Felice Gorordo **
Todos nosotros de Raíces de Esperanza que
llamamos a Oswaldo y a Harold “amigos y héroes”, tenemos la responsabilidad de
honrar humildemente su memoria y asegurar que nunca olvidemos su legado.
Tanto Oswaldo como Harold eran mis héroes
personales, y para muchos de nosotros eran verdaderos gigantes entre los
individuos que sirven de inspiración por medio de su ejemplo, con su valentía,
compasión, esperanza y paz. Conocí a Oswaldo en mi primer viaje a Cuba hace ya
9 años. En cierta manera, fui en busca de él; fui para conocer a esta figura
inspiradora, para saber que era real. Me siento sumamente afortunado de haber
compartido con él varias veces luego de ese increíble viaje que cambió mi vida
para siempre. Era una fuente de inspiración infinita en ese entonces, y
continúa siéndolo hoy. Oswaldo era un hombre humilde y me mostró el poder de la
humildad y la compasión, aun cuando sientes que estás siendo perseguido. Sin importar
la dificultad de las circunstancias que confrontaban él y su familia, tenía un
sentido imperecedero de esperanza y perseverancia que alimentaba el fuego de su
movimiento, de sus seguidores y de un sinnúmero de otros que creen en el
inigualable “poder de los impotentes”.
Liderando el Movimiento Cristiano Liberación y
una campaña de petición de firmas para su proyecto original –el proyecto
Varela– Oswaldo comprobó que un número creciente de cubanos no sólo estaban
listos para un cambio: estaban decididos a lograrlo. A pesar de que se
utilizaron constantemente tácticas intimidatorias contra él y su familia,
Oswaldo nunca permitió que se le distrajera de su labor para realizar su meta
de que una sociedad civil se desenvolviera en Cuba.
Harold fue tanto un héroe como un hermano, un
amigo cuya solidaridad y amor fraternal continuaban reforzándose a pesar de la
distancia y el tiempo. La primera vez que supe de Harold fue cuando lo arriesgó
todo simplemente por defender sus creencias; arriesgó su carrera, su bienestar
y hasta su vida. Cuando se le amenazó con expulsarlo de su universidad por
haber firmado orgullosamente en apoyo al Proyecto Varela, Harold defendió
valientemente sus convicciones, dispuesto a renunciar a sus estudios para
defender en lo que creía. Pero no se detuvo ahí: lo llevó más allá compartiendo
su historia con otros para que ellos también supieran que negar lo que creen es
un castigo mucho mayor del castigo que se le puede imponer a uno por defender
sus creencias.
Fue en gran parte su ejemplo, su sacrificio, su
coraje y su compromiso infalible que me llevaron a regresar a Cuba una y otra
vez. Como todo amigo, el tiempo no era ningún problema. Sin importar cuánto
tiempo pasara, siempre continuábamos donde nos quedamos la última vez que nos vimos.
Mis recuerdos favoritos de Harold eran de él paseándose por los campos de caña
de azúcar de su querida provincia, o la disminución de la piedra caliza en el
muro del Malecón, hablando acerca de la familia, la fe, el amor y la pérdida, y
su pasión por el béisbol y los Beatles. A pesar de tener muy pocas posesiones,
Harold fue también una de las personas más compasivas y generosas que conocí.
Gracias a él mi armario está lleno de artículos de colección del equipo cubano
de béisbol los Industriales, después que le conté que era el equipo favorito de
béisbol de mi abuelo.
Harold también tenía un sentido de paz interna
completamente contagioso. Nunca he comprendido verdaderamente lo que es el
sufrimiento. Mi fe me provee un poco de contexto para entender lo que es, pero
siempre he tenido problemas con su significado, y uno de mis últimos recuerdos
de Harold fue una conversación que tuvimos acerca de lo que el sufrimiento
significaba para él.
Unos meses después, Harold me envió un regalo a
través de una amistad mutua. Era un viejo disco LP (de los 60 o los 70), que
traía dos canciones llamadas Imagine y Let It Be, cantadas por John Lennon. He
escuchado estas canciones varias veces desde que supe la noticia, y todavía no
puedo encontrarle el sentido a esta tragedia, pero encuentro consuelo al
imaginarlo acogido por los “brazos de nuestra Madre María”. Puedo imaginarlo
viéndonos desde arriba ahora, mientras murmura unas palabras sabias para
traernos algún tipo de paz.
Harold dedicó su vida entera a difundir un
mensaje de amor, esperanza y paz. Tanto él como Oswaldo inspiraron al pueblo
cubano a tomar el control de sus vidas. Tanto Oswaldo y Harold eran soñadores.
Soñaban con un día en el cual los cubanos llegaran a ser los autores de su
futuro y trabajaron arduamente con eterno amor para realizar ese sueño. Ahora
depende de nosotros asegurar que su memoria no perezca, y hacer sus sueños
realidad.
**Cofundador de Raíces de Esperanza, una
organización internacional sin fines de lucro enfocada en apoyar a la juventud
cubana.
Reproducido de El Nuevo Herald
No hay comentarios:
Publicar un comentario