De calendas y calendarios
Ana Dolores García
El calendario que mide nuestros días y meses tiene apenas poco
mas de cuatrocientos años y es el que hasta el presente los humanos hemos
podido dotar de mas precisión, aunque de cualquier modo cíclicamente haya que
corregir un poco la medida de sus años.
Antes de él hubo otros que conocemos, y sabrá Dios cuántos mas habrá
que no han podido descubrir los arqueólogos. En sí, un calendario no es mas que el modo en que los
humanos hemos tratado de medir el tiempo para de ese modo satisfacer una
necesitad imperiosa para regular la vida. Pero, ¿cómo serían los calendarios de
los hombres de la edad de piedra?
Al menos, el primer calendario del que se tiene noticia lo
encontraron en Escocia y es de una antigüedad envidiable: probablemente existió
ocho mil años antes de Cristo, por allá por el período mesolítico de nuestra
prehistoria. Medía el tiempo basándose en las fases del sol y de la luna,
habida cuenta de que todos los calendarios siempre han tratado de crear un
acoplo entre la ocurrencia del quehacer humano y el ciclo de los fenómenos
siderales.
Etimológicamente, la palabra “calendario” proviene de una
palabra latina, “calenda”. Calendario lo llamaron los romanos ya que para ellos
era el conjunto de las calendas, nombre con que designaban al primer día de
cada mes.
LOS
EGIPCIOS
También antes de
Cristo -tercer milenio- surgió el calendario civil egipcio, que sigue siendo el
primer calendario solar conocido de la civilización. Habían tenido
anteriormente un calendario lunar y otros de menos precisión. Este año civil egipcio,
solar, constaba de 365 días y estaba dividido en 12 meses de 30 días cada uno,
organizado cada mes en tres periodos de 10 días. Al final del último mes de
cada año se añadían los cinco días que faltaban para completar el año solar y que
dedicaban a varios de sus dioses.
Aunque no era para
nada exacto, el triunfo del año solar sobre los que le precedieron fue conclusión
a la que llegaron los sacerdotes egipcios al observar que las fechas del
calendario solar coincidían con las de las crecidas del Nilo. Para un pueblo de
agricultores, el poder prepararse para la época de las inundaciones era una cuestión
primordial. Por ello los egipcios establecieron la primavera como la entrada de
cada nuevo año.
LOS GRIEGOS
Acercándonos mas al mundo
occidental nos encontramos con los calendarios helénicos. En plural, porque los
griegos fueron muy espléndidos al asignarse calendarios de acuerdo con sus
regiones. Incluso han llegado hasta nuestros días unas “calendas griegas” que
nunca existieron. Pues “calendas” fue el nombre que los romanos dieron al
primer día de cada uno de sus meses y los griegos nunca tuvieron esa costumbre
ni esa palabra. Por ello es que el uso de “calendas
griegas” se emplea para nombrar algo que vendrá en un tiempo que nunca ha de
llegar. Humor romano a costa de los griegos.
El calendario de los helenos era del tipo lunisolar y fue mas o
menos copiado de los babilonios con algunas variaciones según la región donde
se usara. El año ateniense (el de Atenas), se componía de 12 meses lunares. Al principio
cada mes contaba con 30 días, luego hubo que hacer un ajuste con el ciclo lunar
alternando un mes de 29 días y uno de 30 días. Esto produjo un año de 354 días, es decir 11
días menos en relación con el año solar, por lo que intercalaban un
decimotercer mes de 30 días después de cada segundo año lunar. Parecía ser todo
tan sencillo como si fuera solo cosa de quita y pon.
LOS ROMANOS
Los romanos pudieron
contar con varios calendarios (no iban a ser menos que los griegos), pero no
los diferenciaron por regiones, sino por épocas. El primero de todos dicen que fue instituido
por Rómulo, el fundador de Roma, y ha pasado a la historia como el Calendario de Rómulo.
En aquel calendario de
los inicios de Roma el año comenzaba con el equinoccio de primavera en martius,
en honor al dios de la guerra, Marte, y aunque no todos los historiadores están
de acuerdo, este calendario al parecer constaba solo de diez meses.
De ellos, los cinco
primeros estuvieron dedicados a sus dioses: aprilis, que seguía a martius,
fue dedicado a la diosa de la fertilidad Apru; maius para Maio, diosa de
la primavera, y junius para Juno, la
esposa de Júpiter y diosa de los matrimonios. Les seguían quinctilis, el quinto mes,
sextilis, septembris, octobris,
novembris y decembris.
Ese calendario se
fundaba el el ciclo lunar. Aquellos diez meses no tenían una duración igual, inútil
recurso empleado en busca de coincidir con el ciclo lunar: 31 días para cuatro
de ellos y 30 para los seis restantes, con lo que lograban un total de 304
días. Resultado: se quedaba muy corto en relación con el ciclo solar.
