7 de noviembre de 2010


EL AEROPUERTO INTERNACIONAL
DEL CAPITOLIO CUBANO

Jorge Oller Oller

Parece un título disparatado pero, si el diccionario especifica que el lugar donde aterrizan las aeronaves se denomina aeropuerto y es internacional si los aviones proceden de otro país, podemos alegar entonces que el martes 14 de mayo de 1935, el Capitolio Nacional de Cuba y sus alrededores se transformaron en un eventual aeropuerto internacional.

Trasladémonos a los años treinta del pasado siglo. La aviación lograba importantes progresos fabricando aparatos con revestimiento metálico, motores más potentes capaces de recorrer distancias intercontinentales a velocidades extraordinarias y alcanzar alturas increíbles. A la vez crecía la confianza y seguridad en el transporte de pasajeros y carga.

También crecía la afición a volar en avionetas sin motor llamados planeadores o deslizadores. A estos se les había dado una forma más aerodinámica, alargando el armazón de sus alas y de su fuselaje con maderas o materiales muy resistentes y livianos forrados con telas especiales. Aunque los planeadores necesitaban ser remolcados por un avión hasta cierta altura donde eran soltados, una vez libres en el aire, aprovechaban las corrientes de viento caliente de la atmósfera y podían volar durante horas y realizar acrobacias en un área bastante extensa.


 Uno de los lugares preferidos para practicar este deporte era la península de la Florida porque las brisas marinas que circulan por su territorio favorecían el vuelo de los planeadores. Es por ello que se organizó en Kendall, un suburbio de Miami, el Club de Pilotos de Aviones sin Motor que tenía entre sus objetivos crear una escuela de aviadores-planeadores.

A principios de abril de 1935, con este fin y para recaudar fondos, los directivos el Club vinieron a La Habana para proponerle a la Comisión Nacional de Turismo de Cuba la realización de un vuelo de exhibición de dos planeadores arrastrados por un avión los cuales saldrían de Miami y aterrizarían en algún lugar del centro de la ciudad de La Habana. Sería la primera vez que los planeadores volarían atravesando el mar de un país a otro, lo que significaba un atractivo gancho turístico y también filatélico pues traerían una valija de correos, cuyas cartas vendrían estampadas con un matasellos conmemorativo que diría “Primer tren aéreo Internacional”

La idea era muy beneficiosa para Cuba porque reanimaría la industria turística cubana notablemente afectada por la violencia vivida durante la dictadura de Machado y continuada por el coronel Batista. La Comisión de Turismo recomendó el proyecto al gobierno y al ayuntamiento -que tenían que contribuir con una parte de los gastos- y solicitaron la colaboración de las entidades aeroportuarias, turísticas y filatélicas. Todos lo aceptaron incluyendo la sugerencia del Club de pilotos sin motor de que los planeadores aterrizaran en el Paseo de José Martí, frente al Capitolio, el centro turístico por excelencia de la ciudad. Los preparativos se desarrollaron rápidamente. En los primeros días de mayo los correos pusieron a la venta sellos conmemorativos del evento y la prensa habanera comenzó anunciar la importante demostración aérea.

Paul Du Pond y Richard O´Meara reunidos en el Capitolio
después del histórico vuelo

En la mañana del 14 de mayo los expertos en planeadores colocaron cuidadosamente en el Paseo de José Martí, en el tramo que iba de un extremo a otro del edificio del Congreso, unas señales llamativas para que los aviadores pudieran ver desde el aire la improvisada pista donde debían aterrizar. Por simple precaución, la amplia avenida quedó cerrada al público desde la calle Monte hasta la de Neptuno. Al mediodía no cabía nadie más en los alrededores del Capitolio, principalmente en los balcones de los edificios situados frente al palacio del Congreso, muchos de los cuales fueron alquilados a altísimos precios por su privilegiada situación. Y no sólo había curiosos en esos lugares, sino también, en el Parque Central, el Paseo del Prado y el Castillo de la Punta con su pedazo del Malecón, porque se decía que por allí pasaría el tren de los cielos.

Paul Du Pond aterriza frente a Prado y Teniente Rey

Mientras, a las 9:15 de la mañana los pilotos Edgard Kein y Agustín Parlá, este último pionero de la aviación cubana, partieron del aeropuerto Kendall en un avión bimotor DC-2 remolcando con fuertes cables a dos planeadores tripulados por Richard O’Meara y Paul Du Pond. Su destino, a casi 400 kilómetros de distancia, era La Habana. 

A mitad de camino, antes de cruzar el Estrecho de la Florida, aterrizaron en Cayo Hueso para reabastecerse de combustible y planificar los últimos detalles. De acuerdo con el tiempo que les tomó llegar hasta allí y las condiciones atmosféricas reinantes, calcularon que partiendo a las dos de la tarde llegarían a la hora convenida a la capital cubana.

Sin embargo, la caravana aérea llegó unos minutos más de lo previsto, porque cuando volaban sobre las aguas del estrecho de la Florida el aire cambió desfavorablemente. No fue hasta las 3:14 de la tarde que fueron avistados por la guardia de la Marina de Guerra de la
farola del Morro. Segundos después el pueblo habanero los vio venir y empezaron a saludarlos jubilosamente agitando sus sombreros y pañuelos.

El avión con sus “cachorros”, como un periodista los llamó, entraron a cierta altura por el Paseo del Prado y continuaron por el frente del Capitolio buscando las marcas de aterrizaje. Y cuando se encontraban a la altura de la Terminal de trenes, volvieron al Malecón para repetir de nuevo el recorrido y precisar aún más el lugar de descenso. Al pasar de nuevo la estación ferrocarrilera, ya sobre la bahía, los dos planeadores soltaron sus amarras y fueron descendiendo suavemente hacia la improvisada pista del Paseo de Martí.

El primero que tocó tierra fue el planeador de O’Meara quien lo frenó casi frente al teatro Payret. Rápidamente soldados, marinos y algunos curiosos lo empujaron hasta los jardines del Capitolio. Con no menos destreza aterrizó Du Pont deteniendo el planeador frente a la calle de Teniente Rey e igualmente uniformados y muchísimos espectadores más lo llevaron hasta aparcarlo al lado del otro. El pueblo se fue acercando y vitoreando a los felices pilotos que se abrazaban y devolvían las muestras de afecto popular agitando en sus manos las gorras de aviadores. Luego subieron las escalinatas del Capitolio donde fueron recibidos y agasajados por las autoridades gubernamentales y los miembros de la Comisión Nacional de Turismo de Cuba.

Los pilotos, a más de realizar la hazaña de volar en planeadores de un país a otro, fueron los pioneros también en traer en esos aparatos sin motor, valijas de correos que marcaban historia en la filatelia internacional. Mientras, los pilotos Kein y Parlá, una vez que disfrutaron desde el aire el espectacular y feliz aterrizaje de los planeadores en el corazón de la ciudad, dirigieron su avión DC2 a Marianao para aterrizar en el aeropuerto de Columbia. Dos días después los pilotos regresaban en sus maquinas voladoras a Kendall llevando correspondencia de Cuba y el orgullo de haber guiado exitosamente el primer tren aéreo internacional.

Reproducido de www.LaVozdeCubalibre.org
Fotos: Panchito  Pérez y Amador Valdés
 

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