La Guerrita de Agosto
Vicente Echerri, NY
17/08/2006
El 17 de agosto de 1906 comenzó la primera revolución de la Cuba republicana, a la que, por su brevedad (poco más de cinco semanas) se le ha llamado "Guerrita de Agosto".
Por los individuos que la protagonizaron, se trató, en realidad, de un conflicto de facciones dentro del movimiento independentista que había llegado al poder con la instauración de la república, y que, naturalmente, se había ido segmentando en partidos: los moderados, de corte conservador, esperaban que el presidente Estrada Palma continuara su gestión de gobierno por otros cuatro años. Los liberales, de carácter más popular, y en cuyas filas había muchos veteranos del desaparecido Ejército Libertador, aspiraban a la oportunidad de gobernar.
El conflicto se derivó de una desavenencia electoral. El gobierno, temeroso de que los liberales terminaran descarrilando la honrada administración de Estrada Palma y malversando el tesoro que la república celosamente había acumulado durante su mandato, decidió imponerse en las urnas, recurriendo en muchos distritos y magistraturas a la intimidación y el chantaje. Estas maniobras llevaron al retraimiento a José Miguel Gómez, el candidato liberal, dando lugar a que Estrada Palma, al igual que en 1901, saliera electo sin oposición, aunque esta vez sus adversarios políticos denunciaron la comisión de un gigantesco fraude.
La impugnación de los comicios no prosperó en el terreno institucional y Estrada Palma inició su segundo período el 20 de mayo de 1906; pero el descontento de la oposición, que se sentía injustamente desposeída, no hizo más que acentuarse hasta generar una conspiración estructurada en grandes zonas del país (Pinar del Río, La Habana, Las Villas y Oriente) que daría paso a la abierta subversión el 17 de agosto con el alzamiento de Faustino (Pino) Guerra en Pinar del Río.
El gobierno de Estrada Palma, que se había preocupado más de la educación pública que de las fuerzas armadas ("quiero escuela, no cuarteles, al que enseña, no al que mata"), contaba tan sólo con el cuerpo de la Guardia Rural para hacerle frente a los alzados, la mayoría de los cuales eran veteranos de la Guerra de Independencia, si bien no disponían de suficiente armas y municiones.
Orestes Ferrara, que se incorporó casi enseguida a la sublevación, cuenta en sus memorias que en las cercanías de Santa Clara se habían reunido cerca de 900 rebeldes, la mayoría de los cuales estaban desarmados.
Luego de varias acciones bélicas, la rotura de algunas vías de comunicaciones y la virtual parálisis política del país —y algunos hechos de sangre, como el asesinato del general Quintín Banderas, que se había sumado a la insurrección— y ante el continuo deterioro de la situación y la terquedad de las partes, los norteamericanos entraron a mediar.
Cuando el presidente renunció, luego de haberlo hecho el gabinete, y el Congreso no logró reunirse para nombrar un sucesor, Estados Unidos se hizo cargo de la situación. Así comenzó, el 29 de septiembre de 1906, la segunda intervención norteamericana en Cuba, que habría de extenderse por más de dos años hasta la toma de posesión del presidente José Miguel Gómez, el 28 de enero de 1909.
Si algo nos revela la Guerrita de Agosto es que, pese a las protestas con que algunos cubanos del liderazgo independentista reaccionaron ante la imposición de la Enmienda Platt a la Constitución de 1901; para 1906 las figuras políticas cubanas más destacadas, tanto del gobierno como de la oposición, se habían convertido en plattistas.
En tan poco tiempo, Estados Unidos había llegado a ser el comodín de la baraja nacional que todas las partes estaban dispuestas a jugar a favor de sus intereses. Lejos de ver la política cubana como el resultado de las órdenes dictadas desde Washington, más bien presenciamos el fenómeno contrario: como los políticos cubanos manipulan a Estados Unidos y lo fuerzan a servir a sus intereses partidarios.
La Guerrita de Agosto terminó en el colapso de la naciente república y en el regreso de los norteamericanos; que volvieron, justo es decirlo, casi a regañadientes y cuando el vacío de poder provocado por Estrada Palma y su tozudez de no llegar a ningún entendimiento con los rebeldes, dejaron acéfala la república y obligaron al secretario de Guerra de Estados Unidos y próximo presidente de este país, William Taft, que se encontraba en Cuba de mediador, a decretar oficialmente la intervención.
