PEDRO CLARO MEURICE:
CUBANO, PASTOR Y AMIGO FIEL
Por Dagoberto Valdés
La muerte es paso y viaje a la
esencia de la vida. Mons. Pedro Claro Meurice Estiú, arzobispo emérito de
Santiago de Cuba ha terminado su peregrinar fructífero y sufriente por la época
que le tocó vivir. Cuba ha perdido a uno de sus más grandes pastores de todos
los tiempos y ha ganado uno de los santos intercesores que más ha conocido su
profunda realidad.
Meurice, sin lugar a dudas,
ocupa un lugar junto a obispos como aquel otro Pedro, Morell de Santacruz, o
junto a Espada, el más cubano de los obispos españoles como le llamara Martí, o
a su propio amigo y padre, Mons. Enrique Pérez Serantes, de quien fuera también
secretario personal.
Me honro de haber sido su
discípulo y amigo. Lo conocí siendo yo un joven de escasos 25 años y él el
arzobispo presidente de la Comisión nacional de Laicos. Fue para mí un
paradigma, un acicate y un consejero. Duro como una roca, paterno como un
abuelo, tierno como un niño.
Pero sobre todo lo recuerdo en
los dos acontecimientos mayores de la Iglesia en Cuba en la última mitad de
siglo: el encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC, 1986) y en la inolvidable
visita de Juan Pablo II a Cuba en 1998. En el primer evento no puedo olvidar su
vehemente devoción al Padre de la cultura cubana, Félix Varela, al leer el
decreto para comenzar su causa de canonización aún pendiente y ralentizada. La
visita del Papa no se podría recordar sin escuchar, en el hondón del alma
cubana, aquella cristalina y valiente presentación de su pueblo ante la bendita
imagen de la virgen de la Caridad y el Supremo Pastor de su Iglesia. Nunca la
realidad, la transparencia y la esperanza estuvieron más cerca del corazón del
pueblo y de su Reina y Madre. Cuba sigue siendo como la describiera en una
cuartilla Monseñor Meurice. Nadie ha narrado un diagnóstico tan entrañable,
respetuoso y veraz de su Patria. Este texto debería ser publicado y estudiado
nuevamente. Soy testigo con cuanto amor lo hizo y de cuanto le costó esta
presentación, tan vigente y urgente 13 años después.
El tiempo que sosiega y
equilibra, plasma y funde, en la memoria histórica de los pueblos la vida, el
servicio y el ejemplo de sus protagonistas, permitirá un día hacer la biografía
que intenté un día comenzar con más de cien preguntas, por supuesto incompletas
y dejadas a un lado por el humilde sanluiseño. Sé que otros buenos cubanos
intentaron guardar su imagen y lo lograron junto a un insuperable trabajo
audiovisual sobre su antecesor.
Mientras esa hora llegue,
quisiera dejar mi sencillo testimonio frente a sus restos gloriosos y ya no
jadeantes, serenos para siempre, estas tres palabras y un adjetivo con que la
premura del instante me obligan a tributarle mi homenaje:
Meurice ha sido y es: un cubano,
un pastor y un amigo fiel.
Cubano: ante todo un hombre de
una sola pieza y de una eticidad coherente y contagiante, fiel a su Patria, a
su historia, al alma de la nación y a San Luis y Santiago de sus ilusiones y
tribulaciones. Todo lo que hizo fue por ser fiel a ese amor sin fisura y sin
doblez. Cuba debe honrarlo como uno de sus mejores hijos. El tiempo lo hará.
Pastor: fiel a Cristo, su único
y entrañable Señor. Al Evangelio y sus bienaventuranzas, que fueron su brújula
y su camino. Fiel a la Iglesia a la que sirvió sin pausa y sin medida, diciendo
unas veces Sí y otras No, según su conciencia le dictaba en plena comunión con
su fe y sus hermanos. La Iglesia en Cuba debe honrarlo y venerarlo como uno de
sus pastores más fieles y santos. El tiempo lo hará.
Amigo: fiel a los cercanos y a
los lejanos en la geografía, pero siempre fiel a la amistad lúcida, crítica y
transparente. Aprendí con él que se puede ser, al mismo tiempo, uno mismo y
amigo de los que no piensan o creen como uno. Aprendí, también con Meurice, que
se puede ser cubano, pastor y amigo sin conflicto de deberes y parcelaciones. El
tiempo hará que esa amistad sembrada, cultivada, conservada y compartida, sea
el mejor altar para el patriarca arzobispo primado de Cuba.
Como logró, como el P. Varela,
unir en un solo corazón el amor a Cuba, a Cristo y a su Iglesia, deposito
admirado y reverente ante el altar de la Patria y de la Iglesia, la hostia viva
que fue Pedro Claro Meurice Estiú, quien haciendo honor a sus dos nombres, supo
conjugar la firmeza de la piedra y la claridad de la luz en la misma ternura
jadeante de su invencible esperanza.
Mons. Meurice: ¡ruega por Cuba,
por su Iglesia y por cada uno de nosotros! Amén.
www.convivenciacuba.es
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