28 de septiembre de 2009


La Glorieta de Manzanillo

Ana Dolores García

Fue costumbre tradicional en tiempos pasados el colocar en el centro de una plaza o parque una glorieta donde las bandas municipales generalmente ofrecían conciertos cada domingo. Muchas ciudades de Cuba contaban con una y hubo la que tuvo dos. Llegué a conocer la de Cojímar y, por supuesto, la del Casino Campestre de Camagüey, cuyas gradas subí y bajé incontables veces cuando niña. Santa Clara, Cienfuegos, Madruga conservan también sus glorietas. ¡Ah! Pero ninguna como la glorieta de Manzanillo, situada en el centro del parque Céspedes.

De su originalidad no se puede decir mucho, pero sí de su belleza. Original, lo que se dice original no lo es y, sin embargo, causa admiración y se ha convertido en símbolo para todos los manzanilleros que desde hace más de ocho décadas la han contemplado con orgullo. Y también para los que hoy añoran la perla del Guacanayabo, deambulan sin patria por el mundo y guardan fotos en las que se ven ante ella en tiempos más felices.

Esta exótica glorieta parece injertada en el espeso y verde paisaje de la Sierra Maestra. No es la mora de allá en la Siria y del son, pero es mora y vive en la tierra del son. ¿A quién sino a un granadino pudo ocurrírsele trasplantar allí un pedazo de la Alhambra de Granada con sus arcos de medio punto, sus delgadas columnas, sus decoraciones geométricas y su cerámica vidriada?

La original, la de la Alhambra, que no está en un parque sino a un costado del Patio de los Leones, forma parte de la fortaleza que comenzó a construir Mohamed Ben Nazar, iniciador de la dinastía Nazarí. No sabemos bien la fecha porque la construcción total de la Alhambra duró casi trescientos años. La de Manzanillo se hizo en mucho menos tiempo y es obra de José Martín del Castillo, un español granadino que era ayudante del arquitecto Carlos Segrera. Se dice que aunque el arquitecto fuera el que firmara los planos, el verdadero autor de los mismos lo fue Martín del Castillo, quien solamente había llegado al segundo año de arquitectura.

La construcción de la Glorieta de Manzanillo duró apenas nueve meses y fue inaugurada el 24 de junio de 1924, para coincidir con la gozadera de los largos carnavales que iban de san Juan a Santiago, que allá sabemos se disfrutan bien porque se baila el son… dando cintura sin compasión.

Varios detalles la diferencian de la glorieta granadina aparte de su ubicación, una erigida como construcción per se, y la otra adosada a las paredes laterales de un patio central. La original es de planta cuadrada y la manzanillera es hexagonal. La original posee techo de tejas a cuatro aguas, la manzanillera está dotada de una majestuosa cúpula, toda cubierta de vítreo escamado que fue donado por la Colonia Española de la ciudad. Además, en la glorieta de la Alhambra las columnas descansan directamente sobre el suelo, en la glorieta del Parque Céspedes lo hacen sobre un muro de mosaicos de un metro de altura. Los mosaicos y materiales vidriados fueron importados de España así como los empleados en la cúpula, y los obreros que trabajaron en la construcción de la glorieta renunciaron al cobro de horas extras para poder reducir gastos.

La obra se realizó mayormente por subscripción popular, aumentando los fondos iniciales que se habían recogido para dar un homenaje al alcalde en funciones. Éste declinó el honor y sugirió que ese dinero fuera destinado a la realización de algo que perdurara y beneficiara a la ciudad. El homenaje al alcalde quedó reducido a una tarja en su honor que se colocó en la parte posterior del muro de la glorieta.

Pero, ¡oh, veleidades de los pueblos! Menos de diez años después, a la caída del gobierno de Machado, el populacho que salió a la calle en plan de saqueo y destrucción arrancó la tarja y la arrojó a las aguas del Golfo de Guacanayabo.

La glorieta de Manzanillo fue declarada Monumento Local en 1991 por la Dirección del Patrimonio Nacional.

Ana Dolores García
Foto: Google

.

No hay comentarios:

Publicar un comentario