22 de junio de 2013

2ª ETAPA DE LOS SANJUANES PRINCIPEÑOS


Segunda etapa
de los Sanjuanes principeños


Por Gaspar Betancourt Cisneros
(2ª parte de su  relato sobre los Sanjuanes del Príncipe.


El “Carnaval” de Europa, en diferente estación, es ahora el “San Juan” en “Puerto Príncipe”. No parece sino que de intento hemos elegido el sol de Cáncer para ponernos una máscara de cartón, y un dominó o disfraz particular, para bailar, cantar, alborotar, correr, sofocarnos y enloquecernos de mil modos. Subdividamos ha diversión en dos partes que son: “enmascarados diurnos” y ”ensabanados nocturnos”. Así nos entenderemos mejor.

Las mañanas del 23 y 24 de junio empiezan con mucho juicio y orden. Salen las señoras en magníficos carruajes, adornadas de cuanto bello y exquisito nos envía libremente la Francia modista. Las calles reales que son las más frecuentadas y casi exclusivas en este paseo, presentan un cordón de volantas y quitrines que si se ordenaran en una misma dirección cerrarían el círculo perfectamente.

¡Qué diferencia de 30 años antes! Este paseo excita una emulación grande entre has mujeres; y no se conseguiría el importante de rivalizarse en el buen gusto, en la belleza, en el lujo de los atavíos mujeriles, si no se encontrasen en dirección opuesta, para registrarse de una sola mirada de pies a cabeza, y servir después de modelo o de blanco en las tertulias, donde cada una censura, o celebra si es generosa e imparcial, a su competidora. Cada casa dispone en toda su extensión de calle, y debajo de los toldos y enramadas, asientos para los amigos que vienen a ser espectadores, formando así una línea desde un cabo a otro de mirones.

Poco a poco, a lenti passi, se va alterando esta seriedad cortesana, y las ceremonias de etiqueta ceden el puesto a una familiaridad decorosa. Los jóvenes parientes, amigos y enamorados de las señoritas, que casi todos son muy buenos jinetes, hacen desmontar a los caleseros y pajes, cuyo oficios desempeñan a la perfección, y la escena va tomando calor hasta que todo es algazara, gritería, viveza y regocijo.

El más remilgado lechuguino suelta la casaca, el corbatín  elástico, y el sombrero de castor, que trueca por el ligero yarey. La bullanga y la alegría se ayudan con dulces flautas, guitarras y otros instrumentos músicos para acompañar a las complacientes cantarinas. Apenas habrá guajiro que se atreva a interrumpir un aria de “Rossini” con un destemplado fotuto. A las groseras patochadas que acompañaban aquel “¡Fuera! ¡Fuera!” se las han sustituido expresiones jocosas, chistes oportunos, burlas tolerables o agudezas picantes. Esto dura hasta las l0 u 11 de la mañana en que se retiran las señoras del paseo, y ocupan su lugar las gentes de menos tono, incluso los muchachos; pero con igual decoro, ya vayan o no enmascarados.
         
La hora después de comer, es decir, la siesta, es la más provocativa en tales días. En otra parte yo le echaría la culpa al vino; pero afortunadamente, la templanza es virtud característica de mis compatriotas, y resplandece sin excepción en el bello sexo. La siesta, pues, convida a la bullanga, tanto que ni aun las copiosas lluvias de la estación impiden que la gente salga a divertirse. Nada, empero, de caballos, sino quitrines, volantas, carretas, armaduras desvencijadas de toda clase de carros, transformadas repentinamente en palanquines, en que van montados cuantos pueden, siendo a veces admirable que haya caballos capaces de sostener tan desproporcionado peso. Cada carro es un teatro ambulante de caricaturas, las más ridículas y estrafalarias.

No alborotan más en las frondosas palmas de los campos de Cuba las bandadas de caos y cotorras que las muchachas y mozos de “San Juan” en sus carretones; y cada uno lleva un juguete más o menos ingenioso para llamar la atención de los mirones, o jugarles alguna pieza. No hay año en que las máscaras no cojan algún estribillo o retintín, v.g. ¡agacha!, ¡agacha!, o este otro: ¡a ése!, ¡a ése! Cualquiera dirá que no  tiene doble intención, y se engaña, porque siempre es precedida de alguna circunstancia ridícula o jocosa, que hace agradable el recuerdo y extiende su publicidad. Pero a nadie se insulta, como erróneamente le han informado a usted. Son muy raros los casos de una palabra descomedida, o una acción descompuesta que ofendan la delicadeza o el pudor.
          
