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El
Tesoro que buscamos
¿Dónde estás, Señor?
Que me dicen que, hace un
tiempo,
te sembraron en mi corazón…y no
te encuentro.
Que pregonan que en el cielo te
hallas,
y cuando levanto la vista no te
alcanzo.
Me repiten que en los destrozos
del mundo
es donde especialmente sales a
su lado,
y no llego a percibir tu
presencia.
¿Dónde estás, Señor?
¿Qué tengo que vender
para poder comprarte?
¿Qué tengo que dejar
para poder conseguirte?
¿Qué parte de mi hacienda he de
regalar
para que Tú seas la definitiva
riqueza
y valor de mi vida?
No me contestes, Señor…
Mis ojos no te ven porque andan
distraídos.
Porque prefieren verse seducidos
por el gran capital que el mundo
oferta.
Mis manos disfrutan mucho más
cuando acarician los lingotes
del oro
del bienestar de lo que cuenta
y vale en la sociedad,
del prestigio o del dinero,
del buen nombre y buena vida
sin mínimo esfuerzo.
No me contestes, Señor…
¡Demasiado bien sé
dónde se encuentra tu tesoro!
En el silencio,
que tanto hiere porque tanto me
dice.
En la humildad,
donde la pequeñez tanto me
asusta.
En la sinceridad,
que me convierte en diana de
tantos dardos.
Ayúdame, oh Cristo,
a no perder el campo de tu
tesoro:
la fe que es llave
para poder amarte y descubrirte,
y el amor que es bono seguro
que cotiza en el cielo.
Javier Leoz,
www.betania.es
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