por Emilio Cosío
Cantaba Carlos Gardel que recordar era volver a vivir. ¿Quiere esto decir que estaba muerto y recordó algo? ¿Y que entonces resucitó? ¿O esa idea se le ocurrió soñando? Porque de algún lado le vino. La verdad es que creo que a Gardel se le fue la mano con ese tango. Porque yo recuerdo montones de guanajerías sin necesidad de morirme y resucitar. Y mucho menos ver un resucitado. Ni falta que me hace. A menos que sean de los que se hacen los muertos para ver que entierro les hacen. Que abundan. De modo que no hay que hacerle mucho caso al tango ese.
Y muchísimo menos al que decía que veinte años no eran nada. Otra ocurrencia genial de Gardel. Lo que todavía creen algunos que te tropiezas por ahí. Y les viene como anillo al dedo para lo de la tercera edad. Dándoselas de ser mas jóvenes que tú. Aunque te haya llevado de niño al parque. Y aquí en el exilio confían en que uno ya está boloña y no recuerda nada y terminas con que eras tú quien los llevaba a ellos al Casino Campestre en Camagüey a ver La Gruta y deslizarse por las canales. Pero veinte años si son algo. Algo que te pone hecho leña. Y que no arregla ni la tercera edad. Porque noto que ya me pasa como a la mona que se viste de seda. Que mona se queda.
Dependiendo de qué sueños se habla, puede decirse de estos que son experiencias irreales que no sirven para nada, o que los que no sirven para nada son los que dicen esas cosas. Y aunque a través de los siglos hayan sido un factor importante en la historia de los pueblos, cuyos gobernantes los han utilizado para toda clase de diabluras, Calderón de la Barca haya dicho que la vida es sueño y Diego Vicente Tejera haya escrito su bello poema La Hamaca, que es el ideal o el sueño de los haraganes. No creo que está bien que comentemos de paso que parece que le robó el invento a los indios, que no le habían sacado la patente.
Era frecuente en la antigüedad que cada vez que un monarca no sabia qué hacer se apareciera con el cuento de que había soñado con la solución. O que se le había aparecido un mensajero de los Dioses. Como sucedió con el ángel que, en vísperas de la batalla de las Navas de Tolosa se apareció al Rey Alfonso VIII rebelándole el paso secreto a través de la Sierra Morena con lo que sorprendería a los moros por la retaguardia. Esto enardeció y llenó de renovada fe a los ejércitos cristianos. Que derrotaron decisivamente a los moros. Los incrédulos averiguaron más tarde que el mencionado ángel era un pastor de la zona llamado Martín Alaja.
Había en aquel entonces, como los ha habido siempre, una buena colección de vividores conocidos por oráculos, pitonisas, profetas y otros del mismo carácter que se decían capaces de adivinar el futuro. Información que recibían de los dioses mediante sueños. Estos personajes vivían del cuento, que generalmente le hacían a los reyes, que los mantenían a su servicio en la corte. El empleo duraba hasta que metían la pata. Y perdían la cabeza.
Pero los que sí le han sacado lasca al cuento de las predicciones somos los cubanos, que los utilizamos para jugar nuestra bolita. Y sobre todo para que otros la jueguen. Y vivir del cuento. Con la ventaja de que no arriesgan la cabeza. Muchos piensan que esos adivinadores son cosas del pasado; pero a mí me parece que están aquí, en la Florida. Reencarnados como meteorólogos.
Muchas veces pienso lo que hubiera hecho nuestro Millás si hubiera tenido los aparatos científicos que tienen los meteorólogos de ahora. Porque sin ellos, con la tabla al pecho, solamente se le escapó un ciclón que le tomó el pelo porque lo dejó esperando en Matanzas y se paseó por el malecón donde empapó la Vaca Lechera, que estaba descuidada matando moscas con el rabo.
Los sueños se tienen dormidos o despiertos. Los sueños despiertos son fundamento del progreso cuando se conciben sobre realidades o sea sobre lo posible, ajenos a la fantasía. Los sueños basados en fantasías están reservados a los idiotas que sueñan un montón de boberías despiertos. Como la pobrecita Alicia en el País de las Maravillas, que por suerte para ella vivió en otros tiempos. Porque si llega ser en esta época le hubieran hecho una evaluación en el colegio y no hubiera pasado jamás del kindergarten.
Estos soñadores viven por lo general en la luna de Valencia y adaptan la realidad a sus fantasías. En esta categoría caen los que juegan y apuestan, porque han descubierto la fórmula para ganar, los que saben de buena tinta que los americanos van a liberar a Cuba. Y una larga lista de sesudos idiotas de los que los americanos dicen que sus pensamientos son solamente «wishfull thinking».
