25 de septiembre de 2014

Crímenes de la revolución castrista

Crímenes de la revolución castrista:
La causa 829 de 1960
Por Pedro Corzo

La lucha contra el castrismo tiene una cosecha de mártires aterradora. Muchos cayeron en combates, otros miles fueron ejecutados ante el paredón sin haber sido sometidos a un proceso judicial que garantizara sus derechos, murieron en las prisiones o simplemente se cuentan como desaparecidos.

Sin embargo hubo un juicio, que aunque en cierta medida era similar a procesos anteriores, marcó la pauta de cómo el régimen procesaría en el futuro a sus enemigos. Fue un enjuiciamiento masivo por la gran cantidad de encausados, también porque el gobierno difundió ampliamente el juicio, como parte de una extensa e intensa campaña de terror que se inició desde los primeros días que los Castro accedieron al poder.

La causa 829 de 1960, involucró a mas de cien personas, en su mayoría campesinos. Algunas de los indiciados habían sido figuras notables en el proceso insurreccional. Las autoridades le dieron al juicio una proyección nacional, fue trasmitido por radio, y el público que presenció el proceso, eran en su mayoría miembros del ejército rebelde y antiguos compañeros de lucha de algunos de los procesados. La sede del espectáculo fue el teatro del regimiento Leoncio Vidal de Santa Clara.

Héctor Caraballo, recuerda que la mayoría de los familiares de los presos se aglomeraron en las proximidades del inmueble y que cercanos a ellos, estaban los partidarios del régimen que gritaban desaforadamente paredón. Señala Caraballo que las madres y esposas de los procesados, en su mayoría campesinos de apariencia muy humildes, le pedían a los oficiales que custodiaban la entrada del teatro que les permitieran pasar para ver a sus deudos, derecho que le fue otorgado a muy pocas personas.

En varios lugares de la isla hubo protestas, pero las más fuertes fueron en Santa Clara, el estudiante Luis Salvador Albertini cuenta que cientos de sus compañeros se concentraron en la iglesia del Buen Viaje con el fin de marchar por las calles de la ciudad para reclamar que la vida de los enjuiciados fuera respetada, pero que como la convocatoria había sido pública, el gobierno organizó a sus partidarios que armados de cabillas de hierro y bates de pelota, golpearon brutalmente a los que se manifestaban.

Los acusados no contaron con una defensa apropiada. La mayoría de los familiares de los incriminados no fueron informados de la fecha del juicio, como tampoco de las sentencias, porque aquella noche no se dictó veredicto alguno, aunque cinco hombres fueron fusilados.

El sacerdote Olegario Cifuentes los acompañó en el autobús en el que fueron trasladados hasta el paredón de la finca La Campana, fertilizado, antes y después, con la sangre de muchos cubanos. El padre Olegario habló con ellos, les pidió que se confesaran y se ofreció para llevar un mensaje a sus familiares. Una carta, minutos antes de caer ante la descarga, le fue entregada por el comandante del ejército rebelde Plinio Prieto, quien antes de morir dijo, “Tengo fe en Dios y en los Hombres”.

Porfirio R. Ramírez, Presidente de la Federación de Estudiantes Universitario de la Universidad Central de Las Villas, FEU, también capitán del ejército rebelde, fue uno de los fusilados. Su asesinato pasó desapercibido para las organizaciones estudiantiles extranjeras y para la propia FEU cubana, ya que en ese momento estaba integrada a la maquinaria opresora del castrismo. Los ejecutores ya contaban con cómplices, en Cuba, y fuera de la isla.

Otros ejecutados fueron el capitán Sinesio Wahs Ríos, campesino que se había alzado en armas contra el régimen anterior y que había confiado en la Revolución, junto a él cayeron José A. Palomino Colon y Ángel Rodríguez del Sol, hombres de la zona que solo conocían del trabajo, pero que sabían defender sus derechos.