En el año 700 a.C. el
emperador Numa Pompilio creó un nuevo calendario que constaba de doce meses y
305 días. Se acortaron los días de varios meses del Calendario de Rómulo y se
agregaron los meses de ianuarius con 29, y februarius con 28 días Se conoce como el Calendario
Numa, que de todos modos resultaba corto en relación con el ciclo solar. Para resolverlo, Numa Pompilio ordenó que se le añadiera
un mes cada dos años, de 22 días en el segundo y sexto años, y de 23 días en el
cuarto y octavo, haciendo un ciclo de ocho años. ¡Muy complicado! Remedio o
remiendo que no tuvo seguimiento popular aunque si fue utilizado por los
sacerdotes para sus cultos.
El año 46 a.C. marcó
el inicio del imperio de Julio César, y de la llegada de un nuevo intento para
obtener un calendario capaz de acoplarse con mas exactitud al ciclo solar.
Cronometrar el tiempo con mirar solamente a la luna no daba resultado porque
con el paso de los años el desajuste se hacía evidente y el invierno llegaba
cuando los calendarios marcaban que se estaba en el otoño…
Julio César decidió llevar a cabo una nueva reforma y así surgió
el Calendario Juliano. La
experiencia de tanto fallido experimento anterior logró hacer que se llegara,
si no a la exactitud, al menos a una aproximación muy cercana a ella. Como
primera medida se determinó que ese año del comienzo constara de 445 días en
vez de 365 para poder corregir la desproporción que existía entre el tiempo real
y el que señalaba el calendario.
Y ya a partir del 44 a.C. todos los años romanos constaron de
365 días y cada cuatro años se agregaba un día al mes de febrero repitiendo la
fecha del día 24, que se llamaba “día sexto”. Ese nuevo día, que aparecía
solamente cada cuatro años, resultaba ser un segundo “sexto” y por eso se le
llamó “bi-sexto”, derivado al español en “bisiesto” con el que hoy en día
conocemos a ese año de 366 días que se repite cada cuatro años.
Sin embargo no todos estuvieron conformes y se empeñaron en
establecer un año bisiesto cada tres años en lugar de cada cuatro. Por
consiguiente el desfase comenzó a crecer de nuevo y en el año 10 a.C. el
emperador César Augusto decidió regresar a la fórmula original del calendario
Juliano, aunque antes se tuvo que eliminar durante treinta y seis años el día adicional
de cada año bisiesto. No fue sino hasta el año 8 d.C. en que volvió a
reinstalarse el original calendario Juliano. Augusto, al igual que lo había
hecho Julio César al crear julius,
se dedicó un mes a su nombre: augustus.
Parecía que se había encontrado la fórmula mágica y definitiva
para medir el tiempo, pero el paso los siglos
fue demostrando que aquella
mínima diferencia que el calendario juliano no había
logrado evitar –pequeño fragmento de hora-, se había ido incrementando en horas
y ya llegaba a 10 días en 1582.
EL CALENDARIO GREGORIANO
Mas de doce siglos después, el calendario juliano dio paso a
otro preparado por estudiosos de la universidad de Salamanca. Eran los años del
Renacimiento de la cultura y del arte, del florecimiento de las ciencias en
toda Europa, y para todos aquel calendario ya resultaba obsoleto.
El Papa Gregorio XIII fue su promotor, movido primordialmente
por la necesidad de ajustar el calendario al desarrollo de los ciclos astrales,
pues para la Iglesia la fecha de la celebración
de la Pascua está regulada por la de la primera luna llena de primavera, lo que
en consecuencia también afecta otras fechas religiosas móviles.
Este nuevo calendario por el que aún se rigen nuestros días,
tomó el nombre de Calendario Gregoriano.
Corrigió grandemente cálculos erróneos de su predecesor
pero no ha llegado aún a la perfección, porque adelanta 1/4 de minuto cada año,
lo que significa que se requerirá el ajuste
de un día cada 3300 años.
El Calendario Gregoriano
mantiene la regla general de años de 12 meses y de un año bisiesto cada cuatro
años, aunque con la excepción de los años múltiplos de 100, excepción que a su
vez tiene otra excepción, la de los años múltiplos de 400, que sí serán
bisiestos. La nueva fórmula establece
que los años serán de 365 días menos los bisiestos que tendrán 366, al agregarse
un día al final del mes de febrero. Cuatro meses tendrán una duración de treinta
días, y siete contarán treinta y uno, mientras febrero solamente tendrá veinte y
ocho salvo en los años bisiestos.
Valga terminar con los
fáciles versos que aprendimos en la escuela para recordar la duración de cada
uno de esos meses:
Treinta días trae
noviembre
con abril, junio y
septiembre.
Los demás traen
treinta y uno
menos febrero que es
mocho
pues solo trae veinte
y ocho.
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