¿Vendrá
la debacle
del
Partido Comunista en Cuba?
Ana
León, Cubanet
LA
HABANA, Cuba.- El descalabro electoral sufrido el 6 de diciembre por Maduro y
sus partidarios en Venezuela ha levantado una marejada de opiniones y
expectativas en Cuba, especialmente acerca de la necesidad o la posibilidad de
que en la isla ocurra algo similar para poner fin a más de medio siglo de
voluntarismo político y mala administración.
¿Cómo
lograr que los cubanos se llenen de valor y exijan comicios democráticos para
elegir directamente a sus gobernantes? Entre tantas opiniones diversas, con una
hay que concordar: existe una falta de cohesión congénita; pues para el pueblo
cubano la unidad solo es necesaria y realizable cuando se trata de “hacer
frente al imperialismo”, reclamar a algún “inocente” espía preso en Estados
Unidos, o acudir cada primero de mayo a la Plaza de la Revolución. “Unidad” es
quizás la segunda palabra más martillada en las sienes de generaciones de
cubanos (después de “venceremos”), pero nadie se atreve a utilizarla para
modificar un status quo que está literalmente ahogando al país.
¿Cómo
hacerle entender a quienes fueron mozos en los años más rojos de la revolución
cubana, que el sistema al que sacrificaron su juventud, su honra, su conciencia
y sus esperanzas, los ha hundido en la abyección? Esas personas ya atraviesan
la tercera edad y representan casi la mitad de la población cubana actual. ¿Con
qué fuerzas cuenta Cuba para unirse y obligar al gobierno a efectuar elecciones
democráticas? Los cubanos votan por el delegado de la circunscripción porque es
un hábito adquirido, aunque sepan de antemano que no va a resolver ningún
problema y que ese mismo delegado, con igual indolencia y renovado oportunismo
votará más tarde por otro incompetente a nivel municipal y así sucesivamente,
en una verticalidad perpetua que tiene como fin el sostén de la autocracia.
Los
viejos, que son mayoría en Cuba, no van a luchar porque no tienen fuerzas ni
ánimo para hacerlo. Ya han sido devorados hasta el tuétano por el sistema y
–para vergüenza de los cubanos honrados– malviven a base de pensiones
miserables que a muchos han llevado a la mendicidad o al escamoteo.
Por otra
parte, antes de ser optimistas, urge observar las tendencias de la juventud
cubana actual, que podrían resumirse en cinco: delincuencia o apatía social,
alcoholismo, hedonismo ilimitado, voluntad de emigrar lo antes posible y
pasividad sujeta al sistema que, cuando conviene, sabe distribuir sus migajas
entre los enajenados militantes de la Unión de Jóvenes Comunistas.
¿Qué
probabilidades de cambio hay en semejante contexto? La mayoría de los jóvenes
cubanos no podrían, aunque quisieran, transformar la realidad del país porque
no tienen verdadera cultura política. Gracias a la eterna crisis económica, las
recientes generaciones de cubanos han sido moldeadas al calor de antivalores:
rapacería, engaño, ignorancia, corrupción, holgazanería, indolencia, egoísmo y
vulgaridad.
Los
pocos jóvenes sensatos y aprovechables que quedan no piensan en luchar por
Cuba, sino en emigrar para darse la oportunidad de vivir con decoro la única
vida que existe. Han sufrido el estrepitoso fracaso de sus padres y abuelos,
quienes lo dieron todo por la revolución y hoy deben decidir qué hace más
falta: una botella de aceite de cocina o un calzoncillo. ¿Quién puede
reprocharles el querer alejarse de tanta mugre física y espiritual?
Si en
Venezuela triunfó el partido de la oposición fue porque allí, aunque maltrecha,
aún sobrevive la tradición de pluripartidismo. La oposición venezolana pudo
llegar al pueblo a través de internet y los medios de comunicación, y mostrar
la otra versión de los hechos. Basta conocer a Cuba desde dentro para saber que
las revoluciones socialistas en el Tercer Mundo son una falacia. Quien se tragó
el cuento de una Venezuela eternamente chavista carece de pensamiento objetivo.
Nada más hay que ver cómo han calcado la parafernalia del fracasado socialismo
cubano: el mismo discurso, idéntica filosofía y hasta la estética deplorable de
vallas y murales políticos en cualquier lugar.
Venezuela
tiene, además, el precioso regalo natural de ser tierra grande, bien poblada y
adherida a la masa continental. Cuba, en cambio, es una isla. Ello implica una
condición natural de aislamiento y vulnerabilidad que ha sido muy bien
aprovechada por dos gobernantes en medio siglo. La justificada emigración ha
tenido un impacto desastroso en la economía, reduciendo la población a millones
de adultos mayores, miles de discapacitados, una juventud propensa a la
holgazanería y una infancia escasa y mal alimentada.
Quienes
sostienen que la solución para acelerar el cambio es un cierre total de todo:
“no viajes, no remesas (…) el hambre puede ser una motivación para la
sublevación” (comentario de un lector llamado Ángel en un texto aparecido en
Cubanet), deberían considerar que si eso sucediera, mientras el pueblo se
desangrara tratando de robarse unos a otros, los gobernantes Cuba y sus
partidarios no pasarían hambre. Barajarán el modo de paliar la situación
mediante convenios con Rusia, China, Irán o Saturno, cosa que Estados Unidos no
podría impedir. Más hambre que la de 1994 no pasará el pueblo cubano, y en
aquella fecha no hubo rebelión, solo unos pocos disturbios que fueron aplacados
con las Brigadas de Respuesta Rápida y la presencia del caudillo.
Visto
así, la solución no es el aislamiento, el cierre de todo; primeramente porque
cada cubano que tenga seres amados en la isla no lo va a permitir, y porque
dicha acción –tan radical como inhumana– podría hasta generar un problema
interno en el estado de Florida. Si la oposición cubana quiere realmente
impulsar un proyecto de cambio, debe llegar al pueblo con un programa
económico-social digno y realizable por un partido alternativo. Nadie hará caso
de los disidentes que aleguen que el mayor problema de Cuba es la falta de
internet, con tanto pueblo pasando hambre, tantos ancianos desatendidos y tanta
corrupción en todos los niveles.
Cuba necesita unas elecciones libres y deocraticas.
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