Ávila regresa a la Edad
Media
El primer fin
de semana de septiembre Ávila celebra sus Jornadas Medievales, una fiesta que este año cumple su XVII edición y
que cambia la fisonomía, las costumbres y el ritmo de vida de esta capital, que
es patrimonio de la Humanidad desde hace veinte años.
El visitante que se adentre en el casco histórico
el 6 de septiembre, cruzando a ciegas la muralla desde, por ejemplo, la Plaza
del mercado Grande, percibirá un cambio de época. El rumor de ropajes
almidonados, el tintineo de espuelas y dagas y la música de dulzaina y tamboril
llevarán la sorpresa a sus oídos, mientras el aroma de las viandas asadas
llenará su nariz.
En esta ocasión, la celebración
de las Jornadas Medievales coincide con el vigésimo aniversario de la
declaración, por parte de la UNESCO, de Ávila como ciudad Patrimonio de la
Humanidad, un galardón merecido donde los haya, pues esta ciudad conserva,
entre otros tesoros arquitectónicos, un perímetro amurallado de los mejores del
occidente cristiano.
Y, entrando en temas de religión, hay que resaltar que esta capital (“La
que vive más cerca del cielo”, según dejó escrito el nobel gallego Camilo José
Cela, en alusión a su altitud, que
alcanza los 1.131 metros sobre el nivel del mar), se torna por unos días en la más tolerante, aunque haya mucho de simulación, al juntar intramuros un
zoco musulmán, un barrio judío y un mercado cristiano, superando los dos
centenares de puestos de venta.
Los tenderetes son atendidos por mercaderes
ataviados con bonetes, turbantes y chilabas, que ofrecen al asombrado visitante
un vaso de uno pestiños o una campanilla de forja, rivalizando por convencer al
futuro cliente de lo necesaria que resulta una alfombra, una pulsera de cuero,
un té de roca o una vela aromatizada.
Tres días medievales
dan para mucho y la oferta de los organizadores, que son fundamentalmente el
municipio y algunas asociaciones cívicas, incluye, además de la comercial, otra
lúdica y cultural que comprende
pasacalles musicales, danzas medievales, teatro, torneos de tiro con arco, cetrería,
poetas y juglares, cuentacuentos, así como cursillos ultrarrápidos de cerámica,
forja y labrado de tarugos de olivos.
Como es
propio de un acontecimiento callejero de esta magnitud, el pueblo de Ávila se
trasmuta en damas con toca, caballeros enlatados y niños que darían lo que
fuera por tener una espada de madera con la que atemorizar a las niñas que
golosean las nubes de algodón de azúcar.
El regreso al pasado durante 72 horas resulta atractivo para
transeúntes y lugareños, amén de magnético para los que disfrutan con la
fotografía. No es para menos, pues no hay muchas ocasiones de retratar un
buhonero, un saltimbanqui o un grupillo de monjas, pero siempre con disimulo,
porque estas últimas suelen ser auténticas.
Reproducido de Carta de España
No hay comentarios:
Publicar un comentario