A las extravagancias de la fiesta, se enlaza por grados hasta confundirse entre la turba multa, la ostentación asiática de las comparsas. Esto es lo más hermoso de la diversión. Días antes del “San Juan” ya se han concertado varias comparsas y ensayado algún baile, ora serio, ora jocoso, que ejecutan representando algún pasaje tornado de la fábula, o de la historia de naciones antiguas y modernas.

Por una calle asoman las “Gracias y las Musas”; por otra las “Romanas y Sabinas”; allí vienen los “Horacio y Curicios”; acá las 26 “Gitanas”, más allá las “Indias”, marineros, guajiros  o cualquier otro grupo, uniformados todos, con sus músicas competentes, y dispuestos a bailar en las casas de amistad, donde son celebrados y obsequiados con la más afable cordialidad.

En cuanto a los caracteres aislados, cada uno toma el que se le antoja, sobresaliendo algunos por lo ingenioso de la imitación, principalmente si es de algún animal de otra especie, o retrato de algún idiota o loco del pueblo, de donde resulta una escena tan variada como la libre fantasía de un pueblo entero.

La entrada de la noche deja una pequeña tregua al descanso. Casi todos se retiran a mudarse de vestidos y prepararse como ensabanados nocturnos. Voy a darle una idea más aproximada y verídica que la que le han sugerido a usted de esta clase de mojiganga. He oído hablar con variedad sobre el origen  de los “ensabanados”,  pero lo más probable es lo que referiré.
              
Temeroso el Gobiemo de que el disfraz de “máscaras” por la noche pudiera perjudicar al orden público, a acarrear algunas desgracias, prohibió enmascararse. El pueblo, nunca bastante saciado de su diversión y acostumbrado a usar de su “San Juan” de noche, buscó un medio ingenioso de eludir la prohibición, y la encontró en las sábanas, manteles, cortinas y cuantos lienzos le vinieron a las manos. La sábana o colcha de una cama es un mueble con el cual puede uno cubrirse de pies a cabezas; es mueble quitadizo, mueble que de un golpe se presenta colgando al brazo como una toalla que se lleva al río, o a casa de la lavandera, quedando la persona en traje casero y burlada la prohibición graciosamente. Éste es el origen más natural de los ensabanados; y el Gobierno, lejos de sentir esta infracción, se ha hecho sabiamente de la vista gorda, de lo cual debemos estarle muy reconocidos porque, a la verdad, los ensabanados son los más alegres, los más alborotosos, impertinentes, majaderos y graciosos; la petulancia de un ensabanado no cesa mientras no le conocen.

Personas de categoría, las más respetables y tranquilas, pierden los estribos en estas noches, y salen a desquitarse del papel de mirones que hicieron de día, ya por lo molesto de las máscaras, ya por lo costoso de los vestidos. Las familias enteras se unen para salir ensabanados. La madre cincuentona no puede resistirse al incansable clamoreo de las hijas; el marido Argos tiene que capitular y salir del brazo con su envidiada mitad.

Llénanse las calles de lienzos flotantes que no dejan ver el horizonte; las casas que se tupen de gente ensabanada que alborotan, gritan, bailan, cantan, mienten sin medida, comen sin tasa cuanto les dan o encuentran, y se retiran a otra parte a hacer lo mismo. Las mujeres que tienen gracia particular para convertir en adorno cualquier friolera han sacado partido hasta de las sábanas. Algunas muchachas se las visten de tal modo, que se me figura ver en unas a las “vestales romanas”, y en otras las “brujas hechiceras” que el buen Shakespeare sacaba en sus dramas.
           
Difícilmente podrá usted persuadirse de que pueda haber orden en medio de este desorden. Es preciso visitar el país, ser testigo ocular de una noche de éstas, y conocer la índole de nuestro pueblo para no prevenirse contra esta clase de diversiones. Cada familia se cuida, se conoce, se mantiene escrupulosamente unida, para lo cual se sirven de una palabra como el Santo de una patrulla: bruja, mariposa, azucena, o cualquier otra palabra convenida es un  quiénvive  para el grupo a que corresponde.
           