El crimen encerraba un mensaje. Un dirigente estudiantil que había estado alzado en esa zona durante el régimen anterior, un líder sindical que había sido comandante del ejército rebelde y que era muy querido en la región, y tres hombres naturales de la comarca que disfrutaban del respeto y la simpatía de los habitantes del territorio. Tanto el juicio como la ejecución tenían implícito una amenaza para los campesinos que habían demostrado con su respaldo a los alzados que no estaban de acuerdo con lo que estaba ocurriendo en el país.

Un mensaje que no cumplió su objetivo, porque El Escambray se convirtió en un reducto firme y heroico de la resistencia contra el comunismo. Cientos de hombres en esas montañas y en otros lugares de la isla lucharon por años sin armas, ni recursos, enfrentando a miles de efectivos militares de la dictadura que contaban con todos los medios, incluyendo helicópteros, que desde el aire masacraban a campesinos que simplemente querían ser dueños de sus tierras y de sus vidas.

Plinio Prieto Ruiz

Laida A. Carro  
El Veraz, Puerto Rico
En la Cuba de 1959 no tenía edad para poder analizar la convulsión social, política, económica, cultural y religiosa que estaba experimentando mi pais, ni tampoco tenia la capacidad de poder ser interprete de sus protagonistas. Hoy, como activista por los derechos humanos en Cuba y en honor a un triste acontecimiento al cual estoy vinculada por lazos familiares debo pronunciarme acerca del periodista y politico cubano Jose Pardo Llada, quien recientemente regreso a Cuba tras 43 años de ausencia y ha hecho declaraciones publicas muy lamentables sobre la realidad de un país que ha sufrido demasiado.
 
En 1960, mi abuela, María Caridad Ruiz, madre de PLINIO PRIETO RUIZ, maestro de inglés alzado en el Escambray con el grado de Comandante, primero contra Batista y luego contra el régimen de Fidel Castro, presenció en la ciudad de Santa Clara uno de los numerosos eventos que inculpan a Pardo Llada de instigar el asesinato de sus propios compatriotas.
El 12 de octubre de 1960, mi tío Plinio fue ejecutado diez días después de haber sido apresado junto a cuatro patriotas cubanos mas: Porfirio Ramírez, Sinesio Walsh, José Palomino Y Ángel Rodríguez Del Sol. El crimen ocurrió antes de dictarse sentencia en un juicio donde mas de 200 cubanos fueron acusados de conspirar con el fin de desestabilizar al gobierno comunista de la isla.

A continuación, reproduzco un fragmento de la entrevista hecha a mi abuela María Caridad Ruiz Delgado en el exilio, publicada por el periódico AVANCE el día 3 de marzo de 1961, solo cinco meses después de sufrir lo que han padecido miles de madres cubanas durante casi 46 años:

«El abogado que nosotros designamos no pudo ver a Plinio antes del juicio, pues los tenían incomunicados. Solo lo vio en el acto de la primera y única sesión. Plinio no declaró nada en el juicio, que empezó a las 3 de la tarde. En Santa Clara había una gran tensión popular. Era un espectáculo trágico lo que se veía en las calles. Habían llevado como 130 acusados, los cuales fueron detenidos -muchos de ellos- en sus propias casas, acabados de bañar y de afeitarse. También sacaron de La Cabaña y de El Morro a otros. Los familiares de todos esos presos, muchos de ellos guajiros faltos de recursos hasta para lo mas necesario, deambulaban de un lado para otro, llorando e implorando. En las iglesias del Carmen y del Cristo del Buen Viaje se reunieron mujeres y hombres para orar por ellos, pero el alcalde sacó camiones de Obras Publicas cargados de gentuza y apedrearon las iglesias, mientras unos cuantos iban a la casa donde yo estaba hospedada y abrieron mis maletas y me tiraron las ropas por dondequiera, preguntando sarcásticamente si yo iba a pasear. En el parque las autoridades reunieron al pueblo y a traves de los micrófonos gritaban "PAREDON y PICADILLO".

