3 de mayo de 2013

EL CAPITOLIO DE LA HABANA


El Capitolio de La Habana


 Por Jorge Luis Curbelo

 
En el lugar que hoy ocupa el edificio más imponente de La Habana funcionaron durante el período de la colonia un hermoso Jardín Botánico y la Estación Ferroviaria de Villanueva, pero mucho antes se encontraba una ciénaga vasta e insalubre, que los vecinos de la ciudad convirtieron con los años en gigantesco vertedero, hasta hacer de sus miasmas fétidas un terreno firme. A partir de 1863, después de demolerse las murallas protectoras de La Habana, el espacio quedó conectado al Paseo de Marte y se hizo más distinguida la presencia de la Fuente de La India o de la Noble Habana, realizada por el artista italiano Giuseppe Gaggini e instalada en el lugar en 1837.

La construcción del Teatro Tacón, devenido luego Sociedad Centro Gallego de La Habana y Gran Teatro García Lorca; la aparición en la esquina opuesta de otro bonito teatro – levantado por iniciativa del catalán don Joaquín Payret– ; así como la proximidad de hoteles como el Inglaterra y el Plaza, y de sitios tan concurridos como la Acera del Louvre, el propio paseo del Prado (antes de Isabel II y hoy Martí) y de otras tantas edificaciones alzadas en los terrenos que antes ocupara la muralla, hicieron de esta zona citadina uno de sus enclaves turísticos por excelencia.

Por otra parte, la octogenaria estación ferroviaria de Villanueva resultaba a la sazón mal ubicada e insuficiente; en una ciudad que requería ordenarse a tono con los nuevos tiempos, su importancia y crecimiento demográfico y comercial.

Entonces La Habana concentraba más de 350 mil habitantes, brindaba entre las primeras del mundo servicios telefónicos automáticos, en las radas de su bahía amarraban decenas de mercantes a la quincena y por sus calles circulaba más de un millar de automóviles y se habían abierto, además, varias rutas de tranvías.

Bajo esas realidades, el 20 de julio de 1910 el Congreso decidió permutar los terrenos particulares de la vieja estación ferroviaria por los estatales del antiguo Arsenal, para liberar el bien ubicado espacio y destinarlo, en principio, a acoger la futura sede del Palacio Presidencial.

Las obras para el proyecto original se iniciaron en 1912, sin llegar a término. Fueron retomadas en 1917 con otro objetivo: construir la sede del legislativo cubano, ahora con diseño de los arquitectos Félix Cobarrocas y Mario Romañach. Debieron, sin embargo, interrumpirse también, a causa de las dificultades económicas derivadas de la Primera Guerra Mundial, que no dejaron de repercutir en Cuba.

Al asumir como presidente en 1925, Gerardo Machado encargó a su ministro de Obras Públicas, Carlos Miguel de Céspedes, resolver el dilatado asunto con la petición expresa de que la obra pudiera convertirse en hito de su plan personal de embellecimiento de la ciudad. A tales efectos, entre otras eminencias de la arquitectura en Cuba de ese tiempo, fueron convocados Evelio Govantes, Félix Cobarrocas, Raúl Otero, Eugenio Raynieri Piedra y José María Bens, entre otros.

Un tribunal de gobierno creado para evaluar los proyectos, hizo pública su aceptación y mediante Decreto presidencial del 18 de enero de 1926, las labores constructivas del Capitolio se dispusieron a subasta, la cual se adjudicó la casa Purdy & Henderson Co., ya entonces con vasto currículo en la propia Habana: el banco Gómez Mena, el Centro Gallego, el Asturiano y la Lonja del Comercio.