Figúrese usted ahora que es usted uno de tantos a quien la mujer, las hermanas y amigas comprometen a tomar la sábana y le arrastran velis nolis a la calle. ¿Qué haría usted?. Nada más que complacerlas, cuidarlas, llevarlas a las casas de su amistad, embromar y sufrir bromas como cualquier otro. Esto, pues, es lo que hace un pueblo entero. El afán general de divertirse, y apenas se ocupa el entendimiento de otra idea.

No negaré yo que haya habido personas groseras que han abusado de la ocasión con alguna palabra o acción descompuesta; pero esto no es tan común como se ha dicho, y de día en día, a medida que se gana en la cultura  y buenos modales, se hace más público el sonrojo y el castigo del que se atreva a desmandarse en algo. ¿Y de qué cosa no abusarán los hombres decentes y sin educación? En un baile, en un teatro, en la concurrencia más culta, un hombre atrevido y desvergonzado tiene cabida; pero esto, como dice muy bien Moratín, no desacredita la mercancía.

Estoy muy distante de ser el apologista de las máscaras y disfraces sea cual fuere el motivo, el lugar o el objeto de tales diversiones. Yo deseo progresen las artes, la cultura y el trabajo para que desaparezcan las diversiones de esta calaña. Pero confieso que como buen camagüeyano no pierdo la chaveta en tales noches, y tomo la sábana para embromar y poner en confusión a mis amigos. Nuestros nietos conocerán otras diversiones más conformes a su educación y costumbres; y no faltará otro “yo” que le refiera a otros “usted” las escenas de los ensabanados, como las subsecuentes a la del verraco. La autoridad, de acuerdo con la justicia  y la razón, debe hacer la reforma de las costumbres por medio de la educación pública, y ésta será la que influirá en las diversiones populares con seguro tino.
            
Sobre esta diversión ha habido ya altercados ruidosos, que no debo pasar en silencio, y que pueden servir a usted de datos, a falta de otros que mi posición no me permite recoger. No ha mucho que un magistrado celoso y aprensivo, representó contra la diversión del “San Juan”. El Gobernador y el Ayuntamiento del pueblo, no menos celosos pero más despreocupados, representaron a favor y defendieron la opinión moral del pueblo camagüeyano. Para abreviar: se elevó a la Corte este negocio, y nuestro Procurador de Provincia obtuvo de S.M. el permiso para que se anduviera el “San Juan” a caballo, en volanta, con máscaras o sin ellas; o en otras palabras, que no se privase al pueblo de su diversión, sino que se tomasen las precauciones suficientes para evitar el desorden.
                
El año pasado tuvimos una demostración palpable de la máxima que antes he sentado; que la educación pública desterrará por sí sola todas las costumbres añejas que no están en consonancia con la civilización del pueblo. No pasarían de seis las señoritas que salieron a caballo por la tarde; y éstas se vieron rodeadas de una chusma gruesa que empañaba su belleza y deslucía la elegancia de sus vestidos. El “San Juan” a caballo quedará reducido a la hez del pueblo, los muchachos y los negros, porque las señoritas y caballeros de tono desertarán del puesto, so pena de retrogradar a tiempos más bárbaros. Otro inconveniente de gran importancia se ofrece, y es que como la población se ha triplicado y el número de carruajes es ya considerable, se ha aumentado una de las causas de peligro; las calles son las mismas de antaño y el mayor número de ocupantes las hace más estrechas de lo que son relativamente.
                
No dudo yo que el Gobierno local adoptará otras medidas para que todos quedemos contentos sin faltar en nada a lo dispuesto por S.M. La diversión del “San Juan” está radicada en el pueblo, identificada con los habitantes de todas las clases y sexos. Puede gozarse en toda su amplitud prescribiendo horas en que pueda andarse a caballo, en volante, a pie, con máscaras o sin ellas, o bien señalar calles y lugares en que pueda usarse una y otra cosa.

En fin, amigo mío: nuestro pueblo carece de teatros, de museos, de academias, de jardines, de paseos, de sociedades literarias, filarmónicas y demás recursos de distracción. ¿Hemos de trabajar siempre? Ojalá que así fuera; pero no siendo esto posible, el pueblo busca otras diversiones, y las nacionales son las más simpáticas, las más agradables, las más consoladoras en todos los pueblos de la tierra.
        
Soy de usted su afectísimo amigo, que S.M.B.— “Camagüey”.

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