Regulaciones aduanales:
botar el sofá
Por Giselle Morales*
Sería hasta cómico si no fuera trágico: la Aduana General de la Repúbica, como la puerta estrecha y abierta en un solo sentido que en realidd es, dispuso nuevas regulaciones para la entrada de paquetería al país. Ahora con las normas al uso a partir de septiembre, quienes reciban un bulto en Cuba deberán pagar como si hubieran ido a comprarlo al mismísimo Corte Inglés de Madrid.
Dice la voz popular -no la Aduana, que se limitó a informar los cambios pero no el propósito-, que se trata de una redada bien nutrida para desmantelar el negocio de las mulas, no el de esos animalitos mansos que trasportan por las serranía el poco café, sino el de los contrabandistas legales que entran y salen de la isla con el equipaje atestado de baratijas.
(Ahora que escribo contrabandistas recuerdo las clases de Historia de Cuba de quinto grado en las que la profesora de aquella época -no sé si también las de ahora- enseñaba que el contrabando era la legítima respuesta de los criollos al férrero monopolio comercial instaurado por la vieja España).
Es cierto: las pocas llegadas allende los mares se han robado el show del candongueo nacional y, lo que es peor para los bolsillos del Estado, han sumido a las Tiendas Recaudadoras de Divisas (TRD) -vaya eufemismo- en un largo bostezo de almacenes estancados e inventarios ociosos.
No se nos ocurre entonces una medida providencial que obligue a esas TRD a bajar los exorbitantes precios que le pone a sus productos, a veces tan desmedidos que parecen fijados por el imperialismo. No intentamos elevar la calidad de lo que se importa para la venta mayorista; ni siquiera permitimos la compra a plazos o por créditos, una solución que pudiera aliviar la maltrecha economía familiar -maltrecha para quien vive del salario, aclaro-. Lo más fácil es, sin dudas, botar el sofá.
Con las nuevas regulaciones, la Aduana no impide únicamente el lucro de las mulas -que tampoco son tan infelices como que las andemos defendiendo-, sino también las remesas en especie que, de Pascuas a San Juan, reciben con regocijo buena parte de los cubanos y que, de septiembre en lo adelante, más que regalos de familia pueden convertirse en una zanahoria imposible de pagar.
La primera vez que leí las normativas, en un rapto de ingenuidad que a estas alturas resulta poco menos que imperdonable, llegué a pensar que iban a pagarnos a todos en CUC de un día para otro: de lo contrario no se justificaría que un ciudadano cubano deba pagar en la Aduana con una moneda que no es la de su salario.
Luego, mirrando las mil y una opiniones que la noticia generó en Cubadebate, me percaté de que lo terrible no era la pérdida del sofá -un mueble más, un mueble menos-, sino la impotencia ciega que experimentas al advertir que se ha pasado olímpicamente por sobre la necesidad popular.
*Periodista del diario Escambray, autora del blog Cuba Profunda, de donde fue tomado este artículo, reproducido del blog cafeFuerte.com
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