La pelota de goma
Elsa M. Rodríguez
-“Si al
menos Alina estuviese aquí”- Gloria estaba sentada en el último peldaño de la
altísima escalera que conducía al salón de conferencias donde la directiva de
una clínica del barrio se reunía, como todos los meses.
Había ido con su madre porque no podía quedarse sola en casa, y su madre a
la vez, iba para acompañar a su amiga Blanca que le había pedido por favor que
así lo hiciera. Solo que Blanca era la madre de Alina, y ésta se había quedado
en casa con su papá.
Estas cosas no las podía entender Gloria, que a sus siete años pensaba en
cosas que más bien correspondían a adultos ocuparse de ellas. Este era el caso.
Ella no había podido quedarse tranquilamente en su casa porque debía ir con su
mamá, sin embargo su amiguita Alina, si se quedaba en casita. “No es justo, yo
quería quedarme en casa jugando con esta pelotica de goma de color rojo que me
compró mi mamá, y ahora solamente puedo tirarla de escalón en escalón, para ver
como salta y luego bajar a ir a buscarla, subir nuevamente para tirarla de
nuevo y así seguir este juego tan tonto”.
La reunión estaba en su punto más álgido, Gloria no entendía nada de lo que
hablaban, solamente sabía que era de noche, la luz amarillenta que llegaba
desde la calle le decía que era hora de que ella se fuese a dormir.
Siguió tirando la pelotita, hasta que una de las veces, el salto fue más
alto y la pelota se fue directamente a la calle, por donde pasaban automóviles
y tranvías.
Gloria no recuerda que fue lo que sucedió después, solo que no vio más
nunca esa pelotita y que cada vez que ve una luz tenue y mortecina que viene
desde la calle, siente deseos de llorar.
Elsa M. Rodríguez,
Hialeah FL
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