¿Qué en Cuba no hay
droga?
Yoani Sánchez
Tenía yo una queratitis [inflamación de la córnea] bastante
agresiva en el ojo izquierdo. Era el resultado de la poca higiene del albergue
y de las sucesivas conjuntivitis mal cuidadas. Me recetaron un complejo
tratamiento, pero después de un mes de colirios seguía sin notar ninguna
mejoría. Me ardían los ojos al mirar las paredes pintadas de blanco y las zonas
donde se proyectara la luz del sol. Los renglones de las libretas se mostraban
borrosos y observar mis propias uñas era un imposible.
Yanet, la muchacha que dormía
en la litera de enfrente, me contó lo que ocurría. «Te roban la homatropina para tomársela, cogen
tremendo vuele y después te rellenan
el frasco con otra cosa», me dijo en un susurro frente a las duchas. Así que me
puse a vigilar cada noche mi taquilla y comprobé que era verdad. La medicina
que debía curarme la consumían algunas de mis colegas de albergue mezclada con
un poco de agua … no en balde mi córnea no sanaba.
Elefantes azules, caminos de
plastilina, brazos que se alargaban hasta el horizonte. Escapar, volar, saltar
por la ventana sin hacerse daño… hacia el mismísimo abismo, eran las
sensaciones que perseguían muchas de aquellas adolescentes alejadas de sus
padres y que vivían bajo los pocos valores éticos que nos transmitían los
profesores.
Algunas noches, los varones
hacían en el área deportiva un infusión de la flor conocida como “campana”, la
droga del pobre le decían.
Al final de mi décimo grado, comenzaron a entrar
también a aquel preuniversitario en el campo los polvos para inhalar y la
“hierba” en paquetes pequeños. Los traían principalmente los estudiantes que
vivían en el paupérrimo barrio de El Romerillo. Risitas en las aulas las
mañanas después de la ingesta, miradas extraviadas que traspasaban el pizarrón
y la libido exacerbada con todos aquellos “alicientes para vivir”. Con dosis
regulares ya no se siente ni el ardor del hambre en el estómago, me confirmaban
algunas amigas ya “enganchadas”. Por suerte, nunca me he dejado tentar.
Al salir de la beca, supe que
afuera de los muros de aquel lugar se repetía la misma situación, pero a mayor
escala. En mi barriada de San Leopoldo, aprendí a reconocer los párpados
semiabiertos de los “colocados”, la flaqueza y la piel mortecina del consumidor
empedernido y la agresiva actitud de algunos que después de darse “un toque” se
creían los reyes del mundo.
Cuando llegaron los años dos
mil aumentaron las ofertas en el mercado de la evasión: melca, marihuana, coca
—esta última actualmente a unos 50 pesos
convertibles el gramo— pastillas EPO; Parkisinol rosado y verde, piedra,
Popper y todo tipo de psicotrópicos.
Los compradores son de muy variados
estratos sociales, pero en su mayoría buscan escapar, pasar un buen rato,
salirse de la rutina, dejar atrás la asfixia cotidiana. Inhalan, beben, fuman y
después se les ve bailar toda la noche en una discoteca.
Pasada la euforia se
quedan dormidos frente a esa misma pantalla de televisión donde Raúl Castro
asegura que “en Cuba no hay droga”.
Reproducido de ultimostiempos.com
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