La risa y la canción
Rev.
Martín N. Añorga
Hoy
quiero dedicar mi artículo a Xiomara Alfaro, una gloria musical de Cuba
cuya voz paseó el mundo. Ha sido llamada “La Alondra de la Canción” y también
“El Ruiseñor de la Canción”. Xiomara
está disfrutando de un merecido retiro en un acogedor pueblo del suroeste de
Florida, y ya no aparece en los grandes escenarios que en el pasado les fueron
propicios, aunque estamos seguros de que personas incontables la identificarían
por su voz única y preciosa entonando la bella melodía Siboney. Xiomara es una voz de ayer que se hace
siempre de hoy.
Siboney es una antológica canción que compusiera el legendario autor Ernesto
Lecuona en el año 1929. ¿Recuerdan sus frases iniciales? “Siboney, yo te quiero, yo me muero por tu
amor”. Esa canción ha sido traducida a
varios idiomas. En inglés la hizo
famosa Bing Crosby en el año 1945; pero en nuestro idioma, la glorificó Xiomara
Alfaro “con su voz de soprano de coloratura de impresionantes agudos”.
Conocí personalmente a Xiomara y a su esposo el genial músico panameño Rafael
Benítez, hace un par de décadas. Hoy día Rafael y Xiomara cuentan encantados
más de 50 años de un matrimonio feliz y ejemplar. Son cristianos militantes que
viven y proclaman con nobles actos la fe que les sostiene.
Algo que me ha llamado la atención de Rafael y Xiomara es la sencillez que les
caracteriza. Viven humildemente, sin las paredes cubiertas de proclamas ni las
vitrinas repletas de trofeos. Hablar con ellos es un contrato con la alegría. A
Xiomara hay que escucharla reír. Si bien su canto es un regalo celestial, su
risa es un encanto, desbordante, musical y contagiosa. Parece una adolescente
cuando expresa su alegría. La hemos visto con la salud quebrantada; pero jamás
con su risa clausurada. Le hemos conocido, como a todo ser humano, en momentos
de quebranto y dificultades; pero jamás la hemos visto huérfana de su risa. Es
una mujer feliz, con larga historia de triunfos sobre sus hombros, siempre
anclada en los brazos de su esposo, y haciendo gala de una simpatía con perfil
angelical.
Xiomara nació un sábado 11 de mayo, pocas horas antes de la celebración del Día
de las Madres. El año no lo mencionamos a pesar de que a ella no le molestaría,
sino porque a nosotros nos interesa ser respetuosamente discretos. Su primera
intención fue la de hacerse enfermera, vocación propia de alguien que ama
al prójimo que espera que manos amables le alivien el dolor; pero le gustaba cantar,
a solas y sin maestros.
Cuenta ella que conoció a un joven
bailarín llamado Alejandro a quien le gustaba escucharla cantar, y en cierta
ocasión la invitó a que acudiera al Teatro Martí donde se llevaría a cabo el
ensayo de una revista musical llamada “Batamú”. El director y compositor de la
revista, el profesor Obdulio Morales le pidió que interpretara una canción. “Yo
canté Siboney” –cuenta Xiomara, y añade con matiz de ingenuidad, “y acto
seguido me contrató”. Ese fue el
comienzo de una larga carrera de más de medio siglo de éxitos continuados, y
siempre coronados con una avalancha de aplausos.
Poco después Xiomara fue estrella en la revista “Bobelle”, en el afamado centro
nocturno “Sans Souci”. Y casi de inmediato cantaba ya como parte de un coro en
uno de los más conocidos cabarets del mundo, “El Tropicana”, donde
posteriormente fue aclamada como intérprete de canciones como “Luna Rosa”,
“Moliendo Café”, “Serenata Mulata” y su inseparable “Siboney”.
El destino de Xiomara estaba diseñado. Ya
conocida como excepcional intérprete de la música en todas sus variaciones, fue
contratada por Katherine Dunham, famosa intérprete de la danza, coreógrafa,
autora, educadora y activista social, quien falleciera a la edad de 96 años
dejando atrás una estela de respeto para las personas de la raza negra que
incursionaron por los bellos caminos del arte. Por vez primera participó
Xiomara de una gira por el continente europeo, actuando en España, Portugal,
Bêlgica y Francia, llegando, incluso, a Grecia. Después
de este recorrido extra continental, Rafael y Xiomara fueron conquistadores del
mundo en reiteradas ocasiones.
