17 de agosto de 2009


Una opinión:
De Pánfilo y de Juanes

Alejandro Almengol

La primera desgracia de Pánfilo puede achacarse a la mala suerte de estar borracho en el lugar donde a un músico cubano le filmaban un pequeño vídeo. Pero parece que Juan Carlos Gonzáez Marcos tiene un grave problema de alcoholismo, y atrás quedó la época en que trabajaba en la flota pesquera cubana y los tiempos en que formó parte de las Tropas Especiales del Ministerio del Interior. Entonces este hombre negro de 48 años pudo haber sido seleccionado para cualquier documental, como un ejemplo del presente y el futuro cubano. No sé si algo ocurrió en lo personal que torció su destino, pero según las noticias de la situación actual de la isla, Pánfilo destila simbolismo en los tres vídeos que parecen haber terminado por conducirlo a la prisión: en sus gestos, su bravuconería inocente, sus temores y verdades. Resultaría injusto decir que él representa a la Cuba actual, pero tampoco es correcto verlo como un caso aislado.

La segunda desgracia de Pánfilo es que no es rico y famoso. Lo segundo puede ponerse en duda. Su primer vídeo en YouTube ha sido visto por más de medio millón de personas. El problema, para Pánfilo, es que toda esta publicidad no le trajo riqueza sino prooblemas. «Nadie me pagó un centavo», dice en el segundo vídeo, donde en un tono que es tanto lamento como aclaración se da cuenta de que el papel al que lo han destinado -tanto en Cuba como en Miami- es al de víctima.

Acaba de ser sentenciado a dos años de cárcel por «peligrosidad social predelictiva». En un juicio celebrado a puertas cerradas, la sanción se fundamentó en el hecho de que no ha trabajado durante los últimos 10 años. Demasiado tiempo dedicado al «delito» de no tener empleo y muy cercano el proceso al día en que apareció el primer vídeo. Una advertencia a quienes viven en la isla: lo mejor es estarse tranquilo y no hacer manifestaciones públicas de tipo alguno.

En lugar de intentarlo para que reciba un tratamiento por alcoholismo, el hombre ha sido encerrado en una prisión, de acuerdo a las informaciones recibidas desde La Habana.

Al país que arresta y condena a un pobre diablo por el simple hecho de pedir comida en un vídeo, quiere ir el cantante colombiano Juanes. Pero no sólo eso. Desea además celebrar un concierto por la paz, con artistas famosos de varios países y otros de la isla. Sería mejor dedicarle más tiempo a la condena de Pánfilo y menos al concierto de Juanes, pero la realidad es otra.

¿Cómo interpretar el concierto? ¿Se trata de un respaldo al gobierno cubano o es simplemente un esfuerzo para que todos nos comprendamos mejor?

No creo que sea una pregunta fácil de responder. Descartar que el evento tiene un cariz político es demasiado ingenuo o bastante mal intencionado. Pero lo mismo cabe decir cuando se reduce a un acto de «propaganda castrista». También es muy candoroso el pasar por alto el aspecto publicitario de la ocasión. Aunque resulta imposible que cualquier actividad de este tipo -esté dedicada al hambre en Africa, a condenar la homofobia o a defender a las especies en peligro de extinción- no sea al mismo tiempo una oportunidad de publicidad gratuita para los artistas. ¿No lo son también todos los telemaratones que se hacen en este país y en esta ciudad, con idependencia de la nobleza de la causa?

No es la primera vez que ocurre; lo lamentable es que se repita. El concierto de Juanes en La Habana está provocando declaraciones cuya sensatez es opacada por la tergiversación, la ignorancia y el oportunismo.

A estas alturas, el evento en sí -las posiblidades de realizarse y su alcance- ha pasado a un segundo término en muchas de las opiniones de artistas vinculados de alguna forma con la comunidad exiliada de Miami. Lo importante para ellos es que se sienten obligados a señalar su posición política respecto al régimen de La Habana. Con Juanes o sin Juanes, parece ser la consigna.

Pero aún es que cuando se menciona el lado político del evento, que Juanes ha tratado de disminuir con declaraciones pero que está presente sin lugar a duda, se pasa por alto el hecho de que este objetivo ha sido acentuado por el sector más recalcitrante del exilio. Vigilia Mambisa y otros han actuado como un verdadero «grupo de apoyo al Comandante». Es más, no hay mejor propaganda para el gobierno de La Habana que la imagen de los miembros de Vigilia Mambisa destruyendo a martillazos las copias de los discos de Juanes y quemando una camisa negra. Sería bueno que de inmediato se iniciara una campaña en esta ciudad para alquilar un cine y mostrarles a esos señores lo que hacían los nazis con los libros y las obras de arte. Por lo menos, para que en su defensa futura alguien no pueda recurrir al argumento de la ignorancia.

Estar a favor o en contra de la celebración del concierto de Juanes no implica asumir una posición castrista o anticastrista. Es mucho más sencillo: reconocer que el exilio de Miami no tiene ni la razón ni el poder para prohibir o permitir cualquier actividad que un artista, cubano o no cubano, quiera realizar en la isla; admitir que tampoco hay derecho a estar interfiriendo en la vida de los que viven en Cuba. Lo demás es seguir alimentando la división y el odio, y aspirar a un poder que no se tiene: el de impedir que se realice un concierto donde los cubanos se diviertan un poco.

aarmengol@herald.com
El Nuevo Herald, 17 de agosto de 2009

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