Los sueños dormidos son un misterio inexplicable. Y sospecho que tienen alguna relación con lo que comemos. Porque no sueña igual el que se ha tomado un caldito de pollo que el que tiene diez libras de carne de puerco, con cinco de yuca. arroz con frijoles negros con chicharrones y diez cervezas en el estomago, sin contar la ensalada. Que no me digan que este animal puede tener un sueño tan apacible como el del caldito.
Cuando el sueño es desagradable se llama pesadilla. Hay una que me altera y hace que despierte sobresaltado y está originada en una experiencia traumática. Para poder graduarme de bachillerato tenía que aprobar las Ciencias Naturales. Y yo de esa asignatura no sabía ni una papa. Por supuesto, llegó el día del examen y me dieron un suspenso. Y no me gradué en el Instituto, pero me gradué de todos modos en la Fotografía Cortiñas, en la que todos lo años exhibían las fotos de los graduados en una vidriera que daba a la calle.
Así que me tomaron mi foto con «dinner jacket» y todo y me pusieron en la vidriera con los graduados del curso. Nunca se me ocurrió pensar en lo que vendría después: que alguien pondría en la vidriera un cartelito que decía ”No están todos los que son ni son todos los que están”. Esta cruel exposición al escrutinio público determinó que me trasladase a La Habana donde terminé el bachillerato con el examen de Ciencias Naturales. Que gracias a Dios me tiró un amigo por una ventana. Por cierto que el profesor me citó a una revisión del examen extrañado de que hubiera contestado como copiada del libro la pregunta relativa al sistema ambulacral de los equinoideos. ¿Qué es eso? Les aseguro que no lo supe entonces, ni lo sé ahora ni lo sabré jamás. Lo que si sé es que como abogado nunca tuve un equinoideo como cliente. Y de lo que si no hay duda es que los equinoideos son unos bichos vengativos. Que disfrutan persiguiéndome con sus pesadillas.
Otras pesadillas se repiten. A mi me persigue una situación que me humilla e indigna y quisiera que algún psiquiatra me explicara porque cada vez que sueño con una bronca, pierdo yo. Y de nada me vale que el otro sea más chiquito. Porque me suena de todos modos. Bueno, ahora me despido para ver si puedo soñar algo mejor.
Emilio A. Cosío, abogado, poeta y humorista cubano.
Ilustración: Google
Cantaba Carlos Gardel que recordar era volver a vivir. ¿Quiere esto decir que estaba muerto y recordó algo? ¿Y que entonces resucitó? ¿O esa idea se le ocurrió soñando? Porque de algún lado le vino. La verdad es que creo que a Gardel se le fue la mano con ese tango. Porque yo recuerdo montones de guanajerías sin necesidad de morirme y resucitar. Y mucho menos ver un resucitado. Ni falta que me hace. A menos que sean de los que se hacen los muertos para ver que entierro les hacen. Que abundan. De modo que no hay que hacerle mucho caso al tango ese.
Y muchísimo menos al que decía que veinte años no eran nada. Otra ocurrencia genial de Gardel. Lo que todavía creen algunos que te tropiezas por ahí. Y les viene como anillo al dedo para lo de la tercera edad. Dándoselas de ser mas jóvenes que tú. Aunque te haya llevado de niño al parque. Y aquí en el exilio confían en que uno ya está boloña y no recuerda nada y terminas con que eras tú quien los llevaba a ellos al Casino Campestre en Camagüey a ver La Gruta y deslizarse por las canales. Pero veinte años si son algo. Algo que te pone hecho leña. Y que no arregla ni la tercera edad. Porque noto que ya me pasa como a la mona que se viste de seda. Que mona se queda.
Dependiendo de qué sueños se habla, puede decirse de estos que son experiencias irreales que no sirven para nada, o que los que no sirven para nada son los que dicen esas cosas. Y aunque a través de los siglos hayan sido un factor importante en la historia de los pueblos, cuyos gobernantes los han utilizado para toda clase de diabluras, Calderón de la Barca haya dicho que la vida es sueño y Diego Vicente Tejera haya escrito su bello poema La Hamaca, que es el ideal o el sueño de los haraganes. No creo que está bien que comentemos de paso que parece que le robó el invento a los indios, que no le habían sacado la patente.
Era frecuente en la antigüedad que cada vez que un monarca no sabia qué hacer se apareciera con el cuento de que había soñado con la solución. O que se le había aparecido un mensajero de los Dioses. Como sucedió con el ángel que, en vísperas de la batalla de las Navas de Tolosa se apareció al Rey Alfonso VIII rebelándole el paso secreto a través de la Sierra Morena con lo que sorprendería a los moros por la retaguardia. Esto enardeció y llenó de renovada fe a los ejércitos cristianos. Que derrotaron decisivamente a los moros. Los incrédulos averiguaron más tarde que el mencionado ángel era un pastor de la zona llamado Martín Alaja.
