30 de julio de 2009
El último Presidente
LA HABANA, (www.cubanet.org) - 18 años después de suicidarse la República al adoptar el rumbo totalitario, el 5 de abril de 1977, en la ciudad de Miami, se suicidaba el doctor Carlos Prío Socarrás, último presidente constitucional de la República de Cuba.
Su abuelo materno, Carlos Socarrás y Acosta, fue lugarteniente del general Antonio Maceo, y se lanzó al campo de batalla luego que soldados españoles mataron a machetazos a sus hermanos insurgentes. Así pues, el hecho de haber nacido en un hogar de vocación mambisa facilitó su temprano interés por los asuntos socio políticos del país.
Como todos los jóvenes de su generación -generación del 30 o primera generación republicana-, compartió los ideales de soberanía plena y antiimperialismo, alimentados por la frustración de una Enmieda Platt que limitaba nuestra independencia.
No abrazó Carlos Prío las ideas marxistas que entonces proliferaban en los predios universitarios. Era de los que veía la solución a los problemas nacionales dentro de un marco institucional democrático como única garantía de respeto a los derechos civiles y políticos. No aceptaba que el remedio a los males del país pasase por una dictadura, aunque ostentara el pomposo nombre de dictadura del proletariado.
Fue un activo líder estudiantil, destacándose por su participación en la lucha contra la dictadura de Gerardo Machado y Morales, ex general del ejercito mambí, que gobernó Cuba en el período 1924-1933.
Presidente del Directorio Estudiantil Universitario (DEU), pasó dos años en prisión debido a actividades antigubernamentales. Durante el gobierno de Ramón Grau San Martín (1944-1948), fue designado ministro de Trabajo, y posteriormente primer ministro. Fue, además, miembro de la Asamblea Constituyente de 1940, y senador de la República. Puede decirse que de aquella hornada de líderes antimachadistas, su figura emergió llena de prestigio y simpatía popular.
En los comicios generales de 1948 resultó electo presidente de la República junto a Guillermo Alonso Pujol como vicepresidente.
El gobierno de Carlos Prío ha sido el más criticado de todos cuantos tuvo la República. Siguiendo preceptos leninistas, la revolución cultural ha difundido la idea de que nuestra vida nacional nació el primero de enero de 1959. Así, pues, la etapa prerrevolucionaria constituye una pesadilla que por horrenda y tenebrosa no merece ni siquiera mencionarse. Una retahíla de intelectuales se encarga de tergiversar, ocultar y manipular el pasado de modo que el presente, aún siendo imperfecto o malo, resulte preferible.
Lo históricamente cierto es que en aquella República, que pese a sus deficiencias marchaba a la vanguardia del progreso continental y mundial, el gobierno de Prío representó un peldaño en la escalada de éxitos hacia el desarrollo material y espiritual del pueblo de Cuba.
Queriendo garantizar una política de cordialidad entre los cubanos su gobierno garantizó el regreso de todos los exiliados políticos, entre ellos, el de Fulgencio Batista. El hombre que le daría el golpe de estado el 10 de marzo de 1952.
Se creó el Banco Nacional de Cuba y de Fomento Agrícola Industrial (BANFAIC). El primero, con múltiples funciones de incalculable provecho, entre ellas la de ser agente financiero y consejero económico del estado, así como la de ejercer un efecto compensatorio sobre la banca privada. El BANFAIC, destinado a crear, fomentar y mantener las facilidades financieras a fin de desarrollar y diversificar la producción.
Otras leyes complementarias de la Constitución de 1940 implementaron el Tribunal de Cuentas y el de Garantías Constitucionales. Ambas instituciones encaminadas al reforzamiento del estado de derecho y la fiscalización de la gestión gubernamental para evitar la corrupción.
La violencia callejera y la corrupción administrativa fueron dos males que ensombrecieron la obra de gobierno del doctor Carlos Prío Socarrás.
La primera no ofrece lugar a dudas. Esta representada por la violencia política cuya corriente siempre arrastra buena dosis de agresividad civil.
