Huevos de Pascua
Para las antiguas civilizaciones de Persia, China,
Egipto, Grecia, Centro y Sudamérica, el huevo era el símbolo de la vida.
Antes de que existiera la celebración judeocristiana, los huevos eran utilizados en los ritos y festivales de primavera y se regalaban o se intercambiaban, ya pintados o decorados.
Estas celebraciones festejaban precisamente el fin del largo y frío invierno, y el "renacimiento milagroso" de los árboles y flores. El huevo, al estallar con una vida dentro, se convertía en el símbolo de ese renacimiento.
Con la llegada del cristianismo, el huevo se transformó en el renacimiento del hombre, al tiempo que la fiesta del equinoccio de primavera pagana se convertía en la fiesta de Pascua cristiana.
Del siglo IX a finales del siglo XVIII, la Iglesia Católica prohibió a los fieles comer huevos durante la Cuaresma pues los consideraba un alimento equivalente a la carne. Debido a esto, la gente comenzó a conservarlos, y empezaron a cocerlos y pintarlos para diferenciarlos de los frescos y consumirlos finalmente el día de Pascua.
Así fue como se cree que esta costumbre fue introducida en el oeste del continente europeo. Más tarde, la tradición llegó a América con los misioneros.
Se desconoce cómo los huevitos se convirtieron en el elemento más importante de las canastas de Pascua, pero existen muchas leyendas.
En la antigüedad, se creía que si una gallina ponía un huevo en Viernes Santo y se conservaba ese huevo durante 100 años, se convertiría en diamante. O que si se encontraban dos yemas dentro de un huevo de Pascua, esto auguraría que la persona disfrutaría de una gran riqueza.
Hoy en día, para algunos, los huevos de Pascua siguen teniendo el significado religioso y místico de antes. Para la mayoría, son simplemente una diversión. Los chicos disfrutan enormemente al pintarlos y luego tener que encontrarlos.
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