¿Está muerto el pasado?
José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba -Para enterrar el pasado, primero hay que
cerciorarse de que está muerto. Mi abuela aseguraba que para ella el pasado era
un bistec con papas fritas. Y se echó la mitad de la vida añorándolo pero sin
poder enterrarlo. No perdía la fe en su posible resurrección. Hasta que
finalmente el pasado la enterró a ella. Es algo que he recordado al leer la
apelación no sé si al consuelo, a la conformidad o al sacrificio que lanzó Palabra Nueva el 22 de enero, a
propósito del reinicio de relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, y en
torno a lo cual esta revista le propone a nuestra gente que no se permita
quedar atrapada en el pasado.
Tal vez exista una leve confusión en lo que entienden los de Palabra
Nueva con respecto a lo que es el pasado y el presente para los
cubanos. Incluso es posible que también confundan lo que significa aquí estar
atrapado. De lo contrario, se percatarían de que es inútil convocarnos a que
nos libremos del pasado, habida cuenta que el pasado y el presente de Cuba
están secuestrados por el régimen (con nosotros adentro, claro), y que resulta
ingenuo pretender que nos libremos de un apresamiento desde otro apresamiento
que es, ni más ni menos, consecuencia y requisito directos del primero.
Llama la atención, por otro lado, que en Palabra
Nueva se preocupen únicamente por la condición de atrapados por el
pasado que según ellos-, manifiestan los cubanos corrientes, entretanto, en
los días que corren, el régimen evidencia una vez más su aferramiento a un
sistema violador de los derechos humanos, que lejos de ser un peldaño hacia el
futuro, representa un empujón hacia las cavernas. Está visto que a los caciques
de Cuba les ocurre lo mismo que a mi abuela: se resisten a enterrar su bistec con
papas fritas, sueñan con la resurrección, mientras los de Palabra
Nueva sólo nos convocan a nosotros, los cubanos de a pie, al gran desafío que significa enderezar el camino torcido
.
Ellos no son los únicos, justo sea decirlo. Analistas y
politólogos insisten por estos días en el hecho de que al dar su paso hacia la
reconciliación, el gobierno de los Estados Unidos ha reconocido el fracaso de
una estrategia política y económica retrógradas, sostenidas durante varias
décadas contra el régimen cubano. Sin embargo, casi nadie se detiene en el dato
de que, aun sin reconocerlo de palabras, nuestro régimen también certifica el
fracaso de su política y estrategia retrógrados, pues todo el mundo sabe que se
le han ido cerrando las puertas, y que si hoy no se deciden a malograr este
acercamiento al clásico enemigo (con todo y que pataleen, enviándole
falsos guiños a sus cómplices de la izquierda internacional), es porque están
en bancarrota, tanto económica como política, y están viendo cerrarse todas las
otras posibles salidas de escape. Por más que aún así, continúen adheridos a su
bistec con papas fritas.
Una cosa es que nos digan que las circunstancias de catástrofe
histórica y de callejón sin salida a la cual nos llevó la revolución fidelista,
nos obligan hoy a escoger entre lo malo y lo peor, conscientes de que lo malo
podría hallar su alivio en las relaciones que los propios provocadores de la
crisis establezcan con los americanos. Pero otra cosa bien distinta es que
intenten hacernos creer que para no estar atrapados por el pasado, debemos
aplaudir que quienes provocaron la catástrofe permanezcan al mando, ahora
santificados por tales relaciones, y por si fuera poco, sin la disposición de
librarse de su pretérito infame.
Reproducido de Cubanet.com
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