No pocos grupos que originalmente hicieron causa común en la contienda antimachadista, ahora luchaban entre sí a punta de pistola, escenificando enfrentamientos armados y las más diversas formas de brutalidad y salvajismo.
El gobierno priista, cuyos máximos exponentes habían participado en la batalla revolucionaria, no era el más indicado para luchar contra un mal con el cual tenía complicidad histórica. Aunque justo es decir que los primeros grupos de "gatillo alegre" eran anteriores a los gobiernos auténticos. Lo más curioso es que tales grupos se llamaban a sí mismos "revolucionarios", como motivo de orgullo común, y cada uno se consideraba único depositario de tal atributo. Algunos derivaron en vulgares asaltadores de bancos, como forma de prolongar el hábito guerrero adquirido en la lucha revolucionaria.
El mal no es privativo de Cuba. Son desgracias que arrastran las revoluciones cuando no hay repartos de piñatas entre sus protagonistas.
En cuanto a la corrupción, el fenómeno es más complejo. Al abrigo de una libertad de expresión reconocida hasta por sus más enconados enemigos, los adversarios políticos de Prío le atribuyeron a su gobierno los más escandalosos robos, pillajes, malversaciones y un alto grado de nepotismo. Sin embargo, fue bajo su mandato que se aprobó la creación del Tribunal de Cuentas, así como la ley contra el gangsterismo.
Uno de los más furibundos acusadores de este gobierno fue Eduardo Chibás, y lo pagó con la vida cuando, imposibilitado de demostrar la culpabilidad del ministro de Educación, Aureliano Sánchez Arango, a quien acusaba de ladrón, optó por darse un pistoletazo en el vientre. Hasta un desconocido y recién graduado abogado de nombre Fidel Castro acusaba al presidente de malversador, sin que por ello fuera molestado o perdiera un pelo del cabello.
Algunos personajes acusados de ladrones envejecieron y murieron en el exilio, y no precisamente nadando en riquezas, lo cual contradice la tesis de un pasado de fraude, peculado y malversación.
Lo rigurosamente cierto es que durante el mandato de Carlos Prío existía una absoluta libertad de expresión, y el cubano gozaba de todos los derechos democráticos consagrados en la Constitución. El entonces presidente de la República pudo decir que en su gobierno había derecho hasta para calumniarlo. Pero dejemos que sean los propios protagonistas quienes hablen.
En el alegato "La historia me absolverá", el entonces joven Fidel Castro decía:
"Os voy a referir una historia. Había una vez una República. Tenía su Constitución, sus leyes, sus libertades; presidente, Congreso, tribunales; todo el mundo podía reunirse, asociarse, hablar y escribir con entera libertad. El gobierno no satisfacía al pueblo, pero el pueblo podía cambiarlo y ya sólo faltaban unos días para hacerlo. Existía una opinión pública respetada y acatada, y todos los problemas de interés colectivo eran discutidos libremente. Había partidos políticos, horas doctrinales de radio, programas polémicos de televisión, actos públicos y el pueblo palpitaba de entusiasmo".
Todo ello parece conceder legitimidad a la siguiente invocación de Carlos Prío a José Martí.
"Padre y Apóstol, óyeme: que de la vacía cuenca de tus ojos corran lágrimas de dicha, pues en esta isla tuya, en esta patria que tu has alimentado antes de que naciera, ningún cubano sufre persecución, ni presidio ni tortura porque piense, porque hable: por respeto a ti, padre y Apóstol, hasta el insulto y la calumnia crecen libremente bajo las alas de tu bandera".
Este 20 de mayo de 2007, cuando se cumplen 105 años del nacimiento de la República, es fecha propicia para el recuerdo de nuestro último presidente constitucional. Aquel que, pese a los errores y defectos de su gobierno, pudo decir que bajo su mandato las cárceles estaban vacías de presos políticos, y la familia cubana, en pleno, unida al abrigo de las palmas y bajo el sol radiante de la patria.
Oscar Mario González, 2007
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