18 de agosto de 2009


Tres Ciudades Imperiales:
Budapest (II)

Ana Dolores García

Budapest fue también una capital real, así como Hungría fuera parte del Imperio Austro-Húngaro. Como a Viena, la colonizaron, la asediaron y la ocuparon los mismos pueblos: celtas, romanos, eslavos, Carlomagno, otomanes... Y estuvo dominada durante siglos, -como toda la amplia Hungría de entonces-, por una misma familia: los Habsburgo.

Más atrás del tiempo de los Habsburgo, Hungría recibió una invasión especial que le ha dado características propias: los magiares o magyares, provenientes de los Montes Urales. Según la tradición, Hungría fue fundada por siete tribus magyares durante el siglo IX. Descendiente de uno de esos líderes tribales, Esteban I la convirtió al cristianismo: fue canonizado por la Iglesia Católica, se le recuerda y venera, y su mano derecha (la Santa Diestra), es el principal tesoro de una inmensa basílica construida en su nombre.

Otro gran rey de los húngaros fue Mátyás, encargado de consolidar y ampliar el país, agregando territorios limítrofes y defendiéndolos de los turcos. También se le construyó una gran iglesia que se conoce como la iglesia de san Matías, a pesar de que aunque fuera un buen rey nunca se le hizo santo. El verdadero nombre de esta iglesia es «Budavári Nagyboldogasszony Templom» (no intente pronunciarlo), que más o menos puede traducirse por Iglesia de Nuestra Señora en el Castillo de Buda. Allí, durante siglos, se efectuaron las grandes ceremonias y las coronaciones.

Detrás de la destrucción producida por la ocupación turca, llegaron los Habsburgo y hermosearon la ciudad. Fue una de las más amadas por Sissi, Duquesa de Baviera, Emperatriz de Austria y Reina de Hungría, que tenía allí su propio palacio, el Gödölö, donde se refugiaba a menudo en sus continuas escapadas de la corte vienesa.

Pero todo pasa, hasta los cuatro siglos de esplendor del Imperio Austro-Húngaro. A Budapest le tocó experimentar ocupaciones adicionales. La de los nazis, que aunque fuera más o menos de mutuo acuerdo, dio motivo a la atroz demolición del gueto judío, al exterminio de sus habitantes, y la destrucción sufrida por la ciudad al finalizar la II Guerra y, ltras ella, a ocupación soviética que convirtió el país en un mero integrante del bloque comunista durante varias décadas de estancamiento y opresión.

En el antiguo Buda y la más moderna Pest descuellan por igual soberbios edificios que a través de años han ido recibiendo restauraciones o reconstrucciones totales. Impera en ellos el estilo «neo»: neoclásico, neogótico, neorománico. Pocos son lo que en realidad quedan en pie en su forma original. Hasta se les ha ocurrido edificar un castillo que reúne todos los estilos arquitectónicos que se ven en esta ciudad: el de Vajdahunyad, construido entre los años 1896 y 1904, y que además trata de copiar un castillo en Transilvania, la cuna del Conde Drácula. Hermosos puentes llenos de leyendas e historias que cruzan el Danubio de modo vistoso. Amplias plazas, elegantes terrazas o cafeterías donde sirven chocolates que nada envidian a los de Viena, pastelerías de fama mundial como la de «Gerbeaud» o cafés con igual pedigrí como el «New York». Palacios convertidos en hoteles: el Gresham, hoy el «4 Seasons Hotel». O las fuentes termales que dan fama a Hungría, en especial a Budapest. Solamente en el casco urbano se cuentan 123 piscinas, provenientes de 14 fuentes de aguas medicinales, subterráneas, que fueron unificadas hace más de un siglo.

El edificio del Parlamento, el Palacio Real o Castillo de Buda, el Bastión de los Pescadores, la iglesia de Matías, la basílica de San Esteban, la Sinagoga nueva, la mayor del mundo después de la de Nueva York, los puentes que cruzan el Danubio. El impresionante espectáculo que ofrecen ellos y los monumentales edificios oficiales iluminados y reflejados en las aguas del Danubio... Todo hace de Budapest una ciudad digna de un pueblo que ha sabido resurgir admirablemente en sólo veinte años de haberse librado de la pesadilla comunista.

Foto: El Bastión de los Pescadores, Buda
Foto y texto: Ana Dolores García


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