La Virgen de la Caridad
Carlos Cabeza
Tres embarcaciones condujeron a los conquistadores
españoles hasta el Nuevo Mundo. Una de ellas –la nao capitana llamada
Santa María- jamás regresó al Viejo Continente, quedando destruida en la isla
La Española. Tal parece con ello, que la Santísima Virgen nos simbolizó su
deseo de permanecer para siempre entre nuestros pueblos, marianos por
excelencia.
Como todas las naciones de América también Cuba tiene
una devoción especial por la Madre del Redentor. Todo comenzó en los albores
del siglo XVII, cuando tres hombres bregaban después de una tormenta por la
Bahía de Nipe en busca de sal. Un resplandor blanco que les pareció un ave,
yacía sobre las aguas. Al acercarse hallaron una pequeña imagen de Nuestra
Señora flotando sobre una tabla, con un letrero que decía: “YO SOY LA
VIRGEN DE LA CARIDAD”.
El hecho milagroso no fue el hallazgo de una imagen
seca después que amainó la tempestad, la cual pudo ser lanzada al mar -como era
costumbre en esa época- implorando protección ante el mal tiempo. El milagro
consistió en que María decidió unirse para siempre con el pueblo cubano bajo el
título de la Virgen del Amor, porque Caridad es Amor.
Pronto su culto se propagó y fue venerada, estando
presente en todo el quehacer cubano. La devoción pasó a formar parte de los
valores del pueblo, siendo el estandarte de las ansias espirituales de un país
que daba los primeros pasos para convertirse en nación, buscando su
independencia económica y su libertad político-social.
María de la Caridad se fue a la manigua combatiendo
junto a sus hijos al colonialismo español. Padeció con su pueblo –junto a
los esclavos, prisioneros y la impedimenta mambisa- y murió con cada uno que
ofrendaba la vida en aras del ideal patrio. Pero también resucito imbricada a
la nueva república que, esperanzada y llena de ilusiones a pesar de sus
sombras, hizo presente que el sacrificio no fue en vano.
Miembros del Ejército Libertador encabezados por el
general Jesús Rabí, pidieron a la
Santa Sede que declarara a esta Virgen Mambisa, Patrona de Cuba. Así surgió una
nueva era en la pequeña nación de gran corazón. Pero la Virgen –cuyo
palpitar late al unísono de sus hijos- vio venir días grises y difíciles, que
desembocaron en una más que prolongada noche oscura.
El odio, antítesis del amor que ella predica, se
apoderó del poder y luego de los hombres, para controlar sus mentes y acciones.
Se entabló una batalla férrea entre las fuerzas del bien y del mal, muy bien
definidas desde siempre, aunque agoreros modernos quieran negarlo.
Por momentos interminables, luego por años, los
paredones de fusilamiento no pudieron ocultar el grito agónico y viril de sus
hijos e hijas asesinados, dando vivas a Cristo Rey. Las cárceles crecieron
tanto, que el archipiélago se convirtió en una gran prisión. El cubano ha sido
perseguido, reprimido, golpeado y vejado, pero el manto de Nuestra Señora de la
Caridad del Cobre, no deja de abarcar a uno solo, dándonos a todos sitio en su
barca.
Desde su Basílica en El Cobre, nos mira para ser
bañados del amor que irradia, pero ella no permanece estática, se traslada a
donde quiera que estemos, ya bien sea entre los héroes que murieron por la
Patria, en la cárcel con los opositores y prisioneros de conciencia, en las
calles o templos con las Damas de Blanco reprimidas y golpeadas, junto a los
disidentes y contestatarios que han sido hasta macheteados, al balsero que
llega y a los muchos que son presas de la mar endemoniada, o como el otro yo de
los combatientes que se aferraron al fusil y todavía aspiran al mismo como vía
redentora.
¡Madre, mira a tus hijos que sufren de una tiranía
cruel!, danos sitio en tu barca protegiéndonos bajo tu manto para ser junto a
tí amor, y ayúdanos a forjar esperanzados "con el concurso de
todos y para el bien de todos”, una Patria digna, soberana y democrática,
basada en la verdad, justicia, amor y libertad.
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