Estrada Palma había querido que los norteamericanos vinieran a preservar su gobierno y a sofocar el alzamiento; en tanto los rebeldes, por su parte, esperaban que los yanquis arbitraran en el diferendo y que, de algún modo, fallaran a su favor, ilegitimando la reelección del presidente.
En octubre de 1905, a poco de llegar a Nueva York y luego de ir al retraimiento en las elecciones de ese año, José Miguel Gómez hizo declaraciones en que abogaba por la intervención norteamericana como un medio de garantizar la legitimidad de los comicios. Es decir que la mediación armada de Estados Unidos había pasado a formar parte de nuestro discurso político nacional, una suerte de fantasma con que los cubanos se asustaban entre sí.
Al tiempo que, por recurrir al arbitraje norteamericano, ambas partes revelaban o acentuaban nuestra colectiva ineptitud, la guerrita de agosto tuvo otra secuela de lamentables consecuencias para la nación. Ante la posible brava electoral de Estrada Palma y sus partidarios, la oposición decidió recurrir a la insurrección, consagrando de este modo el recurso de la "Revolución", que no tardaría en verse como un expediente de violencia política que prometía la solución de los diferendos y problemas mediante la sublevación armada.
A partir de entonces, la pertinencia de este recurso no hizo más que arraigarse en la conciencia nacional hasta adquirir una peligrosa autonomía que fue desacreditando y anulando todos los otros instrumentos políticos y terminar por convertirse en un instrumento providencial de purificación nacional que en su propia naturaleza, de índole casi religiosa, era un fin en sí mismo. La larga tiranía de Fidel Castro es la explosión hipertrofiada y enfermiza de este diseño.
Hasta 1906, en ese primer cuatrienio republicano, la revolución era la epopeya de la independencia que aunque había desolado al país y arruinado su economía también, con los norteamericanos de por medio, había traído la independencia nacional y el estado democrático. Era el precio altísimo que Cuba había tenido que pagar para dejar de ser colonia, frente al empecinamiento de España. La revolución, además, había sido organizada en su última fase por José Martí, lo cual le otorgaba el respaldo de una legitimidad moral.
En cambio, cuando en agosto de 1906, los liberales frustrados por la estafa electoral de que se sienten víctimas, deciden recurrir a la revolución, ya el alzamiento patriótico empieza a tornarse aberración. Los precedentes que sienta no pudieron ser más catastróficos.
En 1912, casi al final del gobierno de José Miguel Gómez, la ilegalización del Partido Independiente de Color, dio lugar a otro alzamiento, de negros en esta ocasión, cientos de los cuales fueron masacrados por el ejército. En 1917, los liberales vuelven a recurrir a las armas para impugnar los resultados de la consulta popular que mantiene en el poder a Mario García Menocal.
Esta vez la "revolución" tuvo bastante auge, especialmente en la región de Camagüey, pero el gobierno la sofocó antes de que pudiera materializarse otra intervención de Estados Unidos. En 1930, la dictadura de Gerardo Machado, unida a la crisis económica mundial, desencadena una revolución aún más radical que apela al terrorismo y frente a la cual el gobierno recurre al asesinato político y otras medidas represivas. A partir de ahí, la revolución, o las agendas revolucionarias, detentarán el poder político hasta el triunfo del castrismo.
No es gratuito afirmar que el triunfo de Castro fue posible gracias a este perverso antecedente que había ido minando la vida política e institucional cubana y que durante las últimas dos generaciones que anteceden a ese triunfo inocularon en la conciencia colectiva del pueblo la creencia de que existía una entidad metahistórica —la Revolución—, destinada a rehacer todas las cosas para el bien común.
Se trataba de un postulado religioso, de un mero acto de fe en unas supuestas "reservas morales" de la nación encargadas de corregir injusticias ancestrales y errores endémicos. El resultado último de esa doctrina es la devastación totalitaria que ha desfigurado a Cuba y a su pueblo.
Cuando los liberales se alzaron en armas en agosto de 1906, no podrían haber imaginado que estaban sentado las pautas para la destrucción de la república que tantos sacrificios a ellos mismos les había costado. Deben haber creído que se trataba de una solución breve y directa para reparar la injusticia de que habían sido víctimas. Lo que hicieron, en verdad, fue quebrar el débil orden institucional y sacralizar la violencia extemporánea que terminaría por destruirlo todo.