Había en aquel entonces, como los ha habido siempre, una buena colección de vividores conocidos por oráculos, pitonisas, profetas y otros del mismo carácter que se decían capaces de adivinar el futuro. Información que recibían de los dioses mediante sueños. Estos personajes vivían del cuento, que generalmente le hacían a los reyes, que los mantenían a su servicio en la corte. El empleo duraba hasta que metían la pata. Y perdían la cabeza.
Pero los que sí le han sacado lasca al cuento de las predicciones somos los cubanos, que los utilizamos para jugar nuestra bolita. Y sobre todo para que otros la jueguen. Y vivir del cuento. Con la ventaja de que no arriesgan la cabeza. Muchos piensan que esos adivinadores son cosas del pasado; pero a mí me parece que están aquí, en la Florida. Reencarnados como meteorólogos.
Muchas veces pienso lo que hubiera hecho nuestro Millás si hubiera tenido los aparatos científicos que tienen los meteorólogos de ahora. Porque sin ellos, con la tabla al pecho, solamente se le escapó un ciclón que le tomó el pelo porque lo dejó esperando en Matanzas y se paseó por el malecón donde empapó la Vaca Lechera, que estaba descuidada matando moscas con el rabo.
Los sueños se tienen dormidos o despiertos. Los sueños despiertos son fundamento del progreso cuando se conciben sobre realidades o sea sobre lo posible, ajenos a la fantasía. Los sueños basados en fantasías están reservados a los idiotas que sueñan un montón de boberías despiertos. Como la pobrecita Alicia en el País de las Maravillas, que por suerte para ella vivió en otros tiempos. Porque si llega ser en esta época le hubieran hecho una evaluación en el colegio y no hubiera pasado jamás del kindergarten.
Estos soñadores viven por lo general en la luna de Valencia y adaptan la realidad a sus fantasías. En esta categoría caen los que juegan y apuestan, porque han descubierto la fórmula para ganar, los que saben de buena tinta que los americanos van a liberar a Cuba. Y una larga lista de sesudos idiotas de los que los americanos dicen que sus pensamientos son solamente «wishfull thinking».
Los sueños dormidos son un misterio inexplicable. Y sospecho que tienen alguna relación con lo que comemos. Porque no sueña igual el que se ha tomado un caldito de pollo que el que tiene diez libras de carne de puerco, con cinco de yuca. arroz con frijoles negros con chicharrones y diez cervezas en el estomago, sin contar la ensalada. Que no me digan que este animal puede tener un sueño tan apacible como el del caldito.
Cuando el sueño es desagradable se llama pesadilla. Hay una que me altera y hace que despierte sobresaltado y está originada en una experiencia traumática. Para poder graduarme de bachillerato tenía que aprobar las Ciencias Naturales. Y yo de esa asignatura no sabía ni una papa. Por supuesto, llegó el día del examen y me dieron un suspenso. Y no me gradué en el Instituto, pero me gradué de todos modos en la Fotografía Cortiñas, en la que todos lo años exhibían las fotos de los graduados en una vidriera que daba a la calle.
Así que me tomaron mi foto con «dinner jacket» y todo y me pusieron en la vidriera con los graduados del curso. Nunca se me ocurrió pensar en lo que vendría después: que alguien pondría en la vidriera un cartelito que decía ”No están todos los que son ni son todos los que están”. Esta cruel exposición al escrutinio público determinó que me trasladase a La Habana donde terminé el bachillerato con el examen de Ciencias Naturales. Que gracias a Dios me tiró un amigo por una ventana. Por cierto que el profesor me citó a una revisión del examen extrañado de que hubiera contestado como copiada del libro la pregunta relativa al sistema ambulacral de los equinoideos. ¿Qué es eso? Les aseguro que no lo supe entonces, ni lo sé ahora ni lo sabré jamás. Lo que si sé es que como abogado nunca tuve un equinoideo como cliente. Y de lo que si no hay duda es que los equinoideos son unos bichos vengativos. Que disfrutan persiguiéndome con sus pesadillas.
Otras pesadillas se repiten. A mi me persigue una situación que me humilla e indigna y quisiera que algún psiquiatra me explicara porque cada vez que sueño con una bronca, pierdo yo. Y de nada me vale que el otro sea más chiquito. Porque me suena de todos modos. Bueno, ahora me despido para ver si puedo soñar algo mejor.
Emilio A. Cosío, abogado, poeta y humorista cubano.
Ilustración: Google
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