Tres años y 50 días de laboreo constructivo

De notable belleza, el Capitolio fue construido en sólo tres años y 50 días, una verdadera hazaña para su complejidad y magnitudes – 13 484 m2 de área edificada con exquisitas terminaciones y decorados y 26 mil 391 de jardines hermosamente diseñados por el urbanista francés Jean Claude Forestier, con paseos, aceras, bancadas y un centenar de farolas de hasta cinco luces, construidas en bronce, hierro y concreto. Sus dimensiones monumentales, las exigencias del diseño, la elegancia proverbial y el bien proporcionado equilibrio de sus escalas, elevan a este emblemático edificio a la condición de joya arquitectónica del hemisferio occidental; y le sitúan desde la década del 30, entre los símbolos de La Habana y sitio de obligada visita.

Pese a su majestuosidad, el Capitolio no ofrece una apariencia apabullante, ni resulta chocante en su entorno. La horizontalidad de su fachada se interrumpe armónicamente por admirables columnas, y lo rígido de sus ángulos terminales se suaviza por los remates en forma circular de los extremos del inmueble, siendo su esbelta y alta cúpula central –61 metros y 75 centímetros de altitud desde el Salón de los Pasos perdidos y 92 metros y 73 centímetros sobre el nivel del mar--, un filón por donde se fuga en vertical perspectiva el extendido cuerpo rectangular capitolino.

En su construcción se concentró una fuerza de ocho mil obreros repartidos en tres turnos diarios; y fueron utilizados 5 millones de ladrillos, 150 mil bolsas de cemento, 32 mil metros cúbicos de arena y otros áridos, 3 mil 500 toneladas de acero estructural, 2 mil toneladas de cabilla, 40 mil metros cúbicos de piedra y 25 mil de piedra de Capellanía, que se trasegaba en bloques de hasta 9 toneladas por vía ferroviaria, después de extraerse de una cantera al sur de La Habana.

Grúas de las más eficientes para la época, sierras con discos de diamantes, herramientas especializadas, máquinas de aire comprimido y una permanente labor de adiestramiento que asumieron maestros canteros nacionales y otros que vinieron del exterior, contribuyeron a que la cantería –la especialidad constructiva en que se sustentaba el proyecto–, no se convirtiera en un problema para los cronogramas pautados por la Purdy & Henderson Co., cuyo más fuerte tropiezo fue el devastador ciclón de 1926.

La rigurosa organización y el exhaustivo manejo logístico que incluía a numeroso personal de apoyo en cocinas y otros servicios; más la estrecha coordinación con los numerosos artistas, consejeros y suministradores nacionales e internacionales, también resultaron decisivos para la evolución exitosa del proyecto.

Al costo de un generoso presupuesto de 16 millones 640 mil 743 pesos y 30 centavos (con valor similar al dólar USA del momento), que resultaba en extremo desmesurado frente a las necesidades de un país que vivía uno de sus peores tiempos, Machado al fin inauguró el Capitolio el 20 de mayo de 1929, dando por satisfecho el mayor de sus grandes sueños presidenciales.

Paseando por los interiores

Hacia la entrada principal del Capitolio conduce una escalera de granito con 16 metros de ancho y 55 pasos, escoltada por dos esculturas en bronce del artista italiano Angelo Zanelli; por la izquierda, la que simboliza el trabajo y por la derecha, la que representa la virtud tutelar del pueblo. Las ventanas están coronadas por metopas de piedra esculpida, con temas que simbolizan aspectos de la vida nacional como el tabaco, la industria azucarera, el comercio, la justicia y la navegación, entre otros, realizadas por artistas cubanos e internacionales como Juan José Sicre, Esteban Betancourt, Alberto Sabas, León Drouker y Remuzzi. 


Como primera e inevitable visión tras acceder al inmueble aparece la enorme Estatua de la República, laminada en oro y ubicada sobre sólido pedestal de mármol ónix. Luce sobria e imponente sujetando lanza y escudo; y con su altura de casi 20 metros y un peso de 49 toneladas está considerada la tercera mayor del mundo bajo techo, después del Buda de Oro de Nava, en Japón, y el majestuoso Lincoln de Washington, en Estados Unidos.

