poeta falleció horas después de ser detenido. Así, sostiene que su ejecución
tuvo lugar durante la madrugada del 17
de agosto de 1936. Una idea que apoya en que, de haberlo tenido más
tiempo bajo custodia, su padre “lo habría salvado” porque “tenía mucha
influencia política en la ciudad”.
Caballero se
califica a sí mismo como “independiente” y ajeno a motivaciones políticas o económicas, pero no tiene reparos en
mostrar su disgusto con la familia Lorca, cuya actitud le resulta “molesta”, ya
que no entiende por qué "no se muestran contentos" con que se aclaren
este tipo de cuestiones.
La familia del poeta, desde la fundación
que lleva su nombre, opta por no pronunciarse sobre el contenido de este libro,
al menos hasta el cierre de este reportaje. Quienes sí lo hacen para este
periódico son otros investigadores de la vida de Lorca, que muestran su dudas
sobre la validez de la teoría de Caballero.
Antonio Carvajal Milena, director de la
cátedra Federico García Lorca en la Universidad de Granada, afirma que esta
teoría, de la que tiene conocimiento por un resumen publicado en la prensa
local, “no pasa de ser chismografía
articulada y sobradamente conocida por quienes nos interesamos hace años por la
vida y el entorno del poeta”.
A su juicio,
“García Lorca sigue dando frutos para todos los que se acercan a la verdad
vital, por artística, de su obra; cargada de elementos fascinantes y
suficientes para mantenerlo vivo”, por lo que insistir en las circunstancias de
su muerte “resulta tan inútil como
pedir la devolución de los bienes incautados a tantas víctimas de la Guerra
Civil largamente disfrutados, o ya dilapidados (se conocen casos), por los
herederos de los asesinos”. Por todas estas circunstancias anima a “dejar al
muerto en paz" y a leer al poeta.
Algo parecido
opina Paul Julian Smith,
profesor de Literatura Española en la City University de Nueva York, quien
muestra cautela a la hora de pronunciarse, ya que desconoce si las fuentes que
maneja este escritor "son fiables o no”. De cualquier forma, este experto
se limita a decir que "no hace falta recurrir a rencillas familiares en el
contexto de una guerra en la que murieron tantísimas personas por motivos
estrictamente políticos”, a lo que añade que “los compromisos políticos de Lorca fueron bien conocidos”.
El Imparcial, Madrid.
1-7-2011
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