El
camino de san José
Por Javier Leoz
Fue un camino de OÍDOS ABIERTOS a la
voz del ángel (Mt 2,13ss). ¿Percibimos en nuestra vida cristiana las señales
que Dios nos envía?
Fue un camino de VIGILANCIA ACTIVA. Yo dormía, pero mi corazón estaba
vigilante (Cant 5,2).¿Dejamos para Dios los últimos minutos del día
antes de descansar? ¿Tal vez ni los primeros ni los del final de la
jornada?
Fue un camino de VOLUNTAD DE DIOS. Sus
ojos, siempre, mirando hacia el cielo. Su corazón, siempre, inclinado hacia
Dios (Mt 1,24; 2,14). ¿Qué prevalece en nuestros senderos? ¿Nuestro criterio o
la luz del cielo que ilumina nuestras oscuridades?
Fue un camino de ACOGIDA A CRISTO. Los
suyos, los que esperaban a Jesús, no lo recibieron. José, por el contrario,
abrió las manos para el Dios Humanado (Jn 1,11). ¿Sabemos acoger al Dios que
viene a nuestro encuentro en la pequeñez de lo que nos rodea?
Fue un camino de OBEDIENCIA. Sin
entender ni comprender demasiado se fió del anuncio del Ángel. Las apariencias
engañan y, en José, pudo más el Misterio que lo que le atenazaba. ¿Nos fiamos
demasiado de las formas en detrimento de nuestra fe?
Fue un camino de SILENCIO. Las
grandes decisiones se toman en la almohada de la serenidad. José, sin
decir demasiado, con su vida lo dijo y lo hizo todo. ¿Somos proclives a las
palabras con ruido o a las obras con silencio?
Fue un camino de SENCILLEZ. Su vida,
lejos de toda ostentación o riqueza, tenía el resorte de la sobriedad. Sólo
así, José, supo vivir, sentir y proclamar a Dios como su riqueza. ¿Cómo nos
tomamos nuestra vida? ¿Con aparatosidad o con lo esencial? ¿Rodeados de
superficialidad o con profundidad?
Fue un camino de CONTEMPLACIÓN. Sólo,
desde el mirar frente a frente a Dios, José supo salir victorioso de horas de
dudas, combates e incertidumbre. Supo templar su alma con la voz del ángel y
desde su intuición personal. ¿Dirigimos nuestras miradas a Dios en momentos
decisivos o tan sólo en los instantes de abismo?
Fue un camino de NÓMADA. No tuvo miedo
a dejar su pobre comodidad para proteger al que tenía que venir al mundo en portal
de pobreza. Egipto, entre otras cosas, representa la hazaña de un José valiente
y audaz en su afán de protector de Cristo. ¿Guardamos a Jesús antes que
exponerlo a su aniquilación por los Herodes de los nuevos tiempos?
Fue un camino de FE. Como los profetas
y los patriarcas, José, creyó. Y su fe fue una fe probada y consolidada. No se
quedó en buenos gestos o en estériles palabras. Antepuso la voluntad de Dios a
sus propios intereses. ¿Qué prevalece en nuestra vida? ¿La fe o la duda? ¿La
comodidad o el testimonio de nuestra fe?
Fue un camino de PATERNIDAD. Vivió,
con firme compromiso, su responsabilidad en el crecimiento humano y espiritual
de Jesús. ¿Somos conscientes de que, el crecimiento del Reino de los Cielos en
la tierra, depende también de lo que hacemos o no hacemos nosotros aquí y
ahora?
Fue un camino de ORACIÓN. Ni una sola
palabra dice el Evangelio sobre la vida espiritual de José. Pero, su
trayectoria asentada en el Antiguo Testamento, nos hace pensar que su vida era
vida de Dios, vida de Sagrada Escritura, vida contemplativa y cimentada en las
promesas del Nacimiento del Salvador. ¿Es nuestra existencia una presencia en
Dios y con Dios por la oración?
Fue un camino de REFERENCIA. Ante
Jesús, el testimonio de José, fue un libro del cual aprendió las primeras
lecciones de su vida. ¿Somos para los demás hojas que enseñen, indiquen o
iluminen las sendas de la verdad, la justicia o la paz a los demás?
Fue un camino de ENSEÑANZA. Lo que
creía lo ponía en práctica. Fue esposo, padre adoptivo, ciudadano del cielo en
la tierra, consejero, maestro, rector del primer seminario de Nazaret,
instructor, confidente, creyente y compañero de fe. ¿Enseñamos de palabra y de
obra aquello que decimos tener en el corazón? ¿Está Dios en el centro del
corazón de nuestra vida o, por el contrario, en la periferia de nuestro
pensamiento?
Fue un camino de AUTORIDAD sin
imposiciones. Aquello que creyó lo practicó y, ello, fue el mejor cayado para
dirigir a Jesús y el mejor corazón para acoger y acompañar a María en su misión
de ser Madre de Cristo. ¿Vencen nuestras palabras o convencen nuestros actos?
Reproducido
de revistaecclesia.com
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