Al regresar a La Habana volvió, ya
como intérprete de fama mundial a El Tropicana, y de aquí se convirtió en la
viajera que difundió en disímiles escenarios la voz de la música cubana, con
espíritu patriótico y muy respetable profesionalismo. Cuando uno habla
con Rafael Benítez, esposo y admirador número uno de Xiomara, se fascina
escuchando las anécdotas de las experiencias vividas en las grandes ciudades de
América Latina, Estados Unidos, Europa y otros distantes rincones del mundo.
“¡Conozco más de 36 países!”, interviene Xiomara, y exclama que como Cuba no
hay otro lugar. Ha hecho saber que cuando muera debe ser incinerado su cuerpo y
esparcidas sus cenizas alrededor del mar que acaricia las costas cubanas.
Un dato muy especial sobre Xiomara es que no tan solo se presentó en teatros y
centros nocturnos de renombre, sino que fue estrella radial y actriz de cine.
Participó en el filme “Mambo”, con Silvana Mangano y Victorio Gassman.
Pudiéramos seguir la espléndida carrera de Rafael y Xiomara; pero queremos
dedicar parte de este trabajo para referirnos a estas dos distinguidas
personalidades en términos de la amistad que nos hermana. En cierta ocasión, ya
Xiomara había abrazado la fe evangélica, le pregunté cómo se sentía en el
ambiente un tanto mundanal de los clubes nocturnos. Nos confesó que jamás bebía
alcohol ni caía en temas impropios de su acreditada identidad profesional.
Es más, me dijo en medio de su sonora
y contagiosa risa, que siempre terminaba sus presentaciones cantando el “Padre
Nuestro”. Le pregunté asombrado, “¿El Padre Nuestro en un cabaret?”. “Pues sí,
- me respondió- y si viera como la gente guarda silencio y hasta baja la
cabeza, usted no lo cree. Los más grandes aplausos son como un amén a mi Padre
Nuestro”.
Por varios años Rafael y Xiomara participaron de los servicios de Acción de
Gracias que celebrábamos en la iglesia de la que fui pastor. Los feligreses no
cabían en el templo y afuera del mismo se congregaban para disfrutar de las
melodías de Xiomara numerosas personas. Eran mañanas que se convirtieron en
inolvidables.
Recuerdo que
terminadas las actividades se aglomeraban sobre Xiomara, para abrazarla y
agradecerle el regalo de su prodigiosa voz, sin que ella manifestara molestia
alguna, haciendo una larga fila, los feligreses agradecidos. No olvido a la ancianita que no quería
separarse de Xiomara. Me dijo, entre
lágrimas, que siempre quiso conocerla y que ahora no quería apartarse de ella.
Durante una larga etapa de diez años Xiomara y Rafael se fueron a residir a la
populosa ciudad de Atlanta. Pocas veces vinieron a Miami a participar de actos
artísticos, aunque visitaron la ciudad de Tampa, donde Xiomara cubrió de
gloria, con el matiz angelical de su voz, los cielos de la histórica urbe donde
pronunciara Martí uno de sus más preciados discursos.
No olvido su última aparición pública en los predios del Auditorio Dade
County. Por el escenario desfilaron figuras casi míticas de la canción.
Recuerdo que Blanca Rosa Gil dejó el escenario del famoso anfiteatro con el eco
de una de sus más lindas canciones. Le
correspondió después el número final a Xiomara Alfaro, en una noche que
se sentía adolorida para permanecer de pie. Apareció, con su baja estatura,
andando despacio y se situó con aire triunfal frente al micrófono. Cuando soltó
el poder de su voz, se estremeció el público. Vi
lágrimas en los rostros y hasta vi agigantarse a aquella mujer que nos llenaba
el corazón de ternura. La aplaudieron,
de pie, por varios minutos al tiempo en que los gritos de alabanza
resonaban como un impresionante coro de tributos.
Confieso que esa noche, lloré. Le dije después a Xiomara que nunca había
experimentado una tan intensa emoción. Ella,
con una sencillez adorable, susurró una humilde frase de gratitud a Dios.
Dos palabras he usado para referirme a Xiomara Alfaro: “RISA Y CANCION”, y lo he hecho así porque Xiomara canta pintando
flores en el cielo y ríe con una felicidad y una alegría que nos contagia el corazón
de paz.
Diciembre
del 2014
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