28 de enero de 2015

Si ves un monte de espumas...


Si ves un monte de espumas
(Martí, las Montañas de Castkill y el Club Crepúsculo)

Marlene María Pérez Mateo
Si ves un monte de espumas,
Es mi verso lo que ves:
Mi verso es un monte, y es
  Un abanico de plumas  
José Julián Martí y Pérez
(Versos Sencillos V)

Las Montañas de Castkill, al norte del Estado de Nueva York, debido a  su alta elevación y muy pocas posibilidades desde el punto de vista agrícola, fueron un recinto para la caza en la etapa colonial. En el siglo XVII ocuparon dicho territorio los colonos procedentes de Dinamarca. Cien años mas tarde fueron los ingleses el mayor grueso de la escasa población del lugar. Es en dicha centuria cuando adopta el nombre por el que hasta hoy se le conoce, derivado de los vocablos daneses: “Cat”, “Montaña del león”,  y  “Kill”, manantial, logrando un neologismo de justa medida.

En 1753 el naturalista John Bartram escribió la primera crónica conocida sobre el lugar bajo el título “A journey to Yet Cat Skill Mountain” (Un viaje a las montañas de Yet Cat Skill). Luego de la guerra de 1812 comenzó a cambiar la visión de inhospitalidad del recinto. Siete años después Washington Irving publicó su historia “Rip Van Winkle” donde  a manera de ficción se narra la experiencia de un hombre que pasó cuatro lustros  dormido en la referida  sierra. A esta siguió una muestra de literatura negra:“The Murder o fJaneMcRea (El Asesinato   de  Jane McRea) de  John Vanderlyn  encontrando en Castkill el escenario para el entramado de la narración.                                                                        

A las letras siguió la plástica en lo referido al reconocimiento y validación de este macizo montañoso neoyorquino como recinto de agreste pero subyugante naturaleza. Hacia 1825 Thomas Cole, pintor pionero de la llamada “Escuela del Río Hudson”, motivado por el relato de Irving, ilustró con su visión paisajística de Catskill la portada de la publicación “New York Evening Post”. A él colegiaron con igual empeño sus discípulos:  Frederic  Edwin Church, Winslow Homer, Max Eglau, Richard William Hubbard, John Frederick Kenselt y Albert Bierstadt.

Todos ellos conformaron una corriente pictórica que tuvo por denominador común el paisaje como motivo  central del cuadro. Fue Asher  Brown Durand en 1849 con su cuadro “Kindred spirits” quien encarnara de manera mas emblemática el sentir  del movimiento artístico ya mencionado.

Tal influjo de apreciación enmarcado en la naturaleza de Catskill llevó al poeta William Cullen  Bryant a escribir hacia 1846 la más conocida de sus obras “Catterskillfalls winter time” (Las cataratas de Catterskillfalls en invierno).

El Estado de Nueva York, en función de proteger la zona de Castkill, en camino de convertirse en un destino turístico acariciado, decretó el status de “Forest preserve” (Bosque preservado) a la localidad. La forma de acceso más factible por entonces eran las vías férreas, instaurando sus servicios a tal efecto dos de ellas: Ulster and Delaware Railroad; y Caskill and Tannersville Railway.

A José Julián Martí y Pérez, apóstol de la independencia cubana y residente en Nueva York entre 1880 a 1895,  no resultaron ajenos los cambios de apreciación que por entonces se fueron teniendo del entorno geográfico de Catskill;  ni como éste se miraba en los espejos del arte y en el  contexto sociocultural de entonces. A ello apuntan sus dos viajes, respectivas estancias en el mencionado sitio y el impacto su obra periodística y poética. La primera de las visitas acaeció en 1888 invitado por el director de la publicación ”El economista americano”.

De dicha estancia Martí escribiría posteriormente: ”Tres años hace, era selva firme en la falda del pico, hasta que la compró, a diez pesos el acre, un periodista que abogaba contra la propiedad de la tierra.” Cronificó del siguiente  modo tal vivencia en el diario bonaerense La Nación:  “....se divisa la maravilla del Hudson, con su río como el mar, lleno de vapores blancos y veraniegos, y sus retazos de selva, y sus trigales ya cobrizos: pértiga en mano, a la cumbre de mirtos y laureles, de donde se precipita al solemne hemiciclo de basalto la cascada de Kaaterskill, que se pierde espumante por las rocas despeñadas entre robles musgosos y pinos augustos.”  

