23 de marzo de 2013

LA SEMANA SANTA CAMAGUEYANA



Reviviendo Recuerdos
de la Semana Santa camagüeyana

Ana Dolores García

Puede decirse que las celebraciones de la Semana Santa en Camagüey comenzaban el Viernes de Dolores, viernes anterior al Domingo de Ramos. La devoción a la Virgen Dolorosa era mantenida con mucho celo desde el siglo XIX  por los PP Escolapios. Ese Viernes de Dolores, aunque como todos los de la cuaresma era de abstinencia y penitencia, revestía una solemnidad especial en las Misas que se celebraban en la Iglesia del Sagrado Corazón, aledaña a las Escuelas Pías y que, al igual que éstas, estaba a cargo de los PP Escolapios. 

La primera de nuestras procesiones era, pues, en honor a Nuestra Señora de los Dolores, y salía a la calle en la noche del Domingo de Ramos desde la Iglesia del Sagrado Corazón. Su recorrido era similar al que después harían las procesiones del Viernes Santo. Las casas por donde pasaba engalaban  las rejas de sus ventanas con grandes ramos de palma, bendecidos durante la liturgia de la mañana.

La hermosa imagen de la Virgen, que llevaba -en palabras de Víctor Vega Ceballos- «puñal de plata clavado en el corazón y lágrimas en las mejillas», con sus manos juntas en gesto desesperado de dolor y revestida de manto negro bordado en oro, iba en silencio, como el pueblo que la acompañaba.

Los siguientes días de la semana, es decir, Lunes, Martes y Miércoles Santos, salían puntualmente a las seis de la mañana y desde la Iglesia de la Soledad los Rosarios de la Aurora, dirigidos por el abnegado sacerdote Miguel Becerril Blázquez y su fieles colaboradores, Fausto Cornell, Rubén, Herrera, Palacios... El recorrido era más o menos siempre el mismo, a lo que recuerdo, República, Luaces, Independencia, Avellaneda, etc., las calles centrales de Camagüey.

Eran tiempos anteriores al Concilio Vaticano II y a las reformas litúrgicas por él introducidas, por ello estas celebraciones son algo diferentes en cuanto al modo como lo son hoy en día.  El Jueves Santo no había procesiones en Camagüey. Por las mañanas se celebraba en todas las parroquias una Misa solemne después de la cual el Santísimo quedaba expuesto para la adoración de los fieles en los monumentos. La Misa más importante tenía lugar en la Iglesia Catedral, donde el Obispo consagraba, además, el crisma necesario en los sacramentos de bautismo, confirmación, extremaunción y orden sagrado a celebrarse durante el año.

Ya desde el mediodía del Jueves Santo cerraban sus puertas las oficinas y comercios, y las estaciones de radio comenzaban a trasmitir sólo música sacra o, en su defecto, música clásica. Nadie trabajaba, y las amas de casa ni siquiera se aventuraban a utilizar la escoba. No faltaba quien aprovechaba este tiempo de asueto para organizar pesquerías en ríos cercanos como el Máximo o el Saramaguacán. 

En la tarde del Jueves Santo, Camagüey se volcaba en las calles, y no precisamente para presenciar el paso de alguna procesión, sino para visitar los monumentos. El Jueves Santo los creyentes conmemoramos la institución de la Eucaristía durante la Última Cena del Señor con sus Apóstoles. En cada iglesia se preparaba un altar especial para exponer la Sagrada Hostia, el Santísimo, a la adoración de los fieles.  Este altar era por lo general el altar mayor, que se adornaba con profusión de flores, preferiblemente blancas, azucenas o nardos (como queramos llamarlos) y gladiolos. Un espléndido derroche de flores y cirios para circundar a Jesús Sacramentado, expuesto en una hermosa y eleborada custodia de oro.