Reproducido de
© cubaencuentro.com
Foto: Google
17/08/2006
El 17 de agosto de 1906 comenzó la primera revolución de la Cuba republicana, a la que, por su brevedad (poco más de cinco semanas) se le ha llamado "Guerrita de Agosto".
Por los individuos que la protagonizaron, se trató, en realidad, de un conflicto de facciones dentro del movimiento independentista que había llegado al poder con la instauración de la república, y que, naturalmente, se había ido segmentando en partidos: los moderados, de corte conservador, esperaban que el presidente Estrada Palma continuara su gestión de gobierno por otros cuatro años. Los liberales, de carácter más popular, y en cuyas filas había muchos veteranos del desaparecido Ejército Libertador, aspiraban a la oportunidad de gobernar.
El conflicto se derivó de una desavenencia electoral. El gobierno, temeroso de que los liberales terminaran descarrilando la honrada administración de Estrada Palma y malversando el tesoro que la república celosamente había acumulado durante su mandato, decidió imponerse en las urnas, recurriendo en muchos distritos y magistraturas a la intimidación y el chantaje. Estas maniobras llevaron al retraimiento a José Miguel Gómez, el candidato liberal, dando lugar a que Estrada Palma, al igual que en 1901, saliera electo sin oposición, aunque esta vez sus adversarios políticos denunciaron la comisión de un gigantesco fraude.
La impugnación de los comicios no prosperó en el terreno institucional y Estrada Palma inició su segundo período el 20 de mayo de 1906; pero el descontento de la oposición, que se sentía injustamente desposeída, no hizo más que acentuarse hasta generar una conspiración estructurada en grandes zonas del país (Pinar del Río, La Habana, Las Villas y Oriente) que daría paso a la abierta subversión el 17 de agosto con el alzamiento de Faustino (Pino) Guerra en Pinar del Río.
La mediación norteamericana
El gobierno de Estrada Palma, que se había preocupado más de la educación pública que de las fuerzas armadas ("quiero escuela, no cuarteles, al que enseña, no al que mata"), contaba tan sólo con el cuerpo de la Guardia Rural para hacerle frente a los alzados, la mayoría de los cuales eran veteranos de la Guerra de Independencia, si bien no disponían de suficiente armas y municiones.
Orestes Ferrara, que se incorporó casi enseguida a la sublevación, cuenta en sus memorias que en las cercanías de Santa Clara se habían reunido cerca de 900 rebeldes, la mayoría de los cuales estaban desarmados.
Luego de varias acciones bélicas, la rotura de algunas vías de comunicaciones y la virtual parálisis política del país —y algunos hechos de sangre, como el asesinato del general Quintín Banderas, que se había sumado a la insurrección— y ante el continuo deterioro de la situación y la terquedad de las partes, los norteamericanos entraron a mediar.
Cuando el presidente renunció, luego de haberlo hecho el gabinete, y el Congreso no logró reunirse para nombrar un sucesor, Estados Unidos se hizo cargo de la situación. Así comenzó, el 29 de septiembre de 1906, la segunda intervención norteamericana en Cuba, que habría de extenderse por más de dos años hasta la toma de posesión del presidente José Miguel Gómez, el 28 de enero de 1909.
Si algo nos revela la Guerrita de Agosto es que, pese a las protestas con que algunos cubanos del liderazgo independentista reaccionaron ante la imposición de la Enmienda Platt a la Constitución de 1901; para 1906 las figuras políticas cubanas más destacadas, tanto del gobierno como de la oposición, se habían convertido en plattistas.
En tan poco tiempo, Estados Unidos había llegado a ser el comodín de la baraja nacional que todas las partes estaban dispuestas a jugar a favor de sus intereses. Lejos de ver la política cubana como el resultado de las órdenes dictadas desde Washington, más bien presenciamos el fenómeno contrario: como los políticos cubanos manipulan a Estados Unidos y lo fuerzan a servir a sus intereses partidarios.
El recurso de la 'Revolución'
La Guerrita de Agosto terminó en el colapso de la naciente república y en el regreso de los norteamericanos; que volvieron, justo es decirlo, casi a regañadientes y cuando el vacío de poder provocado por Estrada Palma y su tozudez de no llegar a ningún entendimiento con los rebeldes, dejaron acéfala la república y obligaron al secretario de Guerra de Estados Unidos y próximo presidente de este país, William Taft, que se encontraba en Cuba de mediador, a decretar oficialmente la intervención.
