Luarca y Severo Ochoa
Por Armando Carabias María
Luarca es conocida por algunas cuestiones como su
tradición ballenera, su barrio de pescadores, la hermosura de su calles
empinadísimas, como si brotaran de la propia ladera de la colina.
Los luarqueses son gentes orgullosas de su
historia y en lo alto de la cima de ese otero que domina toda la bahía y la entrada
del muelle, en coloristas azulejos cerámicos
narran los hechos más importantes de su historia, desde aquella primera vez en
que rechazaron una incursión de vikingos… Pero no quería hablar de estos temas
en este artículo…
En general, cuando uno piensa en un gran ser
humano, ya sea hombre o mujer, hace memoria de aquello que le hizo importante.
Pero estos grandes seres humanos (no me refiero a personas muy famosas o muy
conocidas, sino a quienes en verdad han sido importantes en alguna disciplina
humana), suelen ser de una pasta especial.
Una de las razones por las que Luarca puede ser visitada
es porque en este pueblo marinero nacieron Severo Ochoa, uno de los grandes
hombres que en verdad ha dado España al mundo, y otro gran hombre, quizá menos
conocido, Álvaro de Albornoz Liminiana, que casualmente era tío del
investigador y que fue Ministro de Justicia, Fomento, Primer Presidente del
Tribunal Constitucional y llegó a ser Presidente de la II República Española en
el exilio de 1947 a 1951 en dos gobiernos
sucesivos.
Sobre el excepcional científico, guardo por
referencia paterna una anécdota, ya que en alguna de sus visitas a Segovia
acabó comiendo en el Restaurante Cándido, donde mi padre ha trabajado hasta su
jubilación. Con sólo contar esa anécdota se podría conocer la verdadera pasta
de la que estaba hecho este ser humano. Fue mi propio padre quien le presentó
al chaval que por aquel entonces soñaba con estudiar medicina y que para
costearse sus estudios trabajó como extra en el restaurante. El ya anciano
Severo Ochoa se dirigió al joven con afabilidad y convicción diciéndole que lo
de menos era el trabajo que desempeñara, porque todos los trabajos son igual de
dignos e importantes para la sociedad, lo importante era hacer bien lo que uno
hiciera. Y lo decía un Premio Nobel a un camarero de restaurante. Y según lo
comenta quien lo vivió, lo decía con toda y absoluta convicción.
En Luarca descansan sus restos mortales junto a los
de su esposa Carmen García Cobián. El cementerio de Luarca, construido sobre la
cima de la colina que domina el mar, es un lugar bellísimo, austero y da
impresión de eternidad, quizá porque su mirada se dirige hacia un horizonte
ilimitado. Marián y yo, mientras paseábamos y contemplábamos algunas de sus
tumbas, buscábamos las del Nobel de Medicina. Al fin dimos con ella. Se trata
de una tumba blanca presidida por una cruz griega inserta en un círculo. Este
es el epitafio labrado sobre su lápida: “Aquí yacen Carmen y Severo Ochoa. Unidos
toda una vida por el amor, ahora eternamente vinculados por la muerte”.
Y uno, al leerlo, se da cuenta de que no es el
oropel de la fama lo que más valoraba el doctor Ochoa. Como buen sabio que era,
como buen científico, como gran investigador, creía y valoraba lo esencial de
la existencia y por lo que se intuye de la muerte, aunque quizá sea esto
mucho decir.
Luarca, además, recuerda a su hijo más ilustre
con una emotiva placa situada en el edificio donde nació, una calle muy céntrica
del lugar, muy próxima a la iglesia parroquial y al Ayuntamiento y al muelle
donde los barcos descansan. En esta placa se puede leer: “Quiso ser recordado
como un hombre sencillo”. Severo Ochoa no quiso la fama postiza, ni la gloria
efímera, más efímera aún que la vida. Y sin embargo desde la sencillez ha
logrado esto.
Quizá ello lo aprendió de su tío, que unos metros
más allá también tiene una placa dedicada por su pueblo natal, en la que se
recogen sobriamente los datos que antes he citado.
Me gusta, cuando paseo por las calles de una ciudad,
descubrir las placas que adornan las paredes de algunos edificios, en las que
se hace mención a personas de cierta notoriedad en su ámbito.
Y cuando descubro estos testimonios, un plus de
cariño hacia el lugar crece en mi interior, porque siempre he creído que algo
debemos a nuestros antepasados, y que es necesario que se mantenga vivo el
ejemplo de quienes nos precedieron, de quienes dieron lo mejor de sí.
Y es necesario que dejemos memoria de los que nos
precedieron, porque la memoria es más frágil y quebradiza de lo que parece,
porque sin estos pequeños hitos quizá pudiera suceder que creyéramos que todos
los logros de hoy se deben a nuestros méritos, como si nada hubieran hecho
quienes nos precedieron, cuando por el contrario, somos un eslabón de una
cadena, que no debe perder conciencia de su carácter de eslabón y de su
carácter de cadena.
Reproducido de www.facebook.com/Ventealuarca
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