Sin embargo, es la segunda visita la que mayor y mejor dibuja al visitante, Martí, y a su derredor, por la riqueza de los antecedentes que a ello llevaron, y el nacimiento del poemario ”Versos Sencillos”. Motivados  por las ideas expresadas en noviembre de 1882 por el  filósofo inglés Herbert Spencer en una cena  de despedida de su periplo estadounidense, un pequeño grupo de periodistas retirados encabezados por  F. V. Smalley,  retomaron la premisa del llamado “nuevo evangelio del rebajamiento para los americanos”, llevando a  cabo la fundación del inicialmente llamado “Club Spencer”. Era una organización con reglas simples y carente  de todo burocratismo.

La tesis de la vida natural y las prácticas  saludables alimentaron su unidad fundacional. Bajo la opinión del  Reverendo  John Howard  Suydam, de la Iglesia Reformada, se llevó a cabo el cambio del nombre de la organización por el de Twinlight Club  (Club Crepúsculo) siendo entonces más abarcador e ilustrativo, pues a dicha hora ocurrirían la mayor parte de los eventos de  la organización.  Se auto-designó inicialmente un comité directivo formado por Charles F. Wintage veterano de guerra, Henry Hall historiador y editor, William McDowall, juez y el Coronel W.P. Fogg, quienes unidos a veintiún comensales formaron parte de la primera reunión del Club que tuvo  lugar el 4 de enero de 1883 en el  Restaurant  Moquin, ubicado en la Calle Fulton de Nueva York. El Club usualmente se reunía entre las seis de la tarde y las ocho de la noche para comer; acto seguido por unas dos horas y media acontecían debates, tomando a cada exponente  diez minutos para su rol de orador.

Usualmente tenían lugar los encuentros en el Restaurant del Hotel San Denis cada dos semanas por ocho meses del año. Debido a  la espontaneidad de las exposiciones no se tiene un registro exacto de los discursos, solo semblanzas posteriores  y reseñas. También  se acordaba al finalizar una tentativa de temas futuros a tratar.

No era este  el único Club de Nueva York por entonces pero si el de las citas mas tempranas, de menor costo y de las disertaciones mas “suigeneris”. Otro punto a favor de su peculiaridad no era sólo que en el se reunieran intelectuales, artistas, banqueros, militares, viajantes, y una variada diversidad de pensadores, también las mujeres eran admitidas. Entre ellas se cuentan Maude Adams, una joven actriz, y la escritora Mary Mapes Dodge.  Se adoptó como directriz una especie de reglamento sencillo: El Código de los Poetas. Un total de 40  principios a cumplir por sus miembros.

Hacia los inicios de 1883 oficialmente estaban registrados 200 afiliados en total. Mil ochocientos noventa fue para Martí un año no solo de un intenso calor veraniego sino de contrastes. Participó como  delegado representante por  Uruguay, concurrió a  la Primera Conferencia Monetaria Internacional Americana en Washington, y fue nombrado presidente de la Sociedad Literaria Hispanoamericana de  Nueva York. También asumió la  responsabilidad de cónsul de Argentina y Paraguay en la urbe neoyorquina. Aunque económicamente Martí no disponía de gran holgura económica, su desempeño profesional le hacía acreedor de un universo intelectual encomiable. Quizás fue su estancia en Catskill en 1888 o su ejercicio  laboral que le hizo objeto de una invitación  por parte de los miembros del Club Crepúsculo a una casa de descanso por ellos regentada por quince días en el  mes de agosto del mencionado año.

Martí describió del siguiente modo el lugar: “es un sueño de hermoso, con su pórtico de ramas de abedul, sobre la boca de las cataratas mismas: su rebaño de casas rojas, agrupadas, aquí  y allá, alrededor de la casa del club; sus sendas de piedra natural, que culebrean por  la ladera, sobre arroyos y céspedes, de una casa en otra.”  

