3 de enero de 2011

Isabel I de Castilla
EL LARGO Y ACCIDENTADO ENTIERRO
DE ISABEL LA CATÓLICA

Eran sobre las doce del mediodía del 26 de noviembre de 1504, cuando expiró la Reina "fundadora de España y madre de América". Preces entre llantos y la celebración de la primera "Misa corpore insepulto" en el oratorio de la casa-palacio que los reyes de Castilla poseían en la Plaza Mayor de la castellana Medina del Campo, seguida por los preparativos cortesanos para el traslado del regio cadáver hasta la lejana Granada, según había dispuesto la Reina en su Testamento. Largo y accidentado entierro hasta la Granada por ella conquistada y cristianizada doce años atrás. 


Eduardo Rosales, Museo del Prado

 Salieron, pues, los restos mortales de la Reina Católica revestidos con el burdo y penitencial hábito franciscano austero, pero fuerte ataúd, por el cual "con una cama para asentar las andas, cobró novecientos setenta maravedíes el maestro de obras de carpintería de Palacio". El ataúd y sus andas era portado inicialmente por sus fieles criados y camareros y rodeado por un gran número de "damas y caballeros junto a sus más fieles servidores y miembros de la Corte", que le escoltarían hasta la ciudad de Granada, "sin detenimiento alguno" como la Soberana dispuso en su última y real voluntad. 

Ya en las horas que precedieron a su muerte, la cerrazón de los cielos aberruntaba fuerte temporal, por lo que se hubo de forrar el ataúd con "cueros de becerro y una fuerte funda encerada". 

Según los Cronistas, el aguacero y los truenos iniciales se transformaron pronto en diluvio obscuro y tenebroso, y así "diluviando transpusieron los puertos, entre rayos y truenos, dejando atrás, rápidamente, Arévalo, Carceñosa, Ávila, Cebreros y Toledo..." 

Y así continuó el viaje-entierro “y así siguió el recio temporal durante los primeros días de aquel tormentoso diciembre de 1504. Según los historiadores que vivieron en aquellos últimos días de noviembre y primeros de diciembre del año de 1504 no conocieron temporal igual al que reinó en dichas fechas, y ya antes de llegar a Toledo tuvieron que cubrir y reforzar el féretro con "dos cueros de becerros, por lo que se pagaron al zapatero Diego de Madrid mil quinientos ochenta y cuatro maravedíes y medio". 


San Juan de los Reyes, óleo de Jenaro Pérez Villamil

En Toledo hicieron una breve parada donde "había muchos lodos y los caballeros y regidores tomaron en hombros el ataúd frente a la toledana Puerta del Cambrón, de donde salió el Cabildo para rezar un responso, y lo llevaron a San Juan de los Reyes", pues a pesar de que quisieron honrar los restos mortales de la Reina en su bella y amplia iglesia-catedral Primada, el horrible temporal que reinaba en la mayor parte de la Península Ibérica "urgía ganar tiempo"`para que no se hicieran invadeables los ríos e intransitables los caminos. 

Ya al pasar por Cebreros, treinta braceros tuvieron que ayudar a vadear el crecido río, lo que hacía presagiar el paso del caudaloso Guadalquivir y parte de su cuenca fluvial alta. 

Por las localidades de Mengíbar y Espeluy hubo de cruzarse en balsas el crecido e impetuoso río, y "más de un esforzado caballero tuvo que forzar a nado las arremolinadas corrientes". Acémilas, provisiones y carruajes había que repararlas sobre la marcha, así como los objetos y cruces y las mulas y jumentos se despeñaban y caían por los malos pasos y riscos del accidentado camino. Dice Pedro Mártir de Anglería en su "Epistolario" que "ni el sol ni la luna fueron vistos durante todo este tormentoso y póstumo entierro-viaje…” 

 

Por fin dieron vista a la ciudad de Granada y su fértil vega el 17 de diciembre de 1504, después de veinte días de tan accidentado viaje fúnebre, y fue entonces cuando Pedro Patiño, teniente del Mayordomo Mayor de Doña Isabel, mandó hacer alto para reorganizar las filas de la triste comitiva, y al mismo tiempo "cubrir con nuevos paños el féretro" y con ello disimular así los desperfectos del prolongado temporal, y tomar también un breve y necesario descanso. 

