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El encuentro del Exilio y la Emigración
Alfredo Cepero
“Visitar la casa del opresor es sancionar la opresión, mientras un pueblo no tenga conquistados sus derechos, el hijo suyo que pisa en son de fiesta la casa de los que se los conculcan es enemigo de su pueblo”.
“Visitar la casa del opresor es sancionar la opresión, mientras un pueblo no tenga conquistados sus derechos, el hijo suyo que pisa en son de fiesta la casa de los que se los conculcan es enemigo de su pueblo”.
José Martí
El último proyecto de ley del Representante Federal, David Rivera, ha
puesto al descubierto la muralla gigantesca que divide al exilio cubano de la
emigración cubana. Es un fenómeno que tiene poco que ver con la edad de la
persona o con su fecha de salida de Cuba. Tiene mucho que ver con su estado
mental, con las metas que persigue o con los principios que rigen su vida. Los
exiliados renunciamos a nuestro bienestar personal en aras de la libertad. Los
emigrados buscaron la libertad como medio de promover su bienestar personal.
Para nosotros, la libertad fue un fin que mereció el sacrificio de abandonar
bienes materiales y hasta seres queridos. Para ellos, es un medio a través del
cual satisfacer sus apetencias materiales. Y punto.
Este es el meollo del argumento que nos ha dividido y nos seguirá
dividiendo hasta que Cuba sea libre. Todo lo demás que escuchamos por estos
días no son más que cortinas de humo para esconder hipocresías, frivolidades,
egoísmos y avaricias según de quién venga la declaración. Este conflicto no
es, por otra parte, un asunto nuevo. Lo confrontaron nuestros compatriotas que
combatieron a la Metrópolis Española en el Siglo XIX.
Fue tan explosivo y creó tantas divisiones como el que confrontamos en
la actualidad. A tal punto de que provocara en aquel espíritu amoroso que fue
José Martí la enérgica condena que encabeza este trabajo. Quienes digan
que Martí visitó alguna vez la Cuba Española en función de paz son unos
mentirosos y unos miserables que manchan la memoria del más puro de los
cubanos. Martí si la visitó pero en función de conspirador, no de cómplice ni
de turista.
Volviendo al proyecto de ley de Rivera, el mismo propone retirarles el
estatus migratorio de residentes permanentes a los cubanos americanos que
regresen a la Isla antes de cumplir cinco años de su salida de la misma. Este
proyecto se propone enmendar la llamada Ley de Ajuste Cubano de 1966 que
garantiza a los cubanos privilegios que no reciben los inmigrantes procedentes
de otros países. El más importante, la residencia permanente a los 366 días de
haber arribado a costas norteamericanas.
Los visitantes actuales, que abusan de los privilegios otorgados a
verdaderos perseguidos políticos, no van a conspirar como el Apóstol sino en
viajes de ostentación y placer que llenan las arcas y prolongan la vida de la
misma tiranía a la que acusan de haberlos perseguido. Y lo peor, prolongan el
martirio de su pueblo bajo un régimen carente de divisas y de créditos que
además importa el 80 por ciento de sus alimentos.
Un régimen que sobrevive gracias a la limosna petrolera de Chávez, a
la explotación del trabajo esclavo de sus profesionales de la salud, a las
remesas enviadas por un exilio que ha decidido sustituir al régimen en la
prolongación de la psicología de dependencia a la que se han acostumbrado
muchos de nuestros compatriotas dentro de la Isla, y a un turismo atraído con
la prostitución de nuestras mujeres, algunas de ellas adolescentes.
Los cubanos en el exterior no tenemos la capacidad de hacer impacto
sobre todas estas fuentes de divisas pero si tenemos el poder de negarles
nuestros dólares en los renglones de remesas y de turismo, y eso bien podría
significar el 25 por ciento de los ingresos del régimen. Podría ser el empujón
final para lanzar a la tiranía por el precipicio anunciado recientemente por
el histérico tiranuelo sustituto. Esto sería posible si nuestra comunidad
estuviera integrada en su mayoría por exiliados comprometidos en derrocar a la
tiranía sin el lastre de emigrantes indiferentes ante la causa de nuestra
libertad.
