Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria
Guillermo Cabrera Leiva
Existen varias
biografías de Carlos Manuel de Céspedes, y en todas ellas se destacan dos
grandes cualidades de su carácter: su don de mando y su valentía. Ambas
virtudes fueron indispensables para acometer la difícil empresa de iniciar un
movimiento subversivo como el que rompió el silencio colonial en 1868.
Pero además de estos atributos de su
personalidad, poseía Céspedes un alma generosa, que lo movió siempre a realizar
obras buenas, entre ellas y tal vez la más noble de todas, a dar libertad a sus
esclavos, cosa que no hizo Washington con los suyos al asumir la jefatura del
ejército libertador de las trece colonias.
En su libro “Manual de Historia de Cuba”, expone Ramiro
Guerra que había dos tendencias en los conspiradores del 68, una de ellas,
encabezada por Francisco Vicente Aguilera, sostenía la conveniencia de no
precipitarse y esperar a que las circunstancias fuesen más favorables y que las
fuerzas con que contaban estuviesen bien preparadas para la lucha.
La otra tendencia era la impaciente y explosiva, que
tenía por máximo representante a Céspedes.
La llegada a Bayamo de un telegrama del alto mando
militar español, ordenando que se arrestase a Céspedes y otros dirigentes de la
conspiración, motivó la rápida decisión de éste de iniciar el alzamiento en su
ingenio “La Demajagua” el día 10 de octubre de 1868.
Según el citado historiador, ese ímpetu de Céspedes causó
divergencia en los conspiradores, que no esperaban una acción tan rápida.
Aunque era tal el espíritu de inconformidad con el régimen colonial, que muchos
se sumaron sin reservas al movimiento encabezado por Céspedes.
Además, según Ramiro Guerra, fueron tan contundentes las
acciones bélicas de los primeros días del alzamiento, y tan numerosas las
victorias de aquellos iniciales ataques de los insurrectos, que pronto se
acrecentó la fama de Céspedes y la admiración de los orientales por su actitud.
“Las partidas armadas – refiere este
historiador – comenzaron a levantarse en multitud de lugares con una rapidez y
un entusiasmo tan grandes, que no dejaron lugar a dudas respecto del estado de
los ánimos, preparados y dispuestos para la lucha, en toda la región de
Oriente”.
Dos grandes momentos pueden marcar con ribetes de oro la
vida de Céspedes, para considerarlo el Padre de la Patria. Uno es el alto
espíritu de lealtad a la causa de la independencia de Cuba, manifestado en la
respuesta a la proposición hecha por las fuerzas militares del General
Valmaseda, de libertar a su hijo Oscar, prisionero de los españoles, si
Céspedes renunciaba a su posición de insurrecto y ponía fin al movimiento
armado, “Todos los cubanos son mis hijos”—respondió el caudillo de La Demajagua
– sacrificando así a su propio hijo antes que claudicar a su alto ideal de
libertador.
Otro momento culminante de su patriótica labor fue su
acatamiento de la decisión tomada por la Cámara de Representantes de la
república en armas, de destituirlo como jefe de la revolución, alegando
incumplimiento del mandato conferido al mismo y atribución de facultades no
contempladas en la Constitución.
En carta a su esposa en noviembre de 1873 decía Céspedes:
“En cuanto a mi deposición, he hecho lo que debía. Me he inmolado ante el altar
de la Patria en el templo de la Ley. Por mí no se derramará sangre en Cuba. Mi
conciencia está muy tranquila y espero el fallo de la historia”.
Y el fallo le fue favorable a Carlos Manuel de Céspedes.
Porque el caudillo que desprendiéndose de todo se lanzó a redimir a su pueblo,
y luego de duros años de sacrificios y sufrimientos acató con estoicismo la humillación
a que lo sometieron sus compañeros de armas, hasta morir acorralado, solo y
abandonado de los suyos, bien se ganó el nombre de Padre de la Patria.
Reproducido del Diario Las Américas,
10 de Octubre de 2009
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