Los nuevos ricos cubanos
Diario de Cuba, Agencias
La elegante azotea del restaurante El
Cocinero, en La Habana, se ha convertido en uno de los bares de moda en el año
que lleva abierto. Y para entrar se necesita reservación, reporta la AP.
Van muchos extranjeros, pero también
cubanos —no pocos, por cierto—, vestidos a la moda, que se sientan en sillas en
formas de mariposa y beben mojitos de tres dólares.
"¿De dónde sacan la plata? No lo
sé y la bola de cristal no la tengo", dice Lilian Triana, una cubana que
estaba en el bar el sábado por noche.
Economista de 31 años, Triana trabaja
para la petrolera estatal venezolana PDVSA, que tiene oficinas en La Habana.
Cree que algunos pueden disfrutar porque tienen familiares en el extranjero que
les envían dinero.
La capital cubana está experimentando
un auge de bares y clubes privados como El Cocinero, evidencia de una pequeña pero
creciente clase de artistas, músicos, empresarios y familiares de dirigentes
políticos relativamente acomodados en un país donde la mayoría gana unos 20
dólares al mes.
Y los nuevos ricos cubanos no solo se
dejan ver sino que también hacen alarde de su riqueza. Se trata de una
diferencia importante en comparación con hace algunos años, cuando el Gobierno
atacaba a los cubanos que vivían mejor que sus compatriotas.
A los cubanos que trabajan para una
empresas extranjeras y embajadas, y a los que reciben remesas del exterior, se
han unido algunos pequeños empresarios exitosos.
Luego está la élite del mundo del arte
y la música, que ganan cientos de veces más que lo que devenga la mayoría de
los cubanos, y los hijos de figuras del régimen.
Este fenómeno fue documentado por el
artista visual neoyorquino Michael Dweck en su libro Habana Libre, publicado en
2011.
Dweck fotografió durante tres años un
aparentemente improbable estilo de vida en la capital cubana.
"Hay una clase privilegiada que
vive una muy buena vida en La Habana, que es lo contrario a lo que nos dijeron
a los estadounidenses sobre que pasaba en Cuba", dijo el fotógrafo.
Es en el circuito de bares de Cuba
donde estos nuevos ricos son más visibles.
Los artistas e intelectuales abundan
en bares como El Cocinero y la Fábrica de Arte Cubano, que está al lado del
primero y que abrió sus puertas el mes pasado de manos del artista Equis
Alfonso, como galería de arte, sala de conciertos y bar que cobra dos dólares
por la entrada.
Otros van al Bohemio, un bar
construido en lo que era un jardín de una casa, donde sopla algo de viento,
para golosear tapas de quesos y jamón serrano, o al Café Madrigal, que fue el
que comenzó el auge de los bares privados cuando un director de cine lo
inauguró en 2011 y que ahora es uno de los lugares favoritos para los amantes
del cine y el teatro.
Julio Carrillo, un guionista de 52 años,
dice que en los últimos años él y su compañero han salido menos porque los
bares estatales tienden a ser lugares aburridos, con música ensordecedora y un
pésimo servicio.
Las exhibiciones de riqueza personal
pueden considerarse ostentosas y hacer que la gente se pregunte de dónde salió
el dinero. Así que muchos cubanos con dinero aún tienden a quedarse en casa.
Pero progresivamente se reduce esa proporción.
"Era como, 'vamos a casa de
alguien que hay una cena o una fiesta, traigo una botella', se queda como bajo
perfil, ¿no?", dice Carrillo. "Y ahora es más cómodo. Podemos ir a
otro lugar y nos reunimos allí... A mí me tiene muy contento, la verdad. El
poder ir a un lugar así es como normalizar la vida".
También hay clubes privados que
atienden a los jóvenes descendientes de cubanos que tienen dinero y conexiones:
lugares como el Shangri La, una discoteca construida en un sótano y con exceso
de aire acondicionado en Miramar, o El Palio, un restaurante privado.
Algunos clientes dicen que a veces ven
a los hijos de los clanes políticos más poderosos de Cuba en esta discoteca,
custodiados por agentes de la Seguridad del Estado vestidos de civil, que
merodean en las afueras.
Pero toda esta actividad está limitada
a un pequeño segmento de la población, muy lejos de lo que ocurre en el
Malecón, una amplia avenida que corre paralela al mar, donde la clase pobre
cubana se reúne los fines de semana a tomar ron en envases de cartón que se
venden por menos de un dólar.
"Aquí (estamos) en el Malecón, a
disfrutar, a ver chicas", dice Adán Ferro, un barrendero de 20 años. Y con
sarcasmo agrega: "¿Dónde me voy a meter, en el Habana Libre?"
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