1 de agosto de 2010


NO SON LOS ÁRBOLES
LOS QUE PRODUCEN EL VIENTO -.


José María Maruri, SJ

Agarrado de la mano de mi madre, caminando con dificultad por la madrileña calle de Fernanflor, en contra de un fuerte viento, le pregunté a mi madre: “¿Mamá, por qué hace aire sino hay árboles”? Para mi imaginación de niño no era el viento el que movía los árboles, eran los árboles los que, al mover con furia su melena, producían el viento. Creo que así habría que enfocar la parábola de hoy.

No son infrecuentes las invectivas de Jesús contra la riqueza. Ataca las riquezas del rico Epulón porque se olvida de su hermano Lázaro que muere de hambre. Dice que son un obstáculo en el camino hacia Dios, como las riquezas del joven rico.


La riqueza puede convertirse en un ídolo de nuestra vida y no se puede servir a dos señores: a Dios y a la riqueza.

La parábola de hoy según se la mire tiene: o un tono de tristeza del padre que ve que su hijo no tiene muchas luces, le llama necio; o hasta un tono de simpatía y cariño como tendría mi madre a mí, al tener que explicarme que el viento no lo formaban las melenas de los árboles movidas con furia, y me llamaría tontito.

A este rico que amontona riqueza en sus graneros se le olvida una cosa fundamental. Y es que no el mucho tener asegura la longevidad de nuestra vida.

Por muchos árboles que haya en un mediodía de verano puede no soplar ni una brizna de viento y hacer un bochorno infernal,

Nosotros no disponemos ni del pasado, que ya no está en nuestras manos, ni del futuro que no sabemos si lo tenemos.

Lo único que realmente poseemos es este instante presente en que estamos, por eso, por el pasado, no nos queda más que dar gracias a Dios, si fue bueno. O pedir con humildad perdón si fue malo. Y amontonar para un futuro incierto no nos va a merecer mucho más que a ese necio del que habla el Señor.

Creo que es una gran sabiduría cristiana saber vivir feliz y agradecido a ese HOY que tenemos en nuestras manos. Ese cariño o ayuda que podemos dar al que nos necesita. Ese cariño que nos dan quienes nos quieren. Esa obra buena que podemos hacer. Ese rato de paz en la oración con Dios. Ese encontrarse un poco mejor en la enfermedad hasta el airecillo de un ventilador o el sabroso frescor de un helado en verano. Gozar con ese agradecimiento de lo poco o de lo mucho que se tiene.

Lo último que le quedó a mi madre, la que me llevaba de la mano por la calle Fernanflor, eran sus tuestos de geranios o de hierbabuena, pero los sabía gozar y era feliz. Y de ella aprendí que no son las melenas de los árboles lo que forman el viento, como no es el mucho tener lo que prolonga la vida.

José Mª Maruri SJ
Betania.es
Foto: Google
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