Querían que los descuartizaran. Yo pude ver a mi hijo por última vez con alguna familia, eran las 11 de la mañana del día 11 (1960). Pero antes había estado haciendo gestiones inútiles con esa finalidad. Muchos me decían que los iban a matar, pero otros me inyectaban esperanzas. Al juicio no dejaron entrar a los periodistas americanos, pero si entraron los rusos y Pardo Llada. Pardo Llada, en una trasmisión por radio de ese día, y mucho antes del juicio, anunció que serían condenados a muerte cuatro acusados; tanto es así que solo tenían preparados cuatro ataúdes en el lugar de la ejecución.

Fui a ver a Cardet, Presidente del Tribunal, pero solo me recibió una hermana suya, la que llorando me dijo que Cardet nada podía hacer porque Juan Escalona, ayudante de Raul Castro, había traído la sentencia ya hecha desde La Habana.

Mi entrevista con Plinio fue terrible. Él me preguntó por su esposa y por sus hijos. Me dijo que en Cumanayagua, cuando lo detuvieron, le quitaron su reloj pulsera y su cadena, y me recomendó las recogiera porque eso pertenecía a sus hijos. Un tipo alto venía cada rato para decir que cortaran la entrevista. Así, fue la última vez que vi a mi hijo Plinio.

Permitieron que un padre de la Iglesia La Pastora los acompañara, Plinio se confesó y los demás lo imitaron. El Padre me dijo que había tenido mucho valor. Nosotros supimos la noche del fusilamiento cuando fuimos al Escuadrón 31, porque en ninguna parte nos daban noticias. Pensamos que nos entregarían los cadáveres, pero no. Los llevaron al cementerio y los metieron en unas fosas abiertas a la entrada del mismo. Les pusieron una tarjeta con los nombres, pero no dejaron entrar a nadie. El cementerio estaba lleno de milicianos y milicianas. Al otro día logramos entrar y arreglar la sepultura de Plinio poniéndole una cruz. El pueblo, sin embargo, trepó por las tapias y cubrió de flores las cinco tumbas. Sobre la de Ramírez había una corona que figuraba una mano en actitud acusadora».

La señora Ruiz no puede contener el llanto, y nosotros respetamos su silencio, Pero reponiéndose, nos pide que hagamos constar que, en su desesperación, acudió a muchas personas, pero que nadie pudo servirla en sus demandas a favor de su hijo, porque todos temen al terror y a las represalias del régimen imperante.

Agrega la señora Ruiz Delgado que también Gutiérrez Menoyo trató de eliminar físicamente a Plinio, para lo cual quiso utilizar a dos guajiros que habían llegado a ser oficiales en la guerrilla de Plinio, pero que al hacer la reorganización de las fuerzas, después de la victoria, habían sido relegados y quedaron como soldados de fila. Menoyo les ofreció restituirles los grados si asesinaban a Plinio, pero ellos rehusaron la encomienda.

Muchos detalles más nos ofreció la madre de Plinio Prieto en su nerviosa y prolija conversación, pero es imposible recogerlos todos en un reportaje, como el que hacemos. Para ella no existe otro tema sobre el cual versar que no sea el martirio de su pobre hijo. La tratan de consolar los que le quedan vivos, pero ellos también están transidos de dolor y son incapaces para contener el llanto, que los une a los tres en una comunión de amarguras.

Tras la lectura de esta patética narración el lector podrá darse cuenta cómo se juega con la vida de los hombres y cómo se asesinan sin piedad tras juicios simulados con sentencias dictadas a priori, las cuales son conocidas y anunciadas por los comentaristas radiales que lamen las botas del dictador, con muchas horas de anticipación a la comparecencia de los acusados ante sus titulados jueces.

Algún día, no muy lejano por cierto, la Justicia de los Hombres caerá implacable sobre estos desalmados y la Historia tendrá para ellos el calificativo terrible que les corresponde como causantes de tanto dolor, de tanta sangre derramada, y de tanto luto en la familia cubana

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