22 de diciembre de 2010


DULCE MARÍA LOYNAZ
Y SU CANTO “AL ALMENDARES”

“.. aquella anciana guardaba una poderosa semejanza con la
ciudad en que vivia.”
Abilio Estévez

* Marlene María Pérez Mateo

La poetisa uruguaya Juana de Ibarbourou habló así sobre una colega: “….Ella ha dicho que me admira, ¡cómo entenderlo, si quien lo dice es más grande que yo! Dulce Maria Loynaz es hoy, y de todo corazón lo creo, la primera mujer de América..”

A décadas de tan acertada descripción su validez no es menos. La a duras penas nombrada escritora cubana en los textos de literatura oficial, recibió el “Premio Cervantes” (“Nobel de las letras hispanas”) en 1993, fuera de todo pronóstico y nadando contra corriente. Desde su exilio interior y ostracismo, la nonagenaria artista lograba la reivindicación de su gran valor y estirpe de guerreros. El grato reconocimiento no le hacia falta a si misma; pero quizás sí a muchos de mis contemporáneos, para los cuales la existencia de la escritora era desconocida o increíblemente indiferente.

Centro mi atención ahora en una idea recurrente en la obra poética de la artista: el agua vital y constante. Evocada en “Juegos de agua” (1949), el tema es tomado y llevado a diversos parajes del devenir humano.

La ilustre heredera de patricios cubanos en 1951, plétora de experiencias foráneas en sus viajes numerosos y bien trazados, realzó en sus versos la hermosura del río Almendares; río libre, dócil y suelto a decir de la autora. Remanso apacible y quieto que sin hidrográficas violencias transcurre surcando de ribera a ribera en el entorno que hiere y fertiliza.

El Almendares viene a recorrer los suelos habaneros desde Tapaste hasta el estrecho de La Florida. En sus quince kilómetros de este a norte dibuja y baña la sabana que unifica y divide La Habana provinciana y la capitalina. Nuestros aborígines le llamaban “Casiguaguas”; en la época colonial se le denominó “La Chorrera” y quedó bautizado con su actual nombre en honor al Obispo Enrique Almendaris. Esta arteria aquífera fue abasto de su dulce componente por largos años. Su trayecto era pletórico de naturaleza salvaje, bella y emotiva. El Parque Metropolitano fue en cierto grado la ratificación de su garantizada majestad. Las industrias y el despilfarro desmedido llenaron su cauce de todo inútil hasta tornarlo irreconocible. Un proyecto planea rescatarle, ojalá así sea y no tarde.

En el poema, Al Almendares, no reconozco ninguna forma poética estructurada que se ajuste a su métrica y versificación; mas la distribución de los acentos interiores le hacen de un ritmo ligero, apacible y sonoro; en alta semejanza con el objeto que se describe y enaltece. Las elocuentes imágenes en si mismas son de elegante y depurada sobriedad. La narración discurre sin premuras. Ondulante y apacible dibuja la geografía fluvial y su entorno. El tono es tierno y sencillo. Gentil manera de asumir lo propio como valioso; y lo valioso como patrimonial. La armonía de la obra, tan autentica como lozana, denota la serenidad natural en la mayor de las Antillas.

Resulta pletórica, diáfana y trascendente esta poesía para los que no conocemos el lugar de primera mano. Mas si lográramos estar algún día en las márgenes del Almendares casi sería como un segundo encuentro entre viejos amigos. Tal es la plenitud y auténtica transparencia de estos versos.

La “tierra azul” bañada por el Almendares, latente corazón de la ciudad que Dulce Maria tanto amó, ha llegado a mi oníricamente en la voz de su autora. Es una justa y cubanísima revelación.

Marlene María Pérez Mateo
Diciembre 2010


 "Al Almendares" en la voz de Dulce María Loynaz:

http://bib.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras?Ref=5210&audio=0

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