Las dos Guadalupes
Manuel Pereira, México DF | 25/02/2013
La virgen que juega al escondite está en la España profunda, en
Extremadura, en el poblado de Guadalupe. Protegida tras los muros de un
monasterio-fortaleza, aparece y desaparece en su altar como por arte de magia,
porque su nicho es giratorio, como un torno, y los monjes la hacen rotar hacia
la parte posterior del retablo para que las visitas guiadas puedan admirarla de
cerca en el camarín.
Enseguida acude al recuerdo la otra Guadalupe, la del Tepeyac, a pesar
de que la virgen española no es “morenita”, como la mexicana, sino más bien
negra.
La Guadalupe cacereña pertenece a la larga familia europea de las
vírgenes negras. Son oscuras porque descienden de las antiguas diosas-madres, o
Venus prehistóricas, que dieron lugar a deidades de la fertilidad como Isis,
Astarté, Gea, Cibeles, Deméter, Ceres, Artemisa, las cuales durante el
cristianismo sincretizaron con el culto mariano. De acuerdo con una teoría menos esotérica —o poco poética— estas
vírgenes están hechas de ébano por su dureza y resistencia a los ataques de
hongos y termitas; otros investigadores, más positivistas, sostienen que son
negras porque, con el paso de los siglos, fueron tiznadas por el humo de las
velas. En cualquier caso, no existe en ellas ninguna influencia africana, pues
carecen de rasgos negroides, sus facciones son europeas.
La talla venerada en el monasterio español es románica, del siglo XII.
Si la despojamos de los fulgores de su corona y de su manto de brocado,
tendríamos una imagen de aspecto arcaizante, con cierto aire “expresionista”, o
incluso “cubista”.
¿Qué tendrá que ver esta Guadalupe española con su tocaya mexicana? A
primera vista, nada, salvo el nombre.
La de México no tiene niño, la de España sí. La del Tepeyac está
estampada en la tilma de Juan Diego, la europea es una talla de madera. La
mexicana es “morenita”, la española es negra.
Sin embargo, ambas se parecen en su jerarquía universal. Aparte de ser
la Patrona de Extremadura, la de Cáceres es la Reina de todas las Españas, una
alta categoría que comparte con la virgen del Tepeyac, llamada “Emperatriz de
las Américas” por el papa Pío XII en 1945.
Pero a pesar de ostentar igual rango, no tienen la misma cantidad de
devotos. El fervor que suscita la virgen del Tepeyac es muy superior al que
despierta actualmente la de Cáceres. Si en México unos nueve millones de
peregrinos visitan la Basílica de Guadalupe cada 12 de diciembre, en España no
sobrepasan las diez mil almas cuando tienen lugar las solemnidades más
señaladas.
Y si no se parecen en casi nada, ¿a qué se debe entonces que ambas
vírgenes se llamen igual?
Cuando la virgen se le apareció a Juan Bernardino, el tío enfermo de
Juan Diego, se identificó usando el término náhuatl “coatlaxopeuh”, que
suena “quatlasupe” formando una homofonía casi perfecta con Guadalupe.
La coincidencia no es sólo fonética, pues en náhuatl “Coa”
significa serpiente, y “tla” equivale al artículo “la”, mientras que “xopeuh”
significa “aplastar”, de manera que la identificación de la Virgen (coatlaxopeuh)
quiere decir: “la que aplasta la serpiente”.
Ya desde la noche de los tiempos, al menos en la tradición
judeocristiana, la relación entre la mujer y la serpiente siempre ha sido
conflictiva. Después del episodio de Eva con la serpiente en el Paraíso, Yavé
le dice a la culebra: “pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer/ Y entre tu
linaje y el suyo;/ Este te aplastará la cabeza, Y tú le acecharás el calcañal”
(Génesis 3.15).
El resto corrió por cuenta de los colonizadores y los misioneros, pues
todos eran devotos de la virgen española de Cáceres. Si los invasores más
prominentes eran oriundos de Extremadura, si todos nacieron muy cerca del
santuario de esta virgen —desde Hernán Cortés hasta Pedro de Alvarado pasando
por Gonzalo de Sandoval—, nada tiene de raro que trasladaran su fervor
guadalupense a México.
Existe otra semejanza entre ambas vírgenes. Las dos se revelan ante
personas muy humildes. En México se le aparece al indio Juan Diego en el año
1531 y en España se manifiesta ante un pastor o vaquero llamado Gil Cordero
en 1326, después de la expulsión de los moros de aquella zona. Gil Cordero
relató que buscaba una vaca perdida cuando una señora radiante salió de entre
los arbustos, junto al río Guadalupe, en la Sierra de Villuercas. Después de
indicarle el lugar donde debía excavar para desenterrar un tesoro, le pidió que
le construyeran allí una capilla.
Cuando excavaron a orillas del río, desenterraron la talla de esta
virgen negra que siglos antes unos clérigos habían ocultado allí para salvarla
del avance de los invasores musulmanes por la Península. Como es sabido, el
Islam no tolera el culto a las imágenes.
Lo paradójico es que el río donde la escondieron se llama “Guadalupe”,
y esa palabra no es castellana, sino un arabismo que significa “río escondido”.
Para salvarla de los musulmanes, la ocultaron en un recóndito río de nombre
árabe.
Haciendo honor a la etimología de su nombre, esta virgen también supo
ocultarse y reaparecer en México, allá en el Tepeyac. Sólo entonces comprendí
el significado más profundo de ese nombre de Guadalupe tan llevado y tan traído
de un continente a otro. Ella es ese río escondido que fluye por debajo del océano
estableciendo un nexo imperecedero entre España y México.
Reproducido de CubaEncuentro.
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