Recuerda poco después en su introducción al poemario “Versos sencillos”, considerado por muchos  la autobiografía poética del autor: ”Me echó el médico al monte: Corrían arroyos y se cerraban las nubes: escribí  versos” (El médico probablemente sería el Doctor Ramón L. Miranda Torres). Así  le describe a su amigo Rafael Serra en carta no fechada: “Me voy a un rincón de hojas y soledad por unos cuantos días.” De vuelta repite su incursión como cronista para reportando a “La Nación” como en su primer viaje bajo el título “En las Montañas”:  “..Allá donde no pueden subir las alas de los pájaros, crecen las de los hombres.”   

 
Versos sencillos” es el título de una colección de un total de cuarenta y seis poemas  enumerados gestados en Castkill, que vieron la luz editorial por primera vez en 1891, un año después de su creación. Utilizando la redondilla como forma estrófica con su característico rimado consonante,  Martí se retrató a sí mismo, al mundo y al tiempo del que fue testigo. Con sencillez, sinónimo de no superficialidad ni de simpleza; sino de enigmática evocación  y compendio singular, logró Martí estrofas con una unidad e independencia propia y a su vez  continuidad  narrativa.  Son estos versos  dentro de la poética martiana, los mas populares.

Pocos meses después, el 23 de octubre el propio presidente del Club invitó a Martí a formar parte de su cena número 179, ante 63 comensales en el Restaurant del Hotel Brighton en la playa Coney Island, y a   hacer uso de la palabra. De tal elocución llega hasta nosotros este fragmento:

 “Pero una lección inolvidable y profunda, para mi como para los demás, me dejó mi viaje a las montañas y la acogida benévola a que alude el señor presidente. Se hablaba entonces, y aun puede ser que se hable hoy, entre políticos ignorantes y amedrentados de la intrusión disimulada, con estos o aquellos pretextos plausibles, de estas fuerzas del Norte en los pueblos meritorios, laboriosos, ascendentes, de la América española, de la intrusión, so nombre de la libertad, en la libertad ajena, que es delito que no se ha de cometer, porque harto saben los que en ella viven que, a vuelta con sus elementos heterogéneos lo que triunfa aquí al fin y al cabo es la gran conciencia nacional, que no permite ya de semejante mancha. Pero si esa unión violenta de que suelen hablar, una que otra vez, los políticos amedrentados e ignorantes, no ha de realizarse ciertamente por la nobleza de la tierra que la habría de imponer, y la de las tierras que la habrían de resistir, hay unión simpática y posible, tan apetecible del lado de acá de la frontera, como del lado de allá, y es la que no puede dejar de nacer del trato mutuo, despreocupado y justiciero de los hombres de una zona con los hombres de la otra, de los hombres de veras, cordiales y cultos como esta asamblea de cabezas firmes y espíritus amantes de la justicia, ante quienes depone el extranjero humilde de corazón agradecido.”  

El 23 de diciembre de 1890 le fue otorgado a Martí el ”Certificado de Socio” emitido por parte del comité ejecutivo del Club Crepúsculo. Luego de la muerte del Apóstol, el Club Crepúsculo dedicó a Cuba y a la memoria de su fallecido miembro su reunión del 9 de abril de 1896 en el Hotel Saint Denis. Invitaron para la ocasión a tres cubanos, figuras significantes de la emigración: Fidel Pierra, Emilio del Castillo y Arístides Agramonte. Bajo el titulo: “The Cuban question”, los 150 asistentes tomaron una declaración conjunta donde rezaban: “El Club Crepúsculo  declara terminantemente que siente profunda simpatía por el heroico pueblo de Cuba que pelea por su libertad  e  independencia y pide al presidente Cleveland que lo reconozca como beligerante.”

La relación entre El Club Crepúsculo y Martí fue profunda pero breve. Constituyó  una de sus pocas membrecías a organización alguna y la única estadounidense que le contó entre sus filas. Las razones de tal hecho quizás estén guardadas en la azarosa vida de exilio y en el empeño independentista de Martí; así como su destreza encontrar el equilibrio con el  universo intelectual. El mismo lo explica en la segunda estrofa del primer poema del ya  referido libro cuando describe:

“Arte soy entre las artes,
En los montes, montes soy.”   

Marlene María Pérez Mateo

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