En memoria de un amigo:
Manolo Méndez Barreto
Diócesis de Richmond:
Mientras fui Directora para el Apostolado Hispano de la Diócesis de Richmond, tuvimos una reunión anual para líderes pastorales de las diferentes regiones. Comenzamos la primera reunión con un canto litúrgico que se llama “Digo Sí, Señor”, acompañándonos al piano mi querida amiga, Judy Méndez. Cuando me pidieron que escribiera este artículo, honrando la memoria de Manolo Méndez, se me vino a la mente dicho canto. Creo que en parte fue la conexión con Judy, su esposa, pero sobre todo porque la vida de Manolo ejemplificó el título del canto.
El 13 de agosto, con el fallecimiento de Manolo, Judy perdió a su amado compañero de toda una vida. Manny, Judita y Noah perdieron un maravilloso padre y abuelo. La ciudad de Richmond perdió una figura histórica y la Iglesia Católica un fiel servidor. Alguien que comprendió que la palabra católico significa universal, abierto a todos, y que abrió su corazón con amor abundante, siguiendo el llamado del Evangelio de servir al prójimo, sobre todo el más vulnerable.
Manolo salió de Cuba en 1967 y, después de un tiempo en España, llegó a Richmond en 1968. Su esposa e hijos llegaron a Richmond unos meses más tarde. Manolo me contaba que durante los meses que pasó sin familia en Richmond iba a rezar con frecuencia a la Catedral del Sagrado Corazón. Decía que eso le ayudaba a combatir la soledad y mantener la confianza en un futuro mejor. Como muchos inmigrantes católicos que han llegado a los Estados Unidos a través de los siglos, Manolo encontró en la Iglesia el hogar que había dejado atrás. Es durante esas visitas a la Catedral que comenzó su linda amistad, que se extendió hasta los últimos días, con nuestro obispo emérito, Monseñor Walter Sullivan.
Manolo y Judy estuvieron presentes en la primera misa en español que se llevó a cabo en la Diócesis de Richmond en la Iglesia St. Paul, en 1972, presidida por el Padre Roberto Gloisten. Cuando el Padre Gloisten se fue de misionero a Bolivia, Monseñor Sullivan invitó al Padre Ricardo Seidel a que comenzara a desarrollar un apostolado hispano a nivel diocesano. Manolo y Judy trabajaron al lado del Padre Seidel durante los años setenta, sirviendo las necesidades pastorales de la comunidad hispana del área de Richmond que en esa época era significativamente cubana, pero en la que ya se comenzaba a vislumbrar la diversidad latinoamericana que ahora enriquece la zona metropolitana.
Quisiera mencionar en esta ocasión que la Iglesia Católica de los Estados Unidos debe estar muy agradecida con la comunidad cubana. La experiencia del éxodo ha sido una fuente prolífera de liturgistas, teólogos, vocaciones al sacerdocio, al diaconado, la vida religiosa y los ministerios laicos. Manolo y Judy son parte de ese rico manantial. Durante los años que viví en Miami, me encantaba ver la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, en casa tras casa, como un testimonio de fe católica e identidad nacional. Cuando se me dijo que la fecha para entregar este artículo era el 8 de septiembre, yo supe que La Cachita me ayudaría a encontrar las palabras para festejar a uno de sus hijos predilectos.
En 1978 Manolo comenzó una labor importantísima en el sótano de su casa. Abrió una bodeguita de comestibles latinos. En esa época no existían todas las tiendas latinas de hoy en día y había pocos lugares donde la comunidad se pudiera congregar. La casa de Manolo se convirtió en un lugar donde los hispanos de diferentes nacionalidades podían encontrar alimento para su cuerpo y para su espíritu. Me decía una amiga costarricense que cuando llegó a Richmond en 1983, ir de compras a la casa de los Méndez era una experiencia fabulosa que nutría su alma latina. Además de su proverbial generosidad, Manolo era un hombre brillante con una gran capacidad de reflexión e interpretación del mundo que lo rodeaba. Ahora bien, el talento que todos siempre recordaremos, en las buenas y en las malas, será su inagotable sentido del humor. Tenía una chispa e ingenio que siempre nos harán reír cuando pensemos en él. Hasta el último momento compartió ese don para celebrar la vida a los que lo visitamos en su lecho de enfermo.
Algo que yo siempre he admirado mucho en Judy y en Manolo ha sido su capacidad de discernir los signos de los tiempos. Cuando el Padre Seidel regresó a Richmond en 1992 y se reanudaron los esfuerzos de la pastoral hispana, ellos se ofrecieron de voluntarios para desarrollar los diferentes ministerios desde las finanzas, ministerios litúrgicos, hasta el solventar las necesidades individuales de los feligreses, al mismo tiempo que servían de puente para una integración con la comunidad establecida angloparlante.
En enero de 1996 se fundó la Comisión Hispana de la Diócesis de Richmond. Yo tuve el privilegio de facilitar ese proceso y los dos primeros líderes que invité a participar fueron Judy y Manolo. Recuerdo cuando viajamos por las carreteras de la diócesis, Manolo entreteniéndonos todo el camino, visitando las diferentes comunidades para conocerlas y escucharlas. Manolo siempre listo con su facilidad de palabra para animar e inspirar a los demás, dándole la bienvenida con los brazos abiertos a todos los hispanohablantes, independientemente de sus orígenes.
Manolo Méndez vivirá para siempre en nuestros corazones. Cuando hablé de la pérdida al principio de este artículo, me refería solamente a su presencia física. Pienso que lo mejor que podemos hacer para honrar su memoria es que, cuando veamos a nuestro alrededor a un ser humano que se puede beneficiar de nuestros dones y talentos, respondamos con decisión y firmeza: Digo Sí, Señor.
Por Elisa Montalvo
Voces de Nuestra Comunidad
The Catholic Virginian
Diócesis de Richmond, Virginia
October 3, 2011
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