Razones de Carlos
III
para expulsar de
España a los Jesuitas.
La expulsión de los jesuitas del Imperio
español en 1767, una medida firmada por Carlos III dentro
del ambiente hostil hacia esta orden religiosa en la Ilustración, sacudió
profundamente la Cristiandad. Al fin y al cabo, la Compañía de Jesús –la mayor
orden masculina católica en aquellas fechas– estaba fundada por españoles y muy
vinculada a la historia del país, desde la Contrarreforma a la evangelización
de América. Las razones oficiales para justificar la deportación achacaban a
los jesuitas haberse enriquecido enormemente en las misiones, haber intervenido
en política contra los intereses de la Corona y hasta perseguir el asesinato de
los reyes de Portugal y de Francia. Eran mentiras o, en el mejor de los casos,
exageraciones para ocultar una respuesta aún más sencilla: se habían convertido
en unos intrusos de su propia casa.
El día 15 de agosto de 1534, Ignacio de
Loyola, un antiguo militar y consejero de Carlos I destinado a convertirse en
santo, juró junto a sus siete seguidores más fieles en Montmartre (París)
«servir a nuestro Señor, dejando todas las cosas del mundo». Después de los
votos de Montmartre, se incorporaron al núcleo tres jóvenes franceses y se
dirigieron en peregrinación a Jerusalén, que no pudieron alcanzar debido a la
guerra entre Venecia y el Imperio Otomano. Por esta razón, el grupo se dirigió
a Roma, donde fundaron tras largas reflexiones la Compañía de Jesús, que fue
aprobada el 27 de septiembre de 1540 por Paulo III, quien firmó la bula de
confirmación «Regimini militantis ecclesiae».
Francia
declaró ilegal la orden debido a un asunto de malversación de fondos
La
Compañía de Jesús fue un instrumento fundamental de la Iglesia católica durante
la Contrarreforma, y varios de sus miembros se destacaron en el Concilio de
Trento, que sirvió para aclarar diversos puntos doctrinales y combatir desde la
teología el cisma surgido con el movimiento protestante. Desde su origen, los
jesuitas profesaron los tres votos normativos de la vida religiosa (obediencia,
pobreza y castidad) y, además, un cuarto voto de obediencia absoluta al Papa,
«circa misiones», que es el motivo, precisamente, de que los estados comenzaran
a desconfiar de la orden a partir de la Ilustración.
Los
regalistas contra los jesuitas
La actitud inflexible de los defensores de los
derechos de la Santa Sede contra los regalistas (los defensores de los derechos
privilegiados de la corona en las relaciones con la iglesia) fue la causa de
fondo de todas las disputas que acontecieron a los jesuitas. En 1759, el Reino
de Portugal encerró en calabozos a 180 religiosos en
Lisboa y expulsó al resto, acusando a la Orden de instigar un atentado contra
la vida del Rey. Tres años después, en 1762, Francia usó el mismo argumento y
declaró su ilegalidad a raíz de un caso de malversación de fondos en el
contexto de la polémica entre jesuitas y jansenistas (otro movimiento religioso
promovido por el obispo Cornelio Jansenio durante la Contrarreforma).
En efecto, la doctrina del regicidio que se
atribuía a toda la orden, aunque solo la había defendido el Padre Mariana en su
tratado «De Rege», fue enarbolada siempre para justificar sus expulsiones y
otorgó la hostilidad hacía la Compañía de los grandes filósofos ilustrados como
Voltaire o Montesquieu y de muchos soberanos católicos. Uno de ellos fue Carlos
III de España, quien compartía desde la infancia el recelo de su madre, la
Reina Isabel de Farnesio, sobre las intenciones de esta orden religiosa.
Pese a que los jesuitas habían ejercido un
papel destacado durante los reinados de la dinastía Habsburgo, -cabe recordar
que Carlos I era amigo personal de Ignacio de Loyola-, su auténtica ascensión
«política» se produjo con la llegada de los Borbones a la Monarquía de España.
Así, tanto Felipe V como Fernando VI tuvieron confesores jesuitas, el Padre
Daubenton y el Padre Rávago, respectivamente. Sin embargo, la caída de la
Compañía de Jesús comenzó a gestarse poco después, en 1754, cuando la caída del
marqués de la Ensenada –todopoderoso ministro de Fernando VI y amigo de los
jesuitas– dio como resultado la llegada al poder de un gobierno
significativamente anti-jesuítico. Uno de los hechos más ruidosos en los
primeros meses del nuevo ministerio fue la exoneración de Francisco de Rávago
como confesor real.
Carlos III
compartía el recelo de su madre Isabel de Farnesio hacia esta orden religiosa
Bajo la acusación de estar detrás de los
motines populares del año anterior –conocidos con el nombre de Motín de
Esquilache–, Carlos III firmó la Pragmática Sanción en 1767, que dictaba la
expulsión de los jesuitas de todos los dominios de la Corona de España
incluyendo los de Ultramar, y decretaba la incautación del patrimonio que la
orden tenía en el imperio. Sin embargo, las verdaderas causas que motivaron la
medida hay que buscarlas más allá de las revueltas sociales, donde la
implicación jesuita nunca ha podido demostrarse.
