LAS PALABRAS DESCONOCIDAS
DE CARLOS MANUEL DE CÉSPEDES..
DE CARLOS MANUEL DE CÉSPEDES..
- Enrique Ros
- El nombre de Carlos Manuel de Céspedes es ampliamente conocido. Con frecuencia se le menciona unido a otras expresiones: La Demajagua, el inicio de la Guerra de los Diez Años, el Padre de la Patria.
Pero el pueblo, en la isla y en el exilio, no tuvo la oportunidad de valorar adecuadamente su pensamiento y la grandeza de este hombre; y ha desconocido o aminorado la cruel persecución de que fue objeto. Ni siquiera Bijagual, el nombre del pequeño poblado donde, en forma ilegal e inconstitucional fue depuesto, aparecía en nuestros libros de historia. Era ya, necesario que se dieran a conocer datos por años ocultos al dominio público, de este hombre, valeroso y digno, que siempre antepuso los intereses de la patria a los suyos personales.
Fue esta la tarea que me impuse al escribir mi más reciente libro: “Céspedes: De Yara a San Lorenzo” que lleva como subtítulo “La Lealtad y la Perfidia”.
Hubo hombres como Lacret, José de Jesús Pérez, Enrique Collazo, Barreto y otros, que estuvieron a su lado. Lamentablemente, muchos -Salvador Cisneros Betancourt, el doctor Félix Figueredo, el Médico de Jiguaní y algunos más- lo combatieron como fanáticos y sin quórum ni mayoría, depusieron al hombre que quiso darnos patria. La deposición de Céspedes fue, “el hecho culminante de la Revolución Cubana y será el punto de partida de nuestras desventuras”.
Fue, recientemente, que pude obtener los dos últimos Diarios que con tanta meticulosidad y dolor llevaba el Padre de la Patria que por cerca de un siglo estuvieron ocultos al dominio público. Se publicaron recientemente en La Habana estos Diarios en edición muy reducida que sólo se puso en manos de escogidos funcionarios del régimen. En ellos denuncia el Hombre de Mármol las conspiraciones que se están fraguando para su destitución de espaldas a la Constitución y a las leyes que muchas veces sin mayoría ni quórum se van realizando.
De algunas de estas maquinaciones y de estos hechos, informaba Carlos Manuel a su distinguida y culta esposa, Ana de Quesada, en la correspondencia que con ella, metódicamente, llevaba.
Respondiendo a una de las resoluciones aprobadas por la Cámara sin mayoría ni quórum respondía: “Yo no estoy frente a la Cámara; yo estoy frente a la Historia, frente a mi país y frente a mí mismo. Cuando yo creo que debo poner mis vetos a una ley lo pongo y dejo tranquila mi conciencia”. Así, de honesto y firme, era aquel gran cubano que con tanta dignidad enfrentaba las bastardas ambiciones que nublaban el pensamiento de sus adversarios.
Su oposición a las arbitrarias medidas de la Cámara inicia su largo calvario que, en palabras de nuestro amigo Manuel Márquez Sterling, culmina con su desastrosa destitución y con su triste muerte en San Lorenzo, olvidado, intencionalmente abandonado y sin protección por aquéllos que tanto le debían. Fue su propia vida el precio que abnegadamente tuvo que pagar el hombre que murió por darnos Patria.
A mediados de octubre (1873) se constituye la Cámara en Sesión Extraordinaria. Son ocho, con el marqués serían nueve. Van a destituir al primer presidente de la República en Armas, Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria.
Nueve hombres, tan sólo, asumieron ante la historia la enorme responsabilidad de deponer de su alto cargo a aquella gran figura. La destitución fue acordada sin el voto de Camagüey cuyo Departamento había sido el que con más frecuencia se había opuesto a la deposición de Céspedes: en las juntas anteriores al comienzo de la insurrección, en la asamblea de Guáimaro en que se acordó la constitución del gobierno y durante todo su período presidencial.
Con gran alteza responde Céspedes a la Cámara al ser notificado de su deposición:
“Creo sinceramente que el actual gobierno dé, en breve, feliz término a la lucha que iniciamos el 10 de octubre de 1868. Como antes, como ahora y como siempre, estoy consagrado a la libertad e independencia de Cuba”.
Céspedes sólo pidió que se le facilitase un pasaporte para unirse a su esposa e hijos. La Cámara no accedió a esta petición. Le retiran la guardia personal. Lo dejan sin protección. Céspedes se retiró, solo y abandonado, a San Lorenzo.
Continuará escribiendo con la misma pulcritud el último de sus Diarios. Sus palabras, su pensamiento no estarían por años al alcance del pueblo a quien tanto amaba. Hoy, felizmente, podemos conocerlos.
Días atrás, dijimos antes, me honró recibir una llamada, y varias comunicaciones de Don Franco Antemoro de Céspedes, biznieto del Padre de la Patria, quien reside actualmente en Ginebra, mostrando su aprecio por el trabajo histórico honrando a quien dedicó su vida en busca de la libertad. Igualmente me honró en una de mis conferencias la presencia del biznieto de Pedro de Céspedes, el hermano de Carlos Manuel, que fue uno de los 50 fusilados en el fatídico tercer viaje del Virginius.