Allí mismo la intendencia real repartió sesenta hachones de cera, "que pesaban once arrobas, entre los de mayor alcurnia y encopetados del cortejo funerario", y en silenciosa y ordenada comitiva, entregaron los mortales restos de Doña Isabel de Trastámara, a los frailes de San Francisco de Granada, que levantaron dos túmulos, uno en la Puerta Elvira y el otro en el camino del Realejo, en los cuales "se consumieron quinientas setenta y tres varas de frisas [tela de lana] negras, y ante ellas entonáronse solemnísimos responsos. 

Las calles granadinas fueron enlutadas y a su través fue desfilando una interminable serie de caballeros, espoliques, criados y porteros, todos vestidos de bayeta de luto entre gallardetas de tafetán enarbolados sobre altísimos mástiles. 

Granada y su Concejo no regatearon gastos, y ya dentro de las calles "el pueblo entero, rezando en voz alta, subió a la colina roja, desde las murallas hasta más allá del Campo de los Mártires, tras el triunfante pendón real”. 

En la que antes fue "Capilla real de los moros", en la Alhambra, estaba la "sepultura llana", que de acuerdo con lo dispuesto por la fallecida Reina Católica, se encontraba preparada como simple fosa de muerte a base de ladrillos comunes, situados "delante del altar mayor del franciscano cenobio". Enseguida se celebró un novenario de Misas y en él predicaron muchos obispos y arzobispos del Reino "alternando el altar con el púlpito". 

Dicen los cronistas que en estos cultos se gastaron "más de setenta arrobas de cera virgen". Y allí en la soledad de las tumbas quedó ya el cadáver de la Reina, tan movido y zarandeado durante el largo viaje-entierro desde Medina del Campo hasta la reconquistada Granada, y muy sola quedó hasta que junto a ella fueron puestos los restos mortales de su regio esposo D. Fernando, fallecido en 1516, el cual así lo dispuso a pesar de estar nuevamente casado (por razones de Estado) con Germana de Foix. 



Posteriormente, Enrique Egas, toledano de origen flamenco, construyó la Capilla Real donde actualmente se encuentran los sepulcros de los Reyes Católicos Doña Isabel y Don Fernando. Capilla que está adosada al muro lateral de la Catedral de Granada y que fue iniciada el 13 de septiembre de 1505, sobre idea y proyecto salido de la propia Reina Isabel en los últimos meses de su reinado. 

En la referida Capilla Real se conservan el cetro, la diadema y la espada "con que gobernó e impartió justicia", así como el Misal manuscrito que "perteneció a los Reyes Católicos", y también "ornamentos sagrados que bordó la misma Reina”.  Al lado de los sepulcros de los Reyes Católicos se encuentran los de su hijos, Da. Juana la Loca y su esposo Felipe el Hermoso, todos de estilo renacentista sobre local gótico. 

Ninguno de los sepulcros reales guarda los restos mortales de los cuatro monarcas, que se hallan depositados en sencillos ataúdes bajo las bóvedas del humilde enterramiento, al pie de los cenotafios [Monumento funerario en el cual no está el cadáver del personaje a quien se dedica]. 

El que contiene los restos mortales de la reina Isabel la Católica, fue abierto hace poco más de seis años para revisar cómo se encontraban, a fin de incorporar sus resultados al proceso de su beatificación. 

Resumido de http://www.delsolmedina.com
Ricardo Sendino (Cronista oficial de la Villa de Medina del Campo)

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