No tenemos objeción en reconocer que quienes viajan a Cuba tienen el
derecho a hacerlo pero les decimos que no pueden hacerlo y, al mismo tiempo,
acogerse al privilegio de la Ley de Ajuste Cubano. Esa ley fue aprobada para
proteger a aquellos que sufrimos exilio por defender principios de libertad y
de democracia. No para quienes la manipulan para promover sus agendas
personales y poner en peligro los derechos ganados a base de privaciones y
sacrificios por quienes realmente los merecen.
Quienes viajan pueden reclamar ser buenos hijos, buenos padres y
buenos esposos pero no pueden decir que son patriotas ni defensores de la
libertad. Los verdaderos patriotas y defensores de la libertad cayeron ante
los paredones de fusilamiento, combatieron en las montañas y llanos de Cuba,
sufren encarcelamiento y son objeto de golpizas y actos de repudio en nuestras
calles y plazas. Quienes con sus dólares les dan oxígeno a los tiranos han
decidido ser testigos indiferentes a nuestra tragedia nacional.
Dentro de la Isla se han alzado voces condenando la ley propuesta por
Rivera. Primero, Oswaldo Paya, el hombre sin brújula que transita por un
camino sin rumbo y utiliza la metáfora de que esta ley es “una cortina de
espinas que desgarra a todos” mostrando otra de las múltiples facetas de su
personalidad protagónica. Después, Yoani Sánchez, la mimada de la
izquierda internacional que rechaza que la llamen opositora o siquiera
disidente pero se aventura con su característico modus operandi de Gatica de
María Ramos en una cuestión política diciendo que “quienes viajan a Cuba se
convierten en embajadores democráticos y de libertad”. Pamplinas.
Y hasta Guillermo Fariñas, el opositor verdadero que ha avalado su
lucha por la libertad con el ejemplo de sus huelgas y de su sacrificio, nos
sale con una declaración digna de Cantinflas y nos dice: “Mi opinión es
ambivalente”. No señor, aquí no puede haber ambivalencias. Yo le digo que en
esta hora de la recta final hay que estar con Dios o con el diablo y, para que
lo entendamos todos, hay que peinarse o hacerse papelillos.
Otros llegan a proponer soluciones que incluyan a los victimarios
haciendo uso del gastado argumento de “borrón y cuenta nueva”. Son los eternos
perdonadores de agravios sufridos por otros. A esos les decimos que perdonen
los agravios sufridos en carne propia pero que no tengan la osadía de hablar
por las demás víctimas. Me gustaría verlos pedir a Clara Boitel, a Gloria
Amaya, a Reina Luisa Tamayo y a tantas y tantas otras madres desgarradas por
el dolor que perdonen a los asesinos y torturadores de sus hijos.
En conclusión, opino que los campos están definidos y que, a estas
alturas del juego, no hay tiempo ni posibilidades de marcha atrás ni de paños
tibios. De un lado, quienes no tienen voluntad o siquiera interés en que reine
de nuevo la democracia en nuestra patria. Del otro quienes no descansaremos
hasta erradicar para siempre la costra pestilente de opresión y odio que
asfixia al pueblo de Cuba.
Quienes reclamamos, exigimos y demandamos justicia porque estamos
convencidos de que no se pueden construir naciones sobre el pantano de la
compasión hacia los déspotas o el perdón a los criminales. Ese es el espíritu
y el mensaje del proyecto de ley del Representante David Rivera. Por eso lo
apoyo con todas mis energías de exiliado achacoso que nunca ha sido emigrante
y a quién todavía le quedan energías para hacer un aporte, aunque sea pequeño,
a la libertad de mi patria.
http://www.lanuevanacion.com
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