Hemos, sencillamente, cumplido una obligación honrando a una de las más pulcras figuras de nuestra historia.
Reproducido del
Diario Las Américas
- El nombre de Carlos Manuel de Céspedes es ampliamente conocido. Con frecuencia se le menciona unido a otras expresiones: La Demajagua, el inicio de la Guerra de los Diez Años, el Padre de la Patria.
Pero el pueblo, en la isla y en el exilio, no tuvo la oportunidad de valorar adecuadamente su pensamiento y la grandeza de este hombre; y ha desconocido o aminorado la cruel persecución de que fue objeto. Ni siquiera Bijagual, el nombre del pequeño poblado donde, en forma ilegal e inconstitucional fue depuesto, aparecía en nuestros libros de historia. Era ya, necesario que se dieran a conocer datos por años ocultos al dominio público, de este hombre, valeroso y digno, que siempre antepuso los intereses de la patria a los suyos personales.
Fue esta la tarea que me impuse al escribir mi más reciente libro: “Céspedes: De Yara a San Lorenzo” que lleva como subtítulo “La Lealtad y la Perfidia”.
Hubo hombres como Lacret, José de Jesús Pérez, Enrique Collazo, Barreto y otros, que estuvieron a su lado. Lamentablemente, muchos -Salvador Cisneros Betancourt, el doctor Félix Figueredo, el Médico de Jiguaní y algunos más- lo combatieron como fanáticos y sin quórum ni mayoría, depusieron al hombre que quiso darnos patria. La deposición de Céspedes fue, “el hecho culminante de la Revolución Cubana y será el punto de partida de nuestras desventuras”.
Fue, recientemente, que pude obtener los dos últimos Diarios que con tanta meticulosidad y dolor llevaba el Padre de la Patria que por cerca de un siglo estuvieron ocultos al dominio público. Se publicaron recientemente en La Habana estos Diarios en edición muy reducida que sólo se puso en manos de escogidos funcionarios del régimen. En ellos denuncia el Hombre de Mármol las conspiraciones que se están fraguando para su destitución de espaldas a la Constitución y a las leyes que muchas veces sin mayoría ni quórum se van realizando.
De algunas de estas maquinaciones y de estos hechos, informaba Carlos Manuel a su distinguida y culta esposa, Ana de Quesada, en la correspondencia que con ella, metódicamente, llevaba.
Respondiendo a una de las resoluciones aprobadas por la Cámara sin mayoría ni quórum respondía: “Yo no estoy frente a la Cámara; yo estoy frente a la Historia, frente a mi país y frente a mí mismo. Cuando yo creo que debo poner mis vetos a una ley lo pongo y dejo tranquila mi conciencia”. Así, de honesto y firme, era aquel gran cubano que con tanta dignidad enfrentaba las bastardas ambiciones que nublaban el pensamiento de sus adversarios.
Su oposición a las arbitrarias medidas de la Cámara inicia su largo calvario que, en palabras de nuestro amigo Manuel Márquez Sterling, culmina con su desastrosa destitución y con su triste muerte en San Lorenzo, olvidado, intencionalmente abandonado y sin protección por aquéllos que tanto le debían. Fue su propia vida el precio que abnegadamente tuvo que pagar el hombre que murió por darnos Patria.
A mediados de octubre (1873) se constituye la Cámara en Sesión Extraordinaria. Son ocho, con el marqués serían nueve. Van a destituir al primer presidente de la República en Armas, Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria.
Nueve hombres, tan sólo, asumieron ante la historia la enorme responsabilidad de deponer de su alto cargo a aquella gran figura. La destitución fue acordada sin el voto de Camagüey cuyo Departamento había sido el que con más frecuencia se había opuesto a la deposición de Céspedes: en las juntas anteriores al comienzo de la insurrección, en la asamblea de Guáimaro en que se acordó la constitución del gobierno y durante todo su período presidencial.
Con gran alteza responde Céspedes a la Cámara al ser notificado de su deposición:
“Creo sinceramente que el actual gobierno dé, en breve, feliz término a la lucha que iniciamos el 10 de octubre de 1868. Como antes, como ahora y como siempre, estoy consagrado a la libertad e independencia de Cuba”.
Céspedes sólo pidió que se le facilitase un pasaporte para unirse a su esposa e hijos. La Cámara no accedió a esta petición. Le retiran la guardia personal. Lo dejan sin protección. Céspedes se retiró, solo y abandonado, a San Lorenzo.
Continuará escribiendo con la misma pulcritud el último de sus Diarios. Sus palabras, su pensamiento no estarían por años al alcance del pueblo a quien tanto amaba. Hoy, felizmente, podemos conocerlos.
Días atrás, dijimos antes, me honró recibir una llamada, y varias comunicaciones de Don Franco Antemoro de Céspedes, biznieto del Padre de la Patria, quien reside actualmente en Ginebra, mostrando su aprecio por el trabajo histórico honrando a quien dedicó su vida en busca de la libertad. Igualmente me honró en una de mis conferencias la presencia del biznieto de Pedro de Céspedes, el hermano de Carlos Manuel, que fue uno de los 50 fusilados en el fatídico tercer viaje del Virginius.
Hemos, sencillamente, cumplido una obligación honrando a una de las más pulcras figuras de nuestra historia.
Reproducido del
Diario Las Américas
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