En línea recta tras el umbral está la estrella de mármoles en cuyo centro un diamante (hoy una réplica) ubica el kilómetro cero de la Carretera Central, otra de las obras que durante el tiránico gobierno de Machado fueron construidas en Cuba. Este es el mismo centro del enorme Salón de los Pasos Perdidos, obra cumbre del Capitolio, cuyo destino eran las grandes recepciones de las dos cámaras en que estaba dividido el poder legislativo en Cuba. 


 Más de seis variedades de mármoles finos pueden verse a simple vista mientras se recorre este gran espacio de mil 740 metros cuadrados (120 de largo, 14.50 de ancho). Destacan las pilastras de piedra verde que escoltan los ventanales con bases y capiteles de bronce dorado sobre un zócalo corrido de mármol Portoro, las 42 puertas que dan acceso a las logias y extremos del edificio, los 25 bancos italianos finamente trabajados, los 32 candelabros o torcheras fundidos y cincelados en Francia, así como las metopas de bronce a relieve, con imágenes de la vida socio-cultural romana.

Los techos de bóveda de cañón están primorosamente decorados con colores renacentistas y unos trabajos de yesería que son admirables de principio a fin y del que resulta curiosa su simetría con el diseño de los pisos. En cada extremo, puertas idénticas de aspecto neoclásico con columnas adosadas de mármol cipollino, considerado el mejor del mundo, y un frontón de mármol giallo San Ambrosio centrado por el escudo en bronce de Cuba, llevan a algunos de los bonitos salones del Capitolio.

Y mientras se va hacia ellos, de un lado se extienden en forma de galerías abiertas a la luz y al aire las logias laterales del edificio; y del otro, los patios interiores, tan típicos de Cuba, con algunas piezas hermosas como la estatua del Ángel Caído.



Lujos de la Cámara y el Senado

Tomando como punto de partida el referido diamante del centro del vestíbulo, hacia la derecha se encuentra el hoy llamado hemiciclo Camilo Cienfuegos, antes dedicado a las reuniones de la Cámara de Representantes y que en la actualidad funciona como uno de los mejores recintos para eventos y congresos del Capitolio que, además de albergar en su primer y último niveles al Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, constituye un activo centro de esta modalidad turística en el país.

Una joya también de este lado del inmueble es el Salón Baire, con techos de filigranas rococó y de atmósfera renacentista; así como el Salón Bolívar, conservado intacto con sus fabulosos espejos venecianos y la elegancia refinada de la Francia napoleónica. Por la galería posterior se encuentran los salones Yara y Jimaguayú, originalmente dedicados a las sesiones de los comités de la Minoría y la Mayoría Palamentarias; y hacia el centro, con un cromatismo sobresaliente y nítido estilo del renacimiento italiano y aderezado por decoraciones que aluden a las musas del saber y del pensar, el vestíbulo de la imponente biblioteca Martí, antes reservada a los congresistas.

Siguiendo hacia el ala sur del edifico, se encuentran salones como el Duaba y el Guáimaro y más adelante, el hemiciclo Frank País, dedicado antes a las sesiones del Senado, luciendo metopas, una preciosa puerta empanelada y la bien diseñada tribuna, con una secuencia de pilastras corintias de capiteles a base de finos mármoles entre los ventanales amplios.

Aunque jamás nadie se ha aventurado en la difícil tarea de sugerir el tiempo necesario para recorrer el Capitolio, guías y operadores de este tesoro arquitectónico de Cuba recomiendan un mínimo prudencial de dos horas para pasearlo, conociendo que sus múltiples salones repletos de decorados y filigranas, serán motivo de atención y detenimiento, incluso para los visitantes más presurosos. En todo caso, lo que no tiene discusión es la elegancia primorosa del antiguo palacio legislativo de Cuba; mucho más que un recuerdo del pasado, orgullo presente y vivo de La Habana.

