Salvador Dalí,
catalán y antinacionalista
Víctor Fernández, Barcelona
La Razón, Madrid
El próximo 23 de enero se cumplirán 25
años de la muerte de Salvador Dalí en una habitación de un hospital de su
Figueres natal. Sin embargo, cuando el pintor expiró hacía mucho tiempo que
había dejado de permanecer en el mundo de los vivos. Se había pasado buena
parte de esa década agonizando al saberse enfermo y mortal, sin poder pintar
por culpa de su párkinson y al ver que su mundo se venía abajo tras la
desaparición de su inseparable Gala. En ese tiempo, Dalí estuvo enfrentándose
solo a sus demonios, renunciando a comer –aunque finalmente le obligaran a
hacerlo mediante una sonda– y pesando unos escasos 34 kilos.
En ese
tiempo, cuando muchos creían que el fallecimiento del artista iba a ser
cuestión de pocos días, se produjo un intento de aproximación a Dalí por parte
de la Generalitat de Cataluña. Eran los años de Jordi Pujol al frente de la
institución y el escenario no era fácil. Dalí no había sentido ningún interés
por dialogar con Pujol y seguía dolido con Cataluña.
Motivos había de los más variados,
especialmente el hecho de que institucionalmente nunca se le hubiera apoyado.
La presencia del artista en los museos barceloneses era prácticamente nula, con
la excepción de unas contadísimas obras de juventud. Este hecho contrastaba con
las adquisiciones que el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid –el futuro
Centro Nacional de Arte Reina Sofía– había hecho en el pasado, especialmente
con la serie de cuadros protagonizados por su hermana Anna Maria Dalí de
espaldas.
Dolidos con Figueres
Las
cosas no se acababan aquí. Salvador Dalí y su musa Gala daban nombre a una
plaza en Figueres, la que está situada frente al museo del artista. Tras la
muerte de Franco, el primer ayuntamiento de la democracia decidió retirarles
ese honor.
Obviamente Dalí quedó dolido y decidió
recogerlo todo para marchar fuera de su país. El que entonces era secretario
del artista, Enrique Sabater, explicó en muchas ocasiones al autor de estas
líneas que esa huida, dolorosa y sin hacer ninguna publicidad, era fruto del
desprecio que habían recibido de las autoridades de Figueres. Los tres viajeros
marcharon a París con la intención de trasladar su residencia posteriormente y
de manera definitiva al Principado de Mónaco.
Al
menos, la casa donde vivirían ya estaba comprada. Una carta enviada por el
presidente de la Generalitat Josep Tarradellas –con copia hoy en los archivos
del político en el monasterio de Poblet– y unas gestiones del Rey hicieron
posible que las aguas volvieran a su cauce. Hoy Figueres tiene por fortuna una
plaza llamada de Gala y Salvador Dalí.
Había
más heridas desde Cataluña. A Dalí se le echaba en cara su apoyo incondicional
a Franco, su falta de simpatía a la oposición durante los años de la dictadura.
Pero había matices que no se tenían en cuenta
Mientras
tanto, si bien es cierto que en privado, Dalí se mofaba de Franco, llamando a
Gala, en la intimidad de su hogar de Port Lligat como «mi Caudilla» o «mi
Generalísima»…. Pero a Dalí no le
quedaba otra que estar a buenas con el régimen para poder acabar las obras de
su museo y que él mismo financió. En sus encuentros con el dictador, Dalí llegó
a hablarle de la recuperación de la monarquía apoyándose en su amigo el
filósofo Francesc Pujols.
El
hombre que había presumido de ser el primer catalán en pasearse por Nueva York
con la tradicional barretina, había hecho algunos importantes esfuerzos por ser
comprendido por los suyos. Un ejemplo lo encontramos en 1975, mientras Franco
agoniza, con la instalación ante la puerta del museo del primer monumento en
Cataluña dedicado a la memoria de Francesc Pujols. El problema fue la
colocación de una placa con la inscripción en catalán: «El pensamiento catalán rebrota siempre y sobrevive a sus ilusos
enterradores».
Sabater
fue el encargado de negociar con las autoridades de la época que se permitiera
la instalación, todavía hoy en pie, un hecho que no fue fácil.
No sabemos
si Pujol estaba informado de todo esto cuando trató de acercarse a Dalí y
aprobó el 30 de diciembre de 1981 que se le concediera la medalla de oro de la
Generalitat. El president se la
entregó en un acto oficial celebrado al año siguiente en el museo de Figueres
con la presencia del poeta J. V. Foix, un amigo de juventud de Dalí…
Pero
todo iba mal mientras se iban vaciando las cuentas corrientes de Dalí a
mediados de los años 80, en teoría para pagar los gastos sanitarios del célebre
paciente, como admitió el último secretario del pintor, Robert Descharnes, al
autor de este reportaje.
El
último testamento, realizado a mediados de los 70 y con Cataluña como heredera,
fue modificado finalmente el 20 de septiembre de 1982. El Reino de España
pasaba a ser el heredero de la obra y Descharnes el responsable de la gestión
del patrimonio. Cataluña no aparecía citada. Dalí, en el último momento, ignoró
a Pujol.
Hay un
epílogo más triste. En el Museo de Historia de Cataluña, en el apartado
dedicado al último siglo XX, no aparecen ni Pla, ni Dalí pero sí Espriu o Miró
para referirse a representantes de la cultura.
Extractado
de La Razón, Madrid
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