25 de marzo de 2014

Los nuevos ricos cubanos



Los nuevos ricos cubanos

Diario de Cuba, Agencias

La elegante azotea del restaurante El Cocinero, en La Habana, se ha convertido en uno de los bares de moda en el año que lleva abierto. Y para entrar se necesita reservación, reporta la AP.

Van muchos extranjeros, pero también cubanos —no pocos, por cierto—, vestidos a la moda, que se sientan en sillas en formas de mariposa y beben mojitos de tres dólares.

"¿De dónde sacan la plata? No lo sé y la bola de cristal no la tengo", dice Lilian Triana, una cubana que estaba en el bar el sábado por noche.

Economista de 31 años, Triana trabaja para la petrolera estatal venezolana PDVSA, que tiene oficinas en La Habana. Cree que algunos pueden disfrutar porque tienen familiares en el extranjero que les envían dinero.

La capital cubana está experimentando un auge de bares y clubes privados como El Cocinero, evidencia de una pequeña pero creciente clase de artistas, músicos, empresarios y familiares de dirigentes políticos relativamente acomodados en un país donde la mayoría gana unos 20 dólares al mes.

Y los nuevos ricos cubanos no solo se dejan ver sino que también hacen alarde de su riqueza. Se trata de una diferencia importante en comparación con hace algunos años, cuando el Gobierno atacaba a los cubanos que vivían mejor que sus compatriotas.

A los cubanos que trabajan para una empresas extranjeras y embajadas, y a los que reciben remesas del exterior, se han unido algunos pequeños empresarios exitosos.

Luego está la élite del mundo del arte y la música, que ganan cientos de veces más que lo que devenga la mayoría de los cubanos, y los hijos de figuras del régimen.

Este fenómeno fue documentado por el artista visual neoyorquino Michael Dweck en su libro Habana Libre, publicado en 2011.

Dweck fotografió durante tres años un aparentemente improbable estilo de vida en la capital cubana.

"Hay una clase privilegiada que vive una muy buena vida en La Habana, que es lo contrario a lo que nos dijeron a los estadounidenses sobre que pasaba en Cuba", dijo el fotógrafo.

Es en el circuito de bares de Cuba donde estos nuevos ricos son más visibles.

Los artistas e intelectuales abundan en bares como El Cocinero y la Fábrica de Arte Cubano, que está al lado del primero y que abrió sus puertas el mes pasado de manos del artista Equis Alfonso, como galería de arte, sala de conciertos y bar que cobra dos dólares por la entrada.

Otros van al Bohemio, un bar construido en lo que era un jardín de una casa, donde sopla algo de viento, para golosear tapas de quesos y jamón serrano, o al Café Madrigal, que fue el que comenzó el auge de los bares privados cuando un director de cine lo inauguró en 2011 y que ahora es uno de los lugares favoritos para los amantes del cine y el teatro.

Julio Carrillo, un guionista de 52 años, dice que en los últimos años él y su compañero han salido menos porque los bares estatales tienden a ser lugares aburridos, con música ensordecedora y un pésimo servicio.

Las exhibiciones de riqueza personal pueden considerarse ostentosas y hacer que la gente se pregunte de dónde salió el dinero. Así que muchos cubanos con dinero aún tienden a quedarse en casa. Pero progresivamente se reduce esa proporción.

"Era como, 'vamos a casa de alguien que hay una cena o una fiesta, traigo una botella', se queda como bajo perfil, ¿no?", dice Carrillo. "Y ahora es más cómodo. Podemos ir a otro lugar y nos reunimos allí... A mí me tiene muy contento, la verdad. El poder ir a un lugar así es como normalizar la vida".

También hay clubes privados que atienden a los jóvenes descendientes de cubanos que tienen dinero y conexiones: lugares como el Shangri La, una discoteca construida en un sótano y con exceso de aire acondicionado en Miramar, o El Palio, un restaurante privado.

Algunos clientes dicen que a veces ven a los hijos de los clanes políticos más poderosos de Cuba en esta discoteca, custodiados por agentes de la Seguridad del Estado vestidos de civil, que merodean en las afueras.

Pero toda esta actividad está limitada a un pequeño segmento de la población, muy lejos de lo que ocurre en el Malecón, una amplia avenida que corre paralela al mar, donde la clase pobre cubana se reúne los fines de semana a tomar ron en envases de cartón que se venden por menos de un dólar.

"Aquí (estamos) en el Malecón, a disfrutar, a ver chicas", dice Adán Ferro, un barrendero de 20 años. Y con sarcasmo agrega: "¿Dónde me voy a meter, en el Habana Libre?"

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