«El Capitolio es de innegable belleza, serena y majestuosa, de líneas puras y severamente clásicas, de proporciones admirables donde contrasta la horizontalidad de las fachadas con la elegante esbeltez de la cúpula»,  Emilio Roig de Leuchsering

Sus dimensiones monumentales, las exigencias del diseño, la elegancia proverbial y el bien proporcionado equilibrio de sus escalas, elevan a este emblemático edificio a la condición de joya arquitectónica del hemisferio occidental.

El Capitolio está ubicado en Industria, esq. a San José, Habana Vieja, próximo al Parque de la Fraternidad, la Fábrica de Tabacos Partagás, el Gran Teatro de La Habana, el Hotel Inglaterra y el emblemático Paseo del Prado. Abre al público diariamente de 9:00 a.m a 7:00 p.m. Brinda servicios de recorridos libres o con guías y es sede habitual de eventos de diferente carácter.
  
Reproducido de
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SEÑOR CAPITOLIO


 
Señor Capitolio


Por Yoani Sánchez

El Capitolio de La Habana empieza a salir de su largo castigo.

Como un niño penitente, ha esperado 54 años para que le regresen su condición de sede del parlamento cubano. Transitó por todo, fue museo de ciencias naturales con animales disecados -llenos de polillas- y en uno de sus pasillos se abrió el primer local público de Internet en la capital cubana. Mientras los turistas fotografiaban la enorme estatua de la República, miles de murciélagos colgaban de sus altísimos y decorados techos. Dormitaban de cabeza durante el día, pero de noche revoloteaban y dejaban sus heces pegadas en las paredes y las cornisas. 

Allí se fueron acumulando por décadas, entre la indiferencia de los empleados y las risillas de los adolescentes que señalaban a los residuos y decían “mira, mierda, mierda”. Ese es el edificio que conozco desde niña, caído en desgracia, pero imponente aún.

A los visitantes siempre les cautiva la historia del diamante que marca el punto cero de la Carretera Central, con su dosis de maldición y de codicia. También al observar este coloso neoclásico, esos mismos viajeros confirman –lo que sabemos pero nadie dice en voz alta- que “se parece muchísimo al Capitolio de Washington”. En esa similitud radica parte de los motivos para el ninguneo político que ha padecido nuestro edificio insigne. Demasiado evocador de aquel otro; evidente primo hermano de uno que pasó a significar la imagen del enemigo. Pero como por decreto no se erigen los símbolos arquitectónicos de ninguna ciudad, su cúpula siguió conformando el rostro habanero, junto al Malecón y al Morro que se levanta a la entrada de la bahía. 

Para quienes llegan desde provincia, la foto frente a la amplia escalinata de este gran palacio, resulta obligatoria. Su cúpula es además la más reflejada en pinturas, fotos, artesanías y cuanta baratija alguien quiere llevar de vuelta a su país para decir: estuve en La Habana. Mientras insistían en quitarle importancia, más protagónico se hacía. Mientras mayor era el estigma sobre él, su mezcla de hermosura y decadencia se volvía más subyugante. Entre otras razones porque en las décadas posteriores a su edificación –y hasta el día de hoy- ninguna otra construcción en la Isla ha logrado superarlo en esplendor.

Ahora, la Asamblea Nacional del Poder Popular comenzará a sesionar justo donde una vez se reunía aquel congreso de la República de Cuba, del que tan mal nos hablan los libros oficiales de historia. Me imagino a nuestros parlamentarios, sentados en los hemiciclos de asientos tapizados, rodeados de los ventanales de regio porte y bajo los techos finamente decorados. 

Los vislumbro además levantando todos las manos para aprobar las leyes por unanimidad o por inmensa mayoría. Callados, mansos, uniformes en cuanto a ideas políticas, deseosos de no contrariar al verdadero poder. Y no sé qué pensar, la verdad, si esta es la nueva humillación –el más elaborado castigo- que le depara al Capitolio de La Habana; o si por el contrario es su victoria, el acariciado triunfo por el que llevaba esperando más de medio siglo.