¿Dónde están los guajiros
de Abela?
Yoani Sánchez
La composición es casi
circular, compacta. Los ojos recorren una línea en espiral que comienza en el
zapato de un hombre sentado en primer plano y concluye en el gallo que otro
sostiene. Hay paz, vestigios de una buena conversación y en el fondo un poblado
de casitas de madera y yagua. Seis campesinos cubanos han sido representados en
esta pintura de Eduardo Abela, tan conocida como plagiada. Tienen rostros
curtidos por el sol y rasgos un tanto indígenas. Son magnéticos, irresistibles.
La mirada se nos va también hacia los detalles de la indumentaria. “De punta en
blanco”, sombrero impecable, mangas largas, quizás con telas almidonadas para
la ocasión.
Contagiada por la familiaridad
de la pintura, salgo al campo, me adentro en los surcos donde tantas veces he
estado cosechando tabaco, frijoles, ajo… Voy en busca de esa unidad primigenia
de la cubanidad que es el hombre
rural. Sin embargo, bajo el sol abrasador de agosto en lugar de aquellos
“guajiros de Abela”, me encuentro gente vestida con atuendos militares.
Pantalones de verdeolivo, camisas que
hace años perdieron las charreteras, viejas boinas de alguna batalla que nunca
ocurrió. Se cubren con uniformes de las Fuerzas Armadas o del Ministerio del
Interior, para enfrentar así los rigores del campo. No tienen muchas opciones.
En el mercado informal es más
fácil comprar una chaqueta de oficial que una camisa para tareas agrícolas.
Cuesta menos una gorra de policía que un sombrero de yarey. Los cintos de cuero
de vaca también quedaron en el pasado; ahora es más fácil y barato encontrar
aquellos que se utilizan en el ejército. Con el calzado ocurre otro tanto. Las
botas de goma escasean y en su lugar los hombres y mujeres de la tierra, llevan
zapatos diseñados para la trinchera y el combate. En un país militarizado hasta
en los más mínimos detalles, lo castrense se impone por sobre la tradición. El
guajiro actual –por su vestimenta- se parece más a un soldado que a un
agricultor.
El centralismo estatal fue
secando la producción autónoma de ropa destinada a faenas agrícolas. Ni
siquiera las recientes flexibilizaciones para el trabajo por cuenta propia, han
fomentado este renglón. No se trata sólo de un tema económico o de
abastecimiento, con esta situación se están afectando también cuestiones de
nuestra idiosincrasia y de nuestras costumbres populares. Una versión actual
del cuadro de Abela, nos dejaría la impresión de estar ante un grupo de
milicianos con ropa ajada, que posan para el pintor en medio del campamento… a
punto de sonar la diana.
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