Estrada Palma había querido que los norteamericanos vinieran a preservar su gobierno y a sofocar el alzamiento; en tanto los rebeldes, por su parte, esperaban que los yanquis arbitraran en el diferendo y que, de algún modo, fallaran a su favor, ilegitimando la reelección del presidente.
En octubre de 1905, a poco de llegar a Nueva York y luego de ir al retraimiento en las elecciones de ese año, José Miguel Gómez hizo declaraciones en que abogaba por la intervención norteamericana como un medio de garantizar la legitimidad de los comicios. Es decir que la mediación armada de Estados Unidos había pasado a formar parte de nuestro discurso político nacional, una suerte de fantasma con que los cubanos se asustaban entre sí.
Al tiempo que, por recurrir al arbitraje norteamericano, ambas partes revelaban o acentuaban nuestra colectiva ineptitud, la guerrita de agosto tuvo otra secuela de lamentables consecuencias para la nación. Ante la posible brava electoral de Estrada Palma y sus partidarios, la oposición decidió recurrir a la insurrección, consagrando de este modo el recurso de la "Revolución", que no tardaría en verse como un expediente de violencia política que prometía la solución de los diferendos y problemas mediante la sublevación armada.
A partir de entonces, la pertinencia de este recurso no hizo más que arraigarse en la conciencia nacional hasta adquirir una peligrosa autonomía que fue desacreditando y anulando todos los otros instrumentos políticos y terminar por convertirse en un instrumento providencial de purificación nacional que en su propia naturaleza, de índole casi religiosa, era un fin en sí mismo. La larga tiranía de Fidel Castro es la explosión hipertrofiada y enfermiza de este diseño.
De 1906 a 1959
Hasta 1906, en ese primer cuatrienio republicano, la revolución era la epopeya de la independencia que aunque había desolado al país y arruinado su economía también, con los norteamericanos de por medio, había traído la independencia nacional y el estado democrático. Era el precio altísimo que Cuba había tenido que pagar para dejar de ser colonia, frente al empecinamiento de España. La revolución, además, había sido organizada en su última fase por José Martí, lo cual le otorgaba el respaldo de una legitimidad moral.
En cambio, cuando en agosto de 1906, los liberales frustrados por la estafa electoral de que se sienten víctimas, deciden recurrir a la revolución, ya el alzamiento patriótico empieza a tornarse aberración. Los precedentes que sienta no pudieron ser más catastróficos.
En 1912, casi al final del gobierno de José Miguel Gómez, la ilegalización del Partido Independiente de Color, dio lugar a otro alzamiento, de negros en esta ocasión, cientos de los cuales fueron masacrados por el ejército. En 1917, los liberales vuelven a recurrir a las armas para impugnar los resultados de la consulta popular que mantiene en el poder a Mario García Menocal.
Esta vez la "revolución" tuvo bastante auge, especialmente en la región de Camagüey, pero el gobierno la sofocó antes de que pudiera materializarse otra intervención de Estados Unidos. En 1930, la dictadura de Gerardo Machado, unida a la crisis económica mundial, desencadena una revolución aún más radical que apela al terrorismo y frente a la cual el gobierno recurre al asesinato político y otras medidas represivas. A partir de ahí, la revolución, o las agendas revolucionarias, detentarán el poder político hasta el triunfo del castrismo.
No es gratuito afirmar que el triunfo de Castro fue posible gracias a este perverso antecedente que había ido minando la vida política e institucional cubana y que durante las últimas dos generaciones que anteceden a ese triunfo inocularon en la conciencia colectiva del pueblo la creencia de que existía una entidad metahistórica —la Revolución—, destinada a rehacer todas las cosas para el bien común.
Se trataba de un postulado religioso, de un mero acto de fe en unas supuestas "reservas morales" de la nación encargadas de corregir injusticias ancestrales y errores endémicos. El resultado último de esa doctrina es la devastación totalitaria que ha desfigurado a Cuba y a su pueblo.
Cuando los liberales se alzaron en armas en agosto de 1906, no podrían haber imaginado que estaban sentado las pautas para la destrucción de la república que tantos sacrificios a ellos mismos les había costado. Deben haber creído que se trataba de una solución breve y directa para reparar la injusticia de que habían sido víctimas. Lo que hicieron, en verdad, fue quebrar el débil orden institucional y sacralizar la violencia extemporánea que terminaría por destruirlo todo.
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