Pablito clavó un clavito
Paquito D’Rivera
La UMAP en la Cuba de los 60 fue ni más ni menos que un combinado de
auténticos campos de concentración al estilo nazi. Lo único que faltó fueron
los hornos crematorios, la nieve y las temperaturas bajo cero. Las Unidades
Militares de Ayuda a la Producción se crearon no precisamente para producir,
sino más bien para reprimir a ciertos sectores de la juventud que no eran
elegibles para servir en las filas de las fuerzas armadas, y directamente
contra elementos religiosos, desafectos al castrismo o de tendencias
abiertamente homosexuales. “El trabajo los hará hombres”, rezaban amenazantes
los enormes cartelones colocados a la entrada de los campamentos rodeados de
alambres de púa; como si tanta crueldad los fuera a hacer dudar de la sagrada
existencia de Mahoma o Jehová, ni renunciaran otros a sus heterodoxas fantasías
eróticas más íntimas y privadas.
Miles de jóvenes valiosos fueron forzados a
servir en aquel satánico proyecto, y entre ellos uno de los personajes más
brillantes y contradictorios de toda la historia musical de mi país: el
trovador bayamés Pablo Milanés.
Pablito, como le llamábamos todos afectuosamente, cantó durante un tiempo
con Los Bucaneros, gran cuarteto vocal dirigido por el pianista Robertico
Marín, y que estaban en la onda jazzística de Los HI-LOS. También trabajó Pablo
con un cuarteto de jóvenes negros que pertenecía a una iglesia de Adventistas
del Séptimo Día, llamado Cuarteto del Rey (cuyo nombre evidentemente no aludía
al Rey Pelé ni a Tito Puente el Rey del timbal, sino a Cristo Rey).
También
participó como uno de los miembros más jóvenes del movimiento del filin en algunos
night clubs de la ciudad. La mismísima palabra que identificaba este género
musical venía del inglés feeling (sentimiento), y tenía muchos elementos, sobre
todo armónicos, del jazz. Era música nacida de las románticas noches habaneras
de los 50 y 60, y que acabó cuando los comunistas mataron en 1970 aquella Negra
bonita con ojos de estrellas de que hablaba Portillo de la Luz en su bolero
inmortal.
Desde la penumbra y como flotando en el humo del tabaco negro que
envenenaba el aire frío y viciado del saloncito, el piano de Kemal Kairus
acompañaba sutilmente a Pablito, tejiendo a su alrededor una delicada red de
acordes filineros. Vestido con un
ajustado traje de corte continental, bien a la moda, y sus lentes parecidos a
los de Paul Desmond, surgía de entre las sombras del club Karachi la figura de
aquel mulatico flaco que entonaba con voz fina y bien timbrada: “¡Soy tan
feliz... nada me preocupa el mundo!”
Desde entonces mucha agua ha pasado bajo el puente, pero me parece recordar que fue quizás aquella la última vez que vi en libertad al carismático artista que años más tarde eternizara en una hermosa canción a la bella Yolanda. Poco después lo enviaron junto a miles de jóvenes a servir por tres años en los campos de ayuda a la producción de la tenebrosa UMAP en la remota provincia de Camagüey.
Desde entonces mucha agua ha pasado bajo el puente, pero me parece recordar que fue quizás aquella la última vez que vi en libertad al carismático artista que años más tarde eternizara en una hermosa canción a la bella Yolanda. Poco después lo enviaron junto a miles de jóvenes a servir por tres años en los campos de ayuda a la producción de la tenebrosa UMAP en la remota provincia de Camagüey.
¿Por qué razón? Quién sabe. Eso habría
que preguntárselo a él. Pero a modo de comentario, decían los chismosos (de lo
que quedaba) del ambiente de la noche, que reponiéndose después de un intento
de suicidio en los campos de concentración, Pablo compuso “Mis 22 años”,
aquella canción que en la portentosa voz de Elena Burke se convirtió como en un
velado himno de esperanza para los que lograban salir con vida y salud mental
de aquel infierno: “Y en cuanto a la muerte amada, le diré si un día la
encuentro, adiós, que de ti no tengo interés en saber ¡nada!”
Inexplicablemente, Pablo Milanés terminó ofreciendo su enorme talento a sus
propios verdugos, convirtiéndose en el cantor oficial del sistema que poco
antes le aplicara todo el peso de su poder represivo, y poniéndose al servicio
de un dictador cuya devoción por el arte no pasó jamás de las modelos de
Tropicana. Pero como canta otra de sus creaciones: “El tiempo pasa, nos vamos
poniendo viejos”, y alguien me contó que Pablo había declarado que no confiaba
en ningún dirigente cubano mayor de 75 años. Qué gracioso, debiste decir más
bien: “No confío en ningún dirigente cubano” y punto.
La edad es irrelevante, Pablito. La única diferencia entre el Che Guevara y
Fidel o Raúl Castro es que el primero supo (y lo ayudaron a) morirse a tiempo.
Tampoco hay ninguna diferencia sustancial entre Armando Hart y Abel Prieto,
Robaina y Ramiro, o entre las purgas de Stalin, los asesinatos de Mengistu
Haile Mariam y el patético socialismo del siglo XXI de Hugo Chávez. El
resultado es el mismo siempre y tú ya debías saber esto muy bien. En fin, mi
querido Pablo, que como diría mi abuela Panchita: o te peinas o te haces
papelillos, que esa eterna indecisión tuya, ya a tus años no te va.
Paquito D´Rivera, Músico cubano.
Este artículo fue extractado de su libro de memorias Mi Vida Saxual.
Reproducido
de El Nuevo Herald
Remitido
por Blanca DePriest
No hay comentarios:
Publicar un comentario