Sí, Camagüey se volcaba en las calles la tarde del Jueves Santo, para visitar los monumentos. Creyentes y no tan creyentes. Unos, con mucha devoción, visitaban los templos y ante cada uno de esos monumentos, oraban al Santísimo. Otros se contentaban con entrar y salir de la iglesia, rezaban algo o tal vez sólo se santiguaban, valoraban la belleza del monumento, mentalmente hacían comparaciones entre los que habían visitado y luego las comentaban con sus amigos, como si en realidad sólo se tratara de una competencia sobre cuál era el más artístico. Eso sí, para este recorrido unos y otros trataban de vestir a sus niños con las mejores galas primaverales.

El Viernes Santo los católicos amanecíamos en la calle para el  tradicional Via Crucis que desde los tiempos en que los PP Franciscanos atendían la antigua Iglesia de San Francisco, salía antes que el sol, ahora desde la Iglesia del Sagrado Corazón. Esta vez las aceras estaban desiertas de curiosos. Sólo lecheros y trabajadores que acudían a sus faenas se encontraban al paso de esta impresionante y concurrida procesión, a la que no se iba para ser visto.

Y por la noche, la más importante y recordada de nuestras procesiones, la del Santo Entierro, con esa joya que es el sepulcro de plata y el Cristo yacente, detrás del cual seguía, triste y desconsolada, la imagen  de su Madre Dolorosa.

Largos cordones de damas vestidas de negro. Peineta y mantilla, cirios y rosarios en las manos. La luz de los cirios y el resplandor de las lámparas de los fotógrafos iluminaban la noche. Un año, no recuerdo cual, hasta se cantaron saetas al paso de las imágenes desde una de las amplias ventanas del Círculo de Profesionales. Y la Banda Municipal, como en todos los entierros a los que asistía, interpretaba la Marcha Fúnebre de Chopin. 

Después de recogerse la procesión del Santo Entierro, las mismas damas, mantillas y peinetas, rosarios y cirios, acompañaban a la Virgen de la Soledad en la procesión del Retiro, que salía de la Iglesia de La Soledad.

El Sábado Santo -antes Sábado de Gloria-, las campanas de todos los templos comenzaban a repicar a las nueve o diez de la mañana anunciando la Gloria del Señor. No eran pocas las personas mayores que tenían la costumbre de lavarse los ojos en ese momento.

En la mañana del Domingo de Resurrección (ahora se hace en la tarde), se celebraba la procesión del Encuentro.  Encuentro entre las imágenes de una alegre Virgen María -la Virgen de la Alegría- y la de Cristo Resucitado, erguido sobre su propio sepulcro. Era el día en que las niñas lucíamos vestidos blancos y sombreritos de paja  recien adquiridos en la Casa Guirado, ropa que se estrenaba para una primavera que también lo hacía. 

Con esta procesión del Encuentro podríamos  decir que se cerraban las celebraciones de Semana Santa en Camagüey. Pero no, quedaba algo más: el Domingo de Resurrección era tradicional en la Iglesia de La Soledad la celebración de la Festividad de Santa Bárbara.

Dice Elena Pérez Sanjurjo en su libro «Historia de la Música Cubana» que ya desde los tiempos de la colonia los esclavos lucumíes acostumbraban  a hacer fiestas el Sábado de Gloria en honor a Santa Bárbara.  En la Iglesia de La Soledad de Camagüey, parroquia en cuya área se encontraba una capilla particular con una gran imagen de la santa, cada Domingo de Resurrección se celebraba una Misa solemne en honor a Santa Bárbara, después de la cual la imagen era llevada en procesión hasta la casa del santero poseedor de ella en la calle Palma (Ángel Ciro Betancourt), donde quedaba por algún tiempo hasta su regreso posterior al templo de La Soledad.

Las prácticas de santería hacia Changó (versión sincrética de la Santa Bárbara católica), se hacian presentes en aquella procesión a pesar de las protestas de Mons. Becerril y de los esfuerzos que por impedirlas realizaban los cuidadores del orden. Vale aclarar que desde hace muchos años la imagen ha quedado definitivamente en el templo de La Soledad.

Cada Semana Santa era, y lo es todavía, un testimonio más del orgullo que siempre sintió nuestro pueblo por sus tradiciones y su fe.

Ana Dolores García
Copyright 2005

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