5 de septiembre de 2013

Luarca y Severo Ochoa



Luarca y Severo Ochoa


Por Armando Carabias María

Luarca es conocida por algunas cuestiones como su tradición ballenera, su barrio de pescadores, la hermosura de su calles empinadísimas, como si brotaran de la propia ladera de la colina.

Los luarqueses son gentes orgullosas de su historia y en lo alto de la cima de ese otero que domina toda la bahía y la entrada del muelle, en  coloristas azulejos cerámicos narran los hechos más importantes de su historia, desde aquella primera vez en que rechazaron una incursión de vikingos… Pero no quería hablar de estos temas en este artículo…

En general, cuando uno piensa en un gran ser humano, ya sea hombre o mujer, hace memoria de aquello que le hizo importante. Pero estos grandes seres humanos (no me refiero a personas muy famosas o muy conocidas, sino a quienes en verdad han sido importantes en alguna disciplina humana), suelen ser de una pasta especial.

Una de las razones por las que Luarca puede ser visitada es porque en este pueblo marinero nacieron Severo Ochoa, uno de los grandes hombres que en verdad ha dado España al mundo, y otro gran hombre, quizá menos conocido, Álvaro de Albornoz Liminiana, que casualmente era tío del investigador y que fue Ministro de Justicia, Fomento, Primer Presidente del Tribunal Constitucional y llegó a ser Presidente de la II República Española en el exilio de 1947 a 1951  en dos gobiernos sucesivos.

Sobre el excepcional científico, guardo por referencia paterna una anécdota, ya que en alguna de sus visitas a Segovia acabó comiendo en el Restaurante Cándido, donde mi padre ha trabajado hasta su jubilación. Con sólo contar esa anécdota se podría conocer la verdadera pasta de la que estaba hecho este ser humano. Fue mi propio padre quien le presentó al chaval que por aquel entonces soñaba con estudiar medicina y que para costearse sus estudios trabajó como extra en el restaurante. El ya anciano Severo Ochoa se dirigió al joven con afabilidad y convicción diciéndole que lo de menos era el trabajo que desempeñara, porque todos los trabajos son igual de dignos e importantes para la sociedad, lo importante era hacer bien lo que uno hiciera. Y lo decía un Premio Nobel a un camarero de restaurante. Y según lo comenta quien lo vivió, lo decía con toda y absoluta convicción.

En Luarca descansan sus restos mortales junto a los de su esposa Carmen García Cobián. El cementerio de Luarca, construido sobre la cima de la colina que domina el mar, es un lugar bellísimo, austero y da impresión de eternidad, quizá porque su mirada se dirige hacia un horizonte ilimitado. Marián y yo, mientras paseábamos y contemplábamos algunas de sus tumbas, buscábamos las del Nobel de Medicina. Al fin dimos con ella. Se trata de una tumba blanca presidida por una cruz griega inserta en un círculo. Este es el epitafio labrado sobre su lápida: “Aquí yacen Carmen y Severo Ochoa. Unidos toda una vida por el amor, ahora eternamente vinculados por la muerte”.

Y uno, al leerlo, se da cuenta de que no es el oropel de la fama lo que más valoraba el doctor Ochoa. Como buen sabio que era, como buen científico, como gran investigador, creía y valoraba lo esencial de la existencia y por lo que se intuye de la muerte, aunque quizá sea esto mucho  decir.

Luarca, además, recuerda a su hijo más ilustre con una emotiva placa situada en el edificio donde nació, una calle muy céntrica del lugar, muy próxima a la iglesia parroquial y al Ayuntamiento y al muelle donde los barcos descansan. En esta placa se puede leer: “Quiso ser recordado como un hombre sencillo”. Severo Ochoa no quiso la fama postiza, ni la gloria efímera, más efímera aún que la vida. Y sin embargo desde la sencillez ha logrado esto.

Quizá ello lo aprendió de su tío, que unos metros más allá también tiene una placa dedicada por su pueblo natal, en la que se recogen sobriamente los datos que antes he citado.

Me gusta, cuando paseo por las calles de una ciudad, descubrir las placas que adornan las paredes de algunos edificios, en las que se hace mención a personas de cierta notoriedad en su ámbito.

Y cuando descubro estos testimonios, un plus de cariño hacia el lugar crece en mi interior, porque siempre he creído que algo debemos a nuestros antepasados, y que es necesario que se mantenga vivo el ejemplo de quienes nos precedieron, de quienes dieron lo mejor de sí.

Y es necesario que dejemos memoria de los que nos precedieron, porque la memoria es más frágil y quebradiza de lo que parece, porque sin estos pequeños hitos quizá pudiera suceder que creyéramos que todos los logros de hoy se deben a nuestros méritos, como si nada hubieran hecho quienes nos precedieron, cuando por el contrario, somos un eslabón de una cadena, que no debe perder conciencia de su carácter de eslabón y de su carácter de cadena.
Reproducido de www.facebook.com/Ventealuarca

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