Acusados
sin pruebas del Motín de Esquilache
Durante el Montín de Esquilache la multitud
asaltó la casa de Esquilache, el secretario de Hacienda, y se congregó en el
Palacio Real. Allí, la Guardia Real tuvo que intervenir para restablecer el
orden con un resultado de cuarenta muertos. El desencadenante de la protesta
había sido un decreto impulsado por el marqués de Esquilache que pretendía
reducir la criminalidad y que formaba parte de un conjunto de actuaciones de
renovación urbana de la capital –limpieza de calles, alumbrado público
nocturno, alcantarillado–. En concreto, la norma objeto de la protesta exigía
el abandono de capas largas y los sombreros de grandes alas, ya que
estas prendas ocultaban rostros, armas y productos de contrabando. No en vano,
el trasfondo del motín era una crisis de subsistencias a consecuencia de un
alza exagerada del precio del pan. Nada, en cualquier caso, que pudiera llevar
a la Compañía de Jesús a implicarse en un complot.
El fiscal del Consejo de Castilla Pedro
Rodríguez de Campomanes –un declarado antijesuita– fue el encargado de
investigar las causas del motín. El fiscal encontró evidencias de la
participación de algunos jesuitas en la revuelta y las empleó para montar –«con
frases sueltas, hablillas y chismes»– una causa general contra la Compañía de
Jesús. Por supuesto, Carlos III no desaprovechó la ocasión, y atacó con
contundencia a un grupo religioso que representaba la máxima oposición al
regalismo. Esta doctrina política, que defiende el derecho del estado nacional
a intervenir, recibir y organizar las rentas de sus iglesias nacionales,
chocaba frontalmente con la absoluta lealtad de los jesuitas hacia el Papa, lo
que llevó a sus detractores a calificar a la orden como «un estado extranjero
dentro de otros estados»
Así, lejos de la tesis romántica de que la
medida fue tomada para permitir el triunfo de las luces sobre el fanatismo representado
por los jesuitas o la teoría del historiador Menéndez y Pelayo de que fue el
fruto de una «conspiración de jansenistas, filósofos, parlamentos,
universidades y profesores laicos contra la Compañía de Jesús», la Corona
española ejecutó la orden con la intención de reafirmar su control estatal
sobre la iglesia española. La decisión, además, venía acompañada de la
correspondiente desamortización de sus bienes de que el
estado administró como creyó oportuno, en muchos casos cediéndoselo a otras
órdenes religiosas. (No confundir esta desamortización con la de 1798 conocida
como la “desarmortización de Godoy”, que incluyó bienes de otras Órdenes
religiosas para hacer frente a la bancarrota de la Corona a causa de la guerra
con Francia).
Carlos III
amplía la persecución
Con gran sigilo, en la madrugada del 2 de
abril de 1767, las tropas reales acudieron a las 146 casas de los jesuitas y
les comunicaron la orden de expulsión contenida en la Pragmática Sanción.
Fueron deportados de España 2641 jesuitas y de las Indias 2630. Los
primeros fueron acogidos inicialmente en la isla de Córcega, perteneciente
entonces a la República de Génova. Y el Papa Clemente XIII se vio obligado a
admitirlos en los Estados Pontificios cuando los franceses tomaron la isla de
Córcega.
Clemente
XIV suprimió la Compañía y decretó la conversión de los jesuitas en clero
secular
No obstante, la guerra de Carlos III contra la
Compañía de Jesús continuó tras su salida de España. El papa Clemente XIII
resistió las presiones de los monarcas europeos que pedían la supresión total,
pero la elección de Clemente XIV, conocido por su poco aprecio por los
jesuitas, sirvió en bandeja la posibilidad de acabar completamente con la
orden. José Moñino, que posteriormente fue nombrado Conde de Floridablanca y se
convirtió en el ministro de confianza del Rey, fue destinado en la tarea de
convencer al pontífice, lo cual consiguió en agosto de 1773. Clemente XIV
promulgó el breve «Dominus ac Redemptor» donde suprimía la Compañia de Jesús y
decretaba la conversión de los jesuitas en miembros del clero secular. No en
vano, algunos se negaron a acatar la decisión y se refugiaron en el reino de
Prusia y en el Imperio Ruso, donde fueron protegidos por sus respectivos soberanos.
Casi medio siglo después, en el contexto de la
Restauración de 1814, el papa Pío VII emitió la bula «Solicitudo omnium
Ecclesiarum», que restauraba la Compañía de Jesús. En España, el nieto de
Carlos III, Fernando VII, autorizó inmediatamente su